Tribuna

Javier Pery

Almirante retirado

El enfrentamiento bipolar

Aún así, el enfrentamiento bipolar de las dos grandes potencias era fácil de entender. Respondía al esquema simple de: buenos y malos; rojos y azules

El enfrentamiento bipolar El enfrentamiento bipolar

El enfrentamiento bipolar

Occidente dejó el enfrentamiento bipolar en 1989 para llegar a otro en el siglo XXI donde la bipolaridad está en el comportamiento político.

Durante años, se vivió el enfrentamiento bipolar, la Guerra Fría. La lucha por el dominio del mundo era la pugna entre dos superpotencias, Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas, por mantener la influencia sobre países y territorios, tal como se acordó en la Conferencia de Yalta en 1945, cuando la victoria aliada estaba a la vuelta de la esquina.

Aquel enfrentamiento de más de cuarenta años, hasta la caída del muro de Berlín en 1989, terminó con la derrota del cruel régimen comunista que asoló a los países bajo su tutela hasta extremos deplorables. El vencedor fue un actor de fácil dicción y clara voluntad, convertido en Presidente de los Estados Unidos, que quitó la careta al sistema inventado en 1917, sin otro ánimo que destruir lo existente bajo la máscara de una utopía de igualdad. Lo que quedó a la vista del público de la cacareada lucha de clases, que tanto bombo recibió de sectarios intelectuales, era simplemente una tapadera de la sangrienta disputa por hacerse con el poder, sin más.

Aún así, el enfrentamiento bipolar de las dos grandes potencias era fácil de entender. Respondía al esquema simple de: buenos y malos; rojos y azules; propios y ajenos;...todo lo mas, en un alarde de geopolítica, entre Alianza Atlántica y Pacto de Varsovia,…o la contraposición entre lo liberal y lo marxista para los entendidos en economía básica. Se aceptaba a países no alineados, que no neutrales, si se mantenían fuera de la influencia de uno u otro bloque. Con esta representación mental del mundo, dos eran los protagonistas y los demás meros espectadores. A lo sumo, participes con voz pero sin posibilidad de meter cuchara en el plato, como Churchill en Yalta. Lo curioso es que aquella situación bipolar en todos ámbitos producía estabilidad emocional, el consuelo de entender lo que sucedía.

Sin embargo, al llegar el siglo XXI, aquellos que perdieron la guerra sin trincheras que ganó Ronald Reagan, se desparramaron por la geografía occidental y se mimetizaron con nuevas caretas, diseñadas con modernos materiales, ya fueran organizaciones pseudo-filantrópicas, transnacionales, no-gubernamentales o simplemente políticas a las que apellidaban con eslóganes en lugar darles el nombre y apellidos que realmente les correspondía. Todo para mantener la misma ambición: el poder. Y así, buenos conocedores de la influencia de la propaganda, se arrimaron a los medios de comunicación para mantener una lucha de clases que ahora es entre los que ostentan el poder y los que lo ansían. Nada que ver con el bienestar y el desarrollo social. A este cambio social, aunque mejor sería llamar desorden antisocial, se le denominó multilateralismo en las relaciones internacionales y multipartidismo en el ámbito político nacional. Sea como fuere, se justificaba así un nuevo orden internacional y nacional del que nacerían nuevas expectativas de futuro para el mundo y para España. Sin embargo, la irrupción de tantos actores en la política internacional (ONU, UE, OTAN, UEA, ISIS, MSF, OEA, UEO, etc.) así como en la doméstica (PSOE, PP, Cs, VOX, UP, UI, PCE, PSC, etc.) sin más fin que hacerse con el poder, propició una realidad bien distinta: el éxito de los antisistemas dentro del sistema.

Lo que resulta inaceptable en otras naciones, el triunfo del antisistema establecido en el sistema es una realidad palpable en España. Aunque la Constitución habla de soberanía nacional del pueblo español, la Monarquía parlamentaria como forma política del estado y la unidad como fundamento de la indisoluble de la Nación española, aquí habitan partidos y organizaciones cuyos estatutos incluyen la parcelación de la soberanía, alteración de la forma del estado y ruptura de la unidad nacional. Una situación que sólo se entiende en una sociedad con bipolaridad emocional donde de hace lo contrario de lo que se dice.

Así, la estabilidad que daba la comprensible política del mundo bipolar da paso al desasosiego por la bipolaridad con que actúa la clase política. La tomadura de pelo del Bexit con el "si es, no quiero" o la inacción y el lenguaje equívoco al tratar el problema del nacionalismo en España, peligro claro e inminente a la propia existencia, son dos ejemplos de ello.

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