Tribuna

Marta Pérez Escolar

Profesora en Ciencias de la Comunicación

La espera del proletariado

La espera del proletariado La espera del proletariado

La espera del proletariado

En vacaciones siempre pienso en Pierre Bourdieu. No lo puedo evitar. Me acuerdo de él en las largas colas para entrar en el avión, mientras espero en las interminables hileras de visitantes para entrar a lugares turísticos e, incluso, cuando la inanición me exaspera porque no hay mesas disponibles en bares, restaurantes o chiringuitos. En esas situaciones, la verdad, me acuerdo de él y pienso: "Qué razón tenía este señor".

En su teoría de las clases sociales, Bourdieu explica que la humanidad está dividida en diferentes estructuras o clases sociales. Cada clase social ocupa un lugar concreto en el espacio social en función de su herencia social y el capital que posean en la actualidad. Por tanto, las clases sociales determinan la posición que una persona ocupa en el mundo social. Para Bourdieu, los individuos no se ubican en una clase social por sus méritos, sino por haber nacido en una familia con un legado y un recorrido concreto.

Por el hecho de pertenecer a una clase social determinada -que se rige por unas condiciones sociales específicas-, los ciudadanos adquieren una serie de comportamientos, cualidades y estilos de vida distintivos. Por eso, para Bourdieu, las clases sociales condicionan el habitus del individuo: a raíz de la posición social y de las condiciones sociales concretas, los individuos crecen y adquieren una serie de características, gustos, esquemas mentales y actitudes específicas. Por este motivo, los individuos que tienen posiciones sociales similares suelen desarrollar habitus parecidos.

En este sentido, si observamos el mundo actual, debemos reconocer que el acto de esperar es una condición intrínseca del habitus de las personas que pertenecemos a clases sociales bajas. Esta idea ya se contemplaba, aunque de forma más dramática, en la película distópica In Time (2011), de Andrew Niccol. Protagonizada por Justin Timberlake, este film muestra una sociedad donde el tiempo se convierte en la moneda del futuro: los ricos son inmortales porque disponen de tiempo para vivir para siempre; mientras que los pobres, que tienen una esperanza de vida muy corta, tienen que trabajar para ganar minutos de vida día tras día.

Aunque, hoy en día, el tiempo no sentencia, de igual forma, el sino de los ciudadanos, sí dictamina el estilo de vida de una persona y, por ende, su clase social. El que tiene menos recursos espera, por ejemplo, haciendo cola en los aeropuertos, mientras que las personas de clases sociales superiores compran sus tarjetas de embarque en la modalidad priority pass o billetes VIP de primera clase -en el mejor de los casos, incluso, tienen aviones privados donde los horarios de vuelo van a demanda.

Esperamos a que lleguen las rebajas para poder comprar ropa que otros pueden permitirse en temporada. Esperamos en las colas para poder adquirir el último modelo de iPhone o Samsung, para entrar en discotecas o para comprar entradas para un concierto -mi madre, por ejemplo, sigue esperando, como cada año, poder conseguir unas entradas para el concierto de Año Nuevo de Viena-; mientras otros, de clases sociales más elevadas, consiguen todo ello con atajos de exclusividad. Esperamos también a que nos atiendan en las salas de Urgencias de los hospitales y rezamos para no empeorar mientras nos llega la cita médica con el especialista. El hecho de ahorrar también implica esperar: esperar a comprarnos una casa que, dentro de unos 30 o 40 años, será nuestra y no del banco. No invertimos el tiempo. Perdemos el tiempo mientras esperamos porque está en nuestro habitus.

Con todo, recientemente hemos vivido un hecho histórico que cambió esta condición social por un breve tiempo: la pandemia del coronavirus. Durante el confinamiento, la espera se impuso como una condición social para todo el mundo, independientemente de la clase social -no me refiero aquí a las condiciones en las que cada uno vivió esta crisis sanitaria, que de eso se puede hablar en otro momento, sino al pasar del tiempo-: el acto de esperar se convirtió en parte del estilo de vida -habitus- de todos los individuos durante unos meses. Sin embargo, como en todo, hubo marrulleros que quisieron escapar y posicionarse en una clase social superior al resto: aquellos que no querían esperar recluidos no sólo demandaban volver a la normalidad antes que nadie, sino que se saltaron las restricciones para demostrar su superioridad social frente al resto, que perdíamos el tiempo en casa.

Algo parecido ocurrió cuando llegaron las vacunas. Si nos acordamos, hubo todo tipo de arribistas que, por medio de engaños, descuidos y despropósitos, se saltaron las colas de espera para poder inmunizarse. La supervivencia del más fuerte, según Darwin, se traduce, hoy en día, en una cuestión de clases: los ricos sobreviven porque tienen tiempo y poder, mientras el proletariado muere joven, en realidad, porque pierde meses y años de su vida en esperar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios