Tribuna

Rubén San Isidoro

Periodista

La odisea de la democracia

En ocasiones me pregunto si cualquier persona estaría dispuesta a afrontar este proceso para ejercer su derecho al voto. La respuesta es claramente no

La odisea de la democracia La odisea de la democracia

La odisea de la democracia

El próximo 28 de abril se celebran unas elecciones clave para España, unas elecciones que servirán de termómetro para medir el auge de la ultraderecha, la capacidad de movilización del PSOE y el posible descalabro en votos perdidos de PP, Ciudadanos y Podemos. Nos encontramos en campaña, y por lo tanto no os atormentaré más con disquisiciones de carácter electoral, puesto que ya tendréis suficiente, vosotros electores, con mítines egocéntricos, anuncios radiofónicos enmarcados en un ambiente festivo por la Semana Santa, y debates electorales convertidos en patios de colegio, lodazales argumentativos, discursos vacíos, crispación absoluta. Sin embargo, no es esto de lo que toca hablar, sino de la voluntad democrática, la expresión mínima que como ciudadanos nos corresponde cada cuatro años, el ejercicio de votar, algo singularmente importante y necesario para la convivencia democrática. Si han leído alguno de mis artículos, sabrán que me encuentro fuera de España, y que, por lo tanto, si deseo expresar mi opinión en las próximas elecciones, habré solicitado el voto por correo como no residente. Así es, bienvenidos a la odisea democrática, una quimera burocrática que aburriría a cualquiera y acabaría por derrotar al más escéptico. Obviamente, en su momento, me formulé la pregunta: ¿quiero votar? La respuesta fue un sí rotundo. Soy de las personas que cree fehacientemente en el ejercicio del voto como manera de cumplir como ciudadanos de un país libre y democrático. Sin embargo, cuando pronuncié ese sí en mis adentros, no tenía ni idea de la vorágine burocrática a la que acababa de acceder. Os puedo asegurar desde Nueva York, que sí, que el temible voto rogado existe, y no, no es una fábula de los hermanos Andersen, es una realidad, una realidad que está causando estragos en los electores que nos encontramos fuera temporalmente. Mi condición de no residente facilitó un tanto el procedimiento administrativo para solicitar mi voto, pero eso no evitó el tedio y las largas esperas. Para explicar un poco dicho procedimiento, primero tuve que darme de alta en el Consulado español de Nueva York, para acto seguido, acudir a las mismas oficinas para solicitar el voto, toda vez que el período electoral quedó oficialmente abierto por el BOE. Hasta aquí todo bien, pero es fácil perder una mañana entera para cada uno de estos procedimientos. A partir de ese momento, un largo proceso para recibir el voto en el domicilio particular. Finalmente, tras un mes de espera, las papeletas y las instrucciones llegaron. Sí, un mes, cuando la trabajadora del Consulado nos aseguró que llegarían "enseguida". Después de eso, me dirigí a la oficina de correos más cercana y conseguí enviar mi voto. Pues bien, este es el procedimiento para un no residente. Necesitaría otro artículo más para intentar explicar el de residente o, directamente no votaría.

En ocasiones me pregunto si cualquier persona estaría dispuesta a afrontar este proceso para ejercer su derecho al voto. La respuesta es claramente no. Si la ya abstención es alta, la Administración no se lo pone nada fácil a las personas que se encuentran fuera de España durante la celebración de los comicios por motivos varios. Algunos partidos defienden cambiar la ley electoral, injusta como poco, acabar con el voto rogado, pero ahí se queda, en un ejercicio de seducción electoral, de promesas que caen en saco roto. Al final, la gran mayoría de los españoles siguen sin votar desde el extranjero, algunos por la incomodidad del proceso, otros porque directamente no reciben el voto. En definitiva, un vía crucis en toda regla. Es cierto que la digitalización de los procesos electorales aun entraña riesgos en lo que respecta a la legalidad de los mismos y a unas mínimas garantías democráticas, pero desde la Administración debe acabarse cuanto antes con el voto rogado. Nada más que la terminología ya alude a "rogar el voto", y nada más lejos de la realidad. Durante un mes, mantuve más conversaciones en persona con los administrativos del Consulado que con mi propia madre. Sin embargo, si esto no se ha conseguido modificar hasta el momento es por los claros intereses partidistas. A ciertos partidos les interesa silenciar el voto en el extranjero y facilitar así la abstención, una abstención que siempre ha beneficiado más a unos que a otros. Sin embargo, estando los dos colores en el Gobierno, ninguno ha logrado acabar con la odisea democrática por excelencia, el voto rogado.

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