Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

La ley Celaá

En Ibiza ya han perseguido a algún profesor por hablar en español. ¿Hay lágrimas en sus ojos, señora ministra, mientras Terpandro toca la cítara?

La ley Celaá La ley Celaá

La ley Celaá

La ley que lleva la identidad de esta mujer honorable no es literatura, ni filosofía, ni ficción, ni el manuscrito de los sintagmas insondables que permanecen. Tampoco es un poema de Claudio Rodríguez o María Victoria Atencia, ni un cuento de Charles Perrault o Edgard Allan Poe, Julio Cortázar o Juan Rulfo. La reforma Celaá es una guerra entre las dos aes, una átona y otra tónica, del apellido de doña Isabel, que no se soportan y van a tener que divorciarse como Enrique Ponce y Paloma Cuevas; aunque el torero se niegue a firmar, con el consiguiente mosqueo de Ana Soria: diosa del Mediterráneo: ni la Gioconda en el museo del Louvre; aun no siendo el diestro Leonardo da Vinci, ni la ministra, Mona Lisa. La separación de las dos vocales es un hiato que convierte a Celaá en una definición ortográfica que la Lomloe pone en cuarentena, sin tener la COVID, porque el virus, ágrafo, él, infecta las tildes para que no puedan circular por las palabras y dé igual Celaá que Celaa, Sánchez que Sanchez: «que, al fin y al cabo, ¡qué más da!», argumentarán los ortógrafos de la Logse. En un tuit de octubre de 2018, la ilustrada señora escribió: «El anuncio del presidente del Gobierno de universalizar la educacion de 0 a 3 años con los proximos Presupuestos supone una iniciativa crucial para la igualdad de oportunidades»: educación y próximos: una palabra, aguda, acabada en n; y otra, esdrújula, con las tildes, en el arca de Noé.

«Lo mismo da triunfar que hacer gloriosa la derrota»: lo aseveró don Ramón María del Valle-Inclán: la Lomloe y la concertada: las hijas de la ministra, en el colegio Bienaventurada Virgen María-Irlandesas de Lejona, en Vizcaya, y sus nietas, en un colegio concertado religioso y bilingüe de Madrid. ¿«Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?». Don Francisco de Quevedo: lo que se mira y lo que no se ve; cuando los ojos amanecen en el alba contemplando los abrazos y caricias de acentos y comas, puntos y diéresis, interrogaciones y exclamaciones. La Ortografía de 2010: el sol que versifica la acentuación en aquellos tiempos y en estos; y presupuestos, con mayúscula: que las minúsculas también pedirán el divorcio exprés: IVA y procurador, 100 euros, ¡que paga la Lomloe! La ley Celaá es estudiar en el colegio Sagrado Corazón de Bilbao y darle, de abajo a arriba, buscando directamente el mentón y la mandíbula, un uppercut a la ley Wert, cuya mejora de la calidad educativa era otro chiste de tebeo. «¿Cuántas son 2x2, Jaimito?»: «Empate». «¿Y 2x1?»: «¡Oferta!». La ley Celaá, como la ley Wert, es dejar al griego y al latín en paños menores entre Calamocha, Teruel y Molina de Aragón, hacer una parodia del frío con una nevera portátil de Milanuncios.com y recordarnos un debate en las cortes franquistas. José Solís Ruiz, la sonrisa del régimen, natural de Cabra y ministro de la secretaría general del movimiento, preguntó: «Porque, en definitiva, ¿para qué sirve hoy el latín». Adolfo Muñoz Alonso, desde su escaño, replicó: «Pues, por ejemplo, señor ministro, para que a su señoría lo llamen egabrense y no otra cosa más fea». La ley Celaá es un tambor de Calanda y otro, de Hellín, redoblando vocales y consonantes, con los palillos acudiendo a la evocación de las onomatopeyas; las cuales huyen de la gramática, que canturrea en el umbral de una guitarra, con las cuerdas en solfeo: no sabiendo si son seis, cinco o cuatro.

La ley Celaá es la ley Wert al revés, como ejemplifica la historieta que convierte la agudeza en ocurrencia: se trata de un hombre muy susceptible y va otro y le dice: «¡Oye tú!». Y le responde: «¡Pues anda que tú…!». La ley Celaá, como antes la del ministro de dicho apellido, es un micrófono roto, que no funciona ni en el iPhone, ni en el PC: oraciones coordinadas y subordinadas, sin saber si su transfuguismo lo instiga la Lomloe o la Lomce. La ley Celaá es leer la Historia de la vida del buscón, llamado don Pablos:

ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños mirando al infinito, sin saber si el mar es el poniente contra la noche, un fonema que naufraga, la voz de las olas cuando están calladas o la expresión de una sonrisa, fingida en su desnudez. ¿Percibe, doña Isabel, que la lengua española es un tesoro cultural, cuyo destino va más allá de la literatura universal? Vuelva usted mañana, por Mariano José de Larra. En Ibiza ya han perseguido a algún profesor por hablar en español. ¿Hay lágrimas en sus ojos, señora ministra, mientras Terpandro toca la cítara? Maradona hablaba la lengua de Borges en la eternidad que persiste.

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