Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

La entrevista que conmocionó al mundo

La voz del periodismo reluce cuando el tráiler perdura para siempre mientras intuimos que lo fugaz también se eterniza en su decurso intemporal

La entrevista que conmocionó al mundo La entrevista que conmocionó al mundo

La entrevista que conmocionó al mundo

Dentro de unos meses, se cumplirán veinticinco años de la entrevista que Martin Bazhir hizo a Lady Di. Fue una secuencia que el gran periodista mimó y cuidó hasta el mínimo detalle, como si, por unos momentos, se hubiera convertido en el John Ford del periodismo. Un manuscrito de la existencia, en el que la historia y la información apuestan por la verdad, desprovista de máscaras, al hacer que las noches y los días configuren una escena mítica, la cual perdura como el silencio que percibimos cuando oímos a Beethoven: literatura, piélago y mar, donde no habitan el olvido. Veintitrés millones de telespectadores, cámaras, que parecían testigos invisibles, y dos personajes: el periodista y la princesa, que interpretan hasta el último enigma del guion: tal el óscar más preciado pretendiesen. Diana, cinematográfica, con su mirada de Marilyn Monroe, su voz de cítara y piano, y su vestido, de color negro, ya no era una princesa, sino una diosa, la cual no habíamos conocido. El reloj milimétrico de los segundos hace posible la comunicación más sincera y eterna: «¿Cree que la señora Parker-Bowles fue uno de los factores que llevaron a la ruptura de su matrimonio?».

Responder no era una cuestión de retórica, sino de palabras que no pueden encontrar su raíz en la etimología de las emociones, ya que estas oscurecen el brillo de la naturalidad: «Éramos tres en este matrimonio: eso es una multitud». La paciencia de un buen periodista nunca se detiene. La pregunta y la respuesta eran los folios que permanecían en blanco, cuando el periodismo y la literatura no borran sus señas de identidad por haber sido escritos por la misma pluma, sin que ardieran la memoria y el olvido. «¿Estaba preparada su alteza real para soportar las presiones que recibiría al convertirse en miembro de la familia real?». «A los diecinueve años una siempre cree que está preparada para todo, ya que sabe a lo que se va a enfrentar. Pero, aunque en aquel momento me sentía intimidada ante las perspectivas de futuro, sentía que tenía el apoyo de mi futuro marido».

Breve y lento se hace el tiempo mientras leemos la página en la que quien pregunta y quien responde escriben el mismo libro, para que sea el de todos: «¿Cómo vivió el hecho de pasar de ser lady Diana Spencer a ser la mujer más fotografiada y popular del mundo?». «Me llevó mucho tiempo entender por qué la gente se interesaba tanto por mí, pero supuse que era porque mi marido había manejado magníficamente los acontecimientos previos a nuestro matrimonio y también nuestra relación. Mas después pasan los años y te ves a ti misma como un buen producto en un estante, que se vende bien, y la gente hace mucho dinero a expensas de ti».

La voz del periodismo reluce cuando el tráiler perdura para siempre mientras intuimos que lo fugaz también se eterniza en su decurso intemporal: «En otro libro publicado recientemente, un tal James Hewitt dice que tuvo una relación muy estrecha con usted, alrededor de mil novecientos ochenta y nueve, creo. ¿Cuál fue la naturaleza de esa relación?». «Era un gran amigo mío en otro momento muy difícil para mí, y siempre estaba ahí para apoyarme. Quedé destrozada cuando apareció ese libro, porque yo confiaba en él y porque, como en otras situaciones, me preocupaba cómo reaccionarían mis hijos. Sé que en el libro había pruebas concretas, pero muchas otras eran fantasiosas, no tenían nada que ver con lo que pasó. (...)».

Una entrevista. Una biografía. Los rumores de los amantes, más que los amantes mismos. El accidente, la investigación y las distintas versiones. Una mujer, para la historia, que miraba a la cámara mejor que las diosas de Hollywood. Una sonrisa de Venus en el pincel que es, acaso, la forma fundamental de versificar los enigmas y las pasiones. Diana, la princesa del pueblo: una pregunta y una respuesta que siguen siendo verso, puesto que su recuerdo lo justifica: en esas verdades, que nadie podrá modificar. La esperanza, hoy cuestionada, sabrá si han sido las palabras o los pinceles. Lady Godiva, desnuda sobre su caballo, fue arte y museo. Diana, el nombre en el cual hay algo inmortal, también. En el esplendor de Rubens, la belleza es intemporal. Tal vez, porque sea música. O poema, que no puede borrar la memoria.

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