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Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

El giro de las puertas

Hay virtudes que una vez perdidas, perdidas están. Esta semana, vi a un juez perder la imparcialidad y a un militar guardar su neutralidad. Debió creer el ministro que ser coronel es un cargo político. Se equivocó

El giro de las puertas El giro de las puertas

El giro de las puertas

El cambio de actividad profesional suele ser normal en las sociedades modernas. Lo es porque, conforme avanza la vida, el ser humano trata de superarse a sí mismo, eso que metafóricamente se llama "búsqueda de nuevos horizontes". Dentro de esa alegoría de palabras, el paso de una actividad a otra y el retorno al origen se conoce como el fenómeno de "las puertas giratorias", una denominación despectiva en política para quienes, después de ejercer un cargo público, se marchan al sector privado para obtener rédito personal a costa del pretérito servicio público.

Ningún sentido negativo debería tener entrar en política o volver al ejercicio profesional. Al fin y al cabo la política bien entendida es un servicio social. Pero la realidad es que lo que media en el tránsito de una a otra actividad es el desequilibrio entre el cargo que se ocupa y la competencia profesional para ejercerlo. Este desequilibrio entre lo que se es y donde se está, se interpreta como un método ilícito para un enriquecimiento indebido. Sí, porque cuando se citan las "puertas giratorias", fundamentalmente se habla mucho del beneficio personal y nada del servicio a la sociedad.

Dejo aparte la envidia que produce en los mediocres el éxito de los excelentes. Ya se sabe que es un pecado capital al que se dedica mucha atención, hasta dirimir si somos envidiosos, como dice Eslava Galán, por desear lo ajeno, o envidiados, como argumentaba Sánchez Ferlosio, por creer que los demás quieren algo nuestro. Me quedo con lo dicho por Quevedo: "La envidia es un pecado que castiga a uno mismo". Así es. Sea por "fas" o por "nefas" produce dolor siempre a quién cae en ella.

Si la política es el arte de regir el gobierno de las naciones, está claro que es una necesidad para aportar bienestar a los ciudadanos. Como todo arte, requiere de una técnica, habilidades para plasmar las ideas en obras. Eso que Lope de Vega llamaba "pasar de las musas al teatro". Esa pericia se llama administración, pública o privada, un conjunto de recursos humanos y materiales capaz de tornar la entelequia en realidad tangible. Los técnicos son los funcionarios, laborales, estatutarios o profesionales, tan denostados e injustamente señalados como precindibles en estas últimas décadas. La progresiva invasión de la administración con nombramientos de afiliados políticos para cargos administrativos hace que se pierda la capacidad de llegar al mundo real. Se dan ingeniosas ideas, se desconoce cómo ponerlas en marcha y se prescinde de quién sabe cómo hacerlo. Defiendo una política con políticos y una administración con funcionarios porque la experiencia dice que tan malo es un gobierno de administrativos como una administración de políticos. Lo primero lleva a la nada por superávit en burocracia y lo segundo por déficit en competencia profesional.

Parece que la política necesita aislarse para mantener los beneficios que aporta y las puertas giratorias son un sistema eficaz para mantener la estanqueidad, evitar que se pierda el confort con que se vive en el interior y permitir la entrada y salida selectiva de personas. Sin embargo, como ambiente cerrado, adquiere un aroma singular. Neutralidad e imparcialidad deberían primar para bien general, pero se diluyen en sectarismo político y nepotismo administrativo. Hay tanto vínculo familiar de hecho que se hace difícil servir en política años entre quienes desde pequeñitos se acomodan de por vida en esa atmósfera clausurada.

La neutralidad política es esencial para un militar, como la imparcialidad para un juez. Desde 1977, los militares que se pasan a la política deben pedir el retiro, cruzar la puerta sin retorno que les impedirá volver a la milicia. Así se debió pensar también para los jueces, por aquello de la imparcialidad, pero la cosa debió decaer. Tal vez, por ser intérpretes de las leyes, los jueces pudieron mantener para ellos la impropia puerta giratoria entre la política y la justicia. Hay virtudes que una vez perdidas, perdidas están. Esta semana, vi a un juez perder la imparcialidad y a un militar guardar su neutralidad. Debió creer el ministro que ser coronel es un cargo político. Se equivocó. Por más que compañeros de su bancada gubernamental quisieran lo contrario, la milicia obedecerá a la persona titular de ministerio, como escriben ahora, pero ya nunca tendrá el afecto que se profesa a un jefe, ni el respeto que merece un juez.

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