Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

La hora de Albert Rivera

Un sector del electorado sueña con ver al partido naranja en el poder

La hora de Albert Rivera La hora de Albert Rivera

La hora de Albert Rivera

E L líder del partido, centrista y liberal, que es Ciudadanos nunca mirará el reloj como el sheriff de Hadleyville, Will Kane (Gary Cooper), abandonado por todos, menos por su amante, Helen Ramírez (Katy Jurado), ante la llegada del terrible forajido Miller y su banda, en Solo ante el peligro, la gran película, magistralmente dirigida por Zinnemann. Tampoco, lo mirará como Dan Evans (Christian Bale), que tiene que llevar al bandido Ben Wade (Russell Crowe) en el tren de la tres y diez hasta la prisión de Yuma. Ni tampoco, como el sheriff Matt Morgan (Kirk Douglas), el cual tiene que conducir al asesino de su mujer, el hijo de su amigo, Craig Belden (Anthony Quinn), en el último tren que sale de Gun Hill: el tren de las nueve. Y menos aún como Charlie (Teresa Wright) mira el reloj de un edificio en La sombra de una duda, la magnífica película, que dirigió Alfred Hitchcock. El joven político, que tiene un claro perfil kennedyano, aun cuando presente notables diferencias con el presidente asesinado en Dallas, mirará su propio reloj, antes que cualquier otro, mostrando serenidad y sosiego, porque percibe que las encuestas le son favorables y un sector del electorado sueña con ver al partido naranja en el poder.

Si, para que la primera transición se hiciera realidad, era necesario que el Partido Socialista Obrero Español llegara a gobernar con una cómoda mayoría; para hablar de una segunda transición es necesario que uno de los llamados partidos emergentes, en este caso, Ciudadanos, de acuerdo con las encuestas publicadas en los últimos días, lo logre en las elecciones generales de 2020. Los cuatro líderes, Rivera, Rajoy, Sánchez e Iglesias, se mirarán de reojo y tratarán de descubrir, si es posible, cómo funcionan las manecillas de los relojes de los demás y de qué manera marcan los minutos y los segundos, aun cuando ellos no sean ni Gary Cooper, ni Christian Bale, ni Kirk Douglas, ni Anthony Quinn. Y tendrán que aprender mucho del gran Zinnemann para escenificar el tráiler de la política española en unos momentos tan complicados, en los que están juego la unidad de la nación, el sistema de pensiones y el porvenir de los jóvenes, cruelmente golpeados por el paro y el empleo precario. Ni Rivera, ni Sánchez, ni Rajoy, ni Iglesias son actores, pero algo de protagonistas debieran tener para proyectar en esa gran pantalla que es España los objetivos de un programa ambicioso y realista, que dé respuesta a cuestiones y asuntos de tanta trascendencia.

Mas es Albert Rivera, el que antes que ningún otro político, por los pronósticos tan favorables, debería reflexionar sobre aquel enunciado, tan sabiamente construido de San Agustín: «Si nadie me lo pregunta, lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé». Para persuadir y convencer a cierta parte del electorado, el joven político del partido centrista debiera leer a los clásicos, pasar las páginas de Gracián de una en una y subrayar el pensamiento de Quevedo, don Francisco con un lápiz, dilectamente buscado y hallado en una librería de viejo; o sea, en aquellas librerías con las que soñaban los eternos escritores de periódicos como Umbral, igualmente don Francisco. «Todo lo que realmente nos pertenece es el tiempo; incluso el que no tiene nada más lo posee», escribía Gracián en la huella de los instantes, que se hacen infinitos en la rima de los días. Rivera lee más de lo que parece y aparenta. Mas, aun cuando sea un buen orador, debería asimilar los conocimientos de la oratoria ciceroniana con profundidad y rigor. La lectura de dos tratados como el De oratore, donde se defiende una mejor formación cultural del orador, y Brutus, donde hace un recorrido por la oratoria romana, son obras imprescindibles.

Un político culto no debe ser una excepción, sino el ejemplo en el cual los ciudadanos se miren. Albert Rivera, hijo de un catalán y una malagueña, fue campeón nacional universitario de debate. Mas debe procurar que su dialéctica tenga la semilla hegeliana y kantiana. En los debates de aquí hasta dos mil veinte, la voz de quien puede ser presidente del Gobierno tiene que ser el referente de una nueva manera de hacer política. Aquella frase de John F. Kennedy: «No todos tenemos el mismo talento, pero sí las mismas oportunidades para desarrollar nuestros talentos», no puede ignorarla un político que quiera llegar a la Moncloa. Y Rivera, siendo kennedyano por convicción, menos todavía. Los mensajes son algo más que sintagmas. «Siempre hay tiempo para soltar las palabras, pero no para retirarlas», escribía Baltasar Gracián. Un candidato, que acaricia el triunfo en las urnas, tendría que caligrafiar el enunciado del escritor del Siglo de Oro en el ahora que continúa. Como si fuera un poema de Ismaíl Kadaré.

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