Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

La entrevista de Iker Jiménez a Li-Meng

Vuelve el film Tiburón de Steven Spielberg. Arriba Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott. La neumonía por coronavirus también es una película de terror.

La entrevista de Iker Jiménez a Li-Meng La entrevista de Iker Jiménez a Li-Meng

La entrevista de Iker Jiménez a Li-Meng

En un artículo, publicado en este periódico el 19 de septiembre, «¿Fue diseñado, genéticamente, el SARS-CoV-22?», adelantábamos lo que hace unos días manifestaba la viróloga china Li-Meng Yan a Iker Jiménez en su especial Horizonte informe COVID de Cuarto Milenio. Lo sustancial iba a coincidir con lo más relevante de las afirmaciones de la doctora (porque ya lo había expuesto en informe) al brillante periodista: el coronavirus es un arma creada y liberada a propósito. ¿Verdad? ¿Mentira? Las palabras no se transforman cuando las leemos, sino que permanecen intactas tantas veces volvamos a verlas en el tablero de ajedrez sintáctico que forman fonemas y sintagmas. Versiones oficiales consideran a la viróloga como una persona resentida con el régimen chino y señalan que se ha vendido al presidente de Estados Unidos. Mas lo cierto es que Li-Meng Yan es una reputada viróloga y sus artículos, publicados, tras la revisión académica por pares, ya eran muy reconocidos antes de la pandemia. El tiempo metafísico hablará y podremos, entonces, caligrafiar las razones para valorar si lo sostenido por la investigadora es un despropósito, que no cabe ni en la ficción o, por el contrario, es la verosimilitud, que dejaría a la comunidad mundial en estado de shock emocional. Si esta teoría fuere demostrada (¡lo que está por ver!), la ansiedad, la agitación, la sudoración, el dolor torácico, el nerviosismo, la sudoración y la velocidad de autopista, sin límite, de las redes sociales agotarían el válium y el prozac, la valeriana y la tila; y el tranxílium no necesitaría receta.

El director de la investigación de la vacuna austríaca asevera que la tesis que sostiene que el virus salió de un laboratorio hay que estimarla con fundamento. Lo que abre otro camino para aquellos investigadores que discrepan de lo afirmado por el gobierno chino y que reconocen la altura científica de los estudios de la doctora Li-Meng, publicados, como bien señaló Iker Jiménez, en medios de tanto prestigio como The Lancet, revista médica británica, o Nature: quizá la revista científica más importante en el ámbito mundial, y que fue creada por Joseph Norman Lockyer. El gran periodista trata ahora de proyectar, con su rigor y su valentía, un capítulo hitchcockiano en la pantalla digital de la comunicación con preguntas como las que siguen: ¿quién está detrás de la viróloga?; ¿quiénes la protegen de las amenazas y del chantaje?; ¿qué información tiene para que quieran acabar con su vida? Interrogantes que piden que la literatura de las respuestas sea objetiva y esté avalada por la verdad de Bradlee. El periodismo de investigación parte de unos antecedentes que atesoran un prestigio certificado por la honradez, la inteligencia y el esfuerzo, los cuales no pueden tirarse por la borda: de ahí la importancia de andar con paso seguro en un trapecio tan resbaladizo y peliagudo como el del origen del SARS-CoV-2.

¿Apunta a la certeza lo que afirma Enrique de Vicente: esto es: que Steve Bannon, gurú, ahora desterrado a los infiernos, de Donald Trump, ampara, protege y subvenciona a Li-Meng Yan? ¿Puede una científica tan reconocida vender su alma y encender una vela a Dios y otra al diablo, como bien reza el aforismo castellano? ¿Lo puede todo el dólar o, por el contrario, esta declaración es un dardo envenenado contra la viróloga, que ha puesto entre la espada y la pared a Xi Jinping, de la misma manera que un espadachín a su oponente? ¿Cabe la posibilidad de que la investigadora emule a Fausto y, así, entregue su ánima al maligno a cambio del conocimiento humano, el vil metal y los placeres mundanos? No es probable que Li Meng Yan sea una repetición de la figura controvertida del doctor Johann Georg Faust, entre la alquimia y el esoterismo, puesto que nunca pidió sapiencias prohibidas, fuera de lo que es el círculo académico de la revisión por pares.

En el Fausto de Goethe el doctor se arrepiente del acuerdo con Satán. ¿Ha pactado Li-Meng con el presidente americano? Cuesta creerlo. Porque, si así fuese, el mito volvería entre las pérfidas sombras de los relojes que marcan, con exactitud, la misma hora 11: 11, como en Joker, la película dirigida por Todd Phillips e interpretada por Joaquín Phoenix y Robert de Niro. Si, por el contrario, está diciendo la verdad, la pandemia sería una guerra: la tercera mundial. Sin eufemismos: más de un millón de muertos. La cuestión que se trata de dilucidar es si el SARS-CoV-22 ha sido creado en un laboratorio; o no. El silencio de las olas es insobornable. Vuelve Tiburón de Steven Spielberg. Arriba Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott. La neumonía por coronavirus también es una película de terror. Y un pódcast que Sánchez descarga para no ir al Parlamento y delegar en el traje oscuro de Illa, con su cara de místico. El ministro de Sanidad también convierte las interjecciones coloquiales en literatura para bufones y tiriteros. ¡Zasca! En el Congreso ha llamado Pili a Casado y Mili, a Abascal. Pero el coronavirus no se muere de risa.

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