Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

De lo dicho al hecho

En las alianzas y los acuerdos bilaterales perviven intereses contrapuestos. Es bueno estar en la ONU, formar parte de la OTAN y ser miembro de la Unión Europea

De lo dicho al hecho De lo dicho al hecho

De lo dicho al hecho

Estar en organizaciones internacionales hace posible exponer ideas, defender postulados y hacer propuestas. Sin embargo, llevarlas a cabo pasa por tratarlas bilateralmente con aliados y amigos. Y, para defender lo propio, hay que pensar en hacerlo solos.

El Siglo XX dejó organismos internacionales que ahora se ven afectados por una globalización propiciada por una tecnología imparable. Lo que antes sumaba, hoy multiplica gracias a los medios de comunicación, las redes sociales y otros desarrollos de mentes innovadoras, como las de Gates o Zuckerberg, que hoy prefieren ser anónimas.

Naciones Unidas, creada en 1945, permitió sentar juntos a quienes fueron enemigos en el campo de batalla. Se admitió que todos tuvieran voz, pero se limitó la capacidad de decisión. Se dotó de veto a los vencedores. De facto, se aceptó desigualdad por estabilidad, un status quo basado en áreas de influencia para los Estados Unidos de América y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Sin embargo, el fácil de entender mundo bipolar despareció en 1989 con el final de la Guerra Fría y algo quedó de manifiesto: la desatención occidental a África en las últimas décadas. Incluyo en Occidente a las dos superpotencias, a Estados Unidos por su origen y a Rusia por su geografía. El hueco que dejó la descolonización política europea lo rellena hoy una neocolonización económica china tan alta como la sede de la Organización de Estados Africanos en Addis Abeba, financiada y dotada por la nueva superpotencia.

Hay que aceptar que Naciones Unidas y su mastodóntica organización son un buen altavoz para reclamar paz y estabilidad. Pero también hay que admitir el escaso éxito militar para cerrar conflictos. Corea, Chipre o Líbano son ejemplos ello. Irresolubles situaciones políticas que mantienen costosas presencias militares desde hace cincuenta años.

La Alianza Atlántica es distinta. Coetánea con Naciones Unidas, se creó para hacer frente a una eventual agresión a los países miembros por una potencia ajena. En lo político, hay una diferencia significativa entre ambas: el principio de unanimidad que rige la toma de decisiones en la Alianza Atlántica. Esto se traduce en igualdad entre sus miembros. Todos pueden vetar. En lo militar, la Organización del Tratado del Atlántico Norte demostró ayer ser útil para disuadir la amenaza soviética sobre el hemisferio Norte y contribuir a la resolución de conflictos armados locales. Baste recordar las operaciones en el Adriático y la Antigua Yugoslavia.

La globalización pasa hoy factura política a la Alianza Atlántica. La amenaza dejó de estar sólo en el territorio europeo. Viene de todas partes, propiciada por, curiosamente, organizaciones no gubernamentales, véase Al Qaeda. Sin embargo, la unanimidad en sus decisiones se refleja en lo militar en un conjunto de procedimientos comunes para realizar operaciones. Esto proporciona utilidad a sus miembros para operar juntos dentro y fuera de la organización.

Si se mira a la Unión Europea, existe un contraste entre avances políticos y realidad militar. Más allá del éxito económico, visible en el Euro, el incuestionable triunfo político ayer fue la pragmática aportación de Shuman, Adenauer y Alcide de Gasperi al crear una organización capaz de controlar la industria del carbón y del acero, soportes en el enfrentamiento bélico en Europa. La extensa administración europea mantiene hoy su interés en la economía. Ya se vio el poco caso prestado en justicia y seguridad ciudadana con la euro-orden. En lo militar, cualquier opción pasa primero por acuerdos bilaterales, para después formar una fuerza europea ad hoc. Véanse los que trataron España con Francia, y después con Alemania, para establecer una presencia naval europea en el Índico y otra militar en Mali.

Con todo, en las alianzas y los acuerdos bilaterales perviven intereses contrapuestos. Por eso, la defensa de lo propio lleva a actuar en solitario o, a lo sumo, apoyado por amigos, como fue la ayuda del Secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, en la crisis de Perejil.

Es bueno estar en Naciones Unidas, formar parte de la Alianza Atlántica y ser miembro de la Unión Europea. Sin embargo, en lo militar, la multilateralidad servirá para exponer posiciones y la bilateralidad para ayudar a compartir cargas, pero estaremos solos para defender intereses nacionales.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios