Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

La fe del converso

Hoy es insuficiente ser católico por herencia. A la vista de lo derrochado por abandono, puede ser poco lo que se reciba mañana

La fe del converso La fe del converso

La fe del converso

Heredar la fe es un don, gratuito e inmenso, cuya verdadera dimensión se conoce al tomar conciencia del esfuerzo racional y emocional que supone una conversión y adquiere su máximo cuando se sufre persecución por profesarla. Hay ejemplos estos días para hablar de una cosa y de otra. Lo que sucede aquí a diario y lo acaecido en Sri Lanka sirven para comentar sobre ello.

Si se hace un paralelismo entre persona y país, diría que España recibió gratis la herencia de una fe, sin percibir hoy, o sin querer reconocer, lo mucho que supone. Para darse cuenta de esto, basta con recordar que el calendario se rige por el nacimiento de Cristo, el descanso semanal se toma el mismo día que lo hizo el Creador y que las fiestas locales rodean a las celebraciones religiosas. Contrasta esa falta de percepción española con el comportamiento racional, sin restricciones mentales, de un estado laico como el francés que se propone recuperar uno de los mayores templos católico: la catedral de Nuestra Señora de París; más allá de la religión y simplemente por ser parte de una herencia colectiva.

El legado personal para muchos y el colectivo para todos los españoles, recibidos durante siglos de manera gratuita, se toma aquí como algo que se puede derrochar o despreciar, sin más ni más. Se hace con el mantra de considerar inaceptable recibir algo que nunca se eligió: ser cristiano o español; como si se pudiera elegir a los padres o desvincularse de los antepasados. En el fondo, un eslogan laicista y populista, sin soporte intelectual, que encubre fines destructores: renegar de la familia porque da valores esenciales que no gustan y despreciar derechos fundamentales de la nacionalidad española por no concordar con una sectaria ideología.

La defensa de los valores de la familia merece, como cristiano, buscar elementos de una conversión para volver a asumir la fe que se recibió en origen. Y vale dejar claro, como español, los derechos fundamentales de la Constitución y las tres cosas insustituibles que España da a sus ciudadanos: una tierra donde vivir libremente, un idioma universal para entenderse y una historia milenaria para ser reconocido como ciudadano de una gran nación en el mundo real. En el fondo, todo lo que se aleja del apátrida imaginario que algunos quieren ser.

Hoy es insuficiente ser católico por herencia. A la vista de lo derrochado por abandono, puede ser poco lo que se reciba mañana. Tanta mengua es producto, en parte, del hurto de verdades cristianas en la vida pública para convertirlas en folclore. Véase la transposición de actos de trascendencia religiosa en banales celebraciones pseudo-sociales. Muestra de ello el irreverente bautismo civil o la mutación de la cabalgata de los sabios Reyes Magos en un cortejo de insolventes personajes disfrazados de trotamundos.

Pero además, esa merma tiene que ver con el ambiente facilongo que proporciona el nihilismo, con el vacío moral y ético que propone, o la nula trascendencia que el relativismo da a la fe. Aparentemente todo eso parece hacer más cómoda la existencia, ya que deja al margen la cansada necesidad de pensar. Sin embargo, la realidad es que destruye la esencia racional del ser humano. Invalida aquello que decía Descartes de "Pienso luego existo".

Si el pensador francés llegó a tan sólido resultado para unir existencia y pensamiento, también se encuentra un vínculo igualmente consistente entre la razón y la fe en escritos como los de Joseph Ratzinger, Su Santidad Benedicto XVI, eminente profesor y profundo creyente. En ellos queda claro que la modernidad, al aceptar como válido únicamente lo nuevo, dejó a la sociedad occidental en una post-modernidad sin raíces, un vacío de razón que le alejó de Dios. Tanto es así, que ese alejamiento se mutó en agresiones a la Iglesia, precisamente por defender la esencia de la propia sociedad. Si las muertes en la antigua Ceilán son la manifestación brutal de los ataques, el acoso permanente a los valores cristianos en la vida pública occidental es una versión maquillada, pero igualmente dañina, de la misma ofensiva.

Al contrario del dicho popular, admiro la fe del converso, esa que llevó a Newman o Chesterton a considerar que la conversión les enriqueció la mente al abandonar el injusto trato a la Iglesia y que les bastó dejar de hacer fuerza y gritar en su contra, para oír con placer lo que decía.

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