Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

El orden imposible y la frontera invisible

Parece que se recrean fronteras que desaparecieron hace cinco siglos. Todo suena a maniobra encubierta, a trampa, para favorecer el relato secesionista

El orden imposible y la frontera invisible El orden imposible y la frontera invisible

El orden imposible y la frontera invisible

Mandar tiene más de una docena de acepciones en el diccionario de la Real Academia Española. Es un concepto obvio que, por intuitivo, resulta difícil encasillarlo en pocas palabras. Obedecer tiene muchas menos. Será por eso que, en estos días que tantos mandan tanto, es complicado saber qué hay que cumplir. Una orden que requiere explicación será cualquier cosa, menos una orden. Y, si deja de ser una orden, de poco o nada servirá y pocos o nadie la respetarán. Entonces ¿a qué tanto batiburrillo de regulaciones?

Cuando se designó al General Eisenhower Comandante de la Fuerza Expedicionaria para la liberación de Europa, le asignaron tareas que cabían en una cuartilla: Completar la planificación de la invasión aliada del noroeste de Francia; Organizar y adiestrar a las fuerzas que debían llevarla a cabo; Dirigir las operaciones de asalto anfibio; Liberar Francia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Dinamarca de la ocupación alemana; Invadir Alemania en colaboración con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas; y Establecer un gobierno provisional para desarmar y administrar Alemania tras la victoria. Unos términos sencillos para alejar dudas sobre el objetivo final, concisos para desarrollar paso a paso una complicada campaña, y suficientes para dar libertad de acción a quien debía dirigirla. Unos requisitos que contrastaban con la opacidad, retorcimiento y condicionamientos que el dictador alemán imponía a sus generales al otro lado del Canal de la Mancha.

En términos similares: sencillez, concisión y libertad de acción; se manifestaba un experimentado teniente coronel del Cuerpo de Marines durante un ejercicio combinado hispano-estadounidense en el mar de Alborán en 1982. Aquel oficial, combatiente en Vietnam en dos destacamentos, eso que llaman ahora rotaciones (nada que ver con la vuelta que los astros dan sobre si mismos), decía con autoridad que una orden se debe poder gritar, de lo contrario es una disertación. Añadía que, con mayor razón, se debía poder vocear frente al enemigo o si se quería un cumplimiento inmediato. Dejaba así fuera de uso esas expresiones de nuestro léxico normativo de "en su caso", "cuando así se determine" o "en función de" que, insertadas en un mandato, condicionan y crean dudas a los leales que quieren cumplirlo, y dan excusas a los insumisos para incumplirlo.

En tono jocoso, por más serio que sea el asunto, recuerdo al mayor británico que, ante las muchas condiciones que le ponía su superior aliado para cumplir su tarea en un ejercicio multinacional, exclamaba con ironía que

también en el ejército británico se daban órdenes "claras y precisas", a saber, "cuando se encargaba una zanja, se ordenaba hacerla desde cualquier pared hasta la hora de comer". Denotaba con humor inglés, aunque era galés, la dudosa exactitud de la orden y la segura ineptitud de quién la daba.

Acostumbrado a pensar como ciudadano libre y actuar como militar de un país libre, te habitúas a estar al tanto de lo que pasa en uno u otro lugar del territorio nacional para saber cómo defender a tus paisanos. Sin embargo, reconozco la incapacidad como ser humano de conocer lo que hoy pasa y mucho menos cómo debo actuar. Es tal la cascada de normas, diferentes y contradictorias, redactadas con un eufemístico lenguaje, que todas juntas confunden la mente y paralizan la acción del español de a pie.

Así, en este barullo, la universalidad de la pandemia y la urgencia por frenar su expansión hacían pensar en normas únicas, sencillas, técnicamente sustentadas y ampliamente aceptadas, órdenes que voceadas a gritos resultasen fáciles de cumplir. Sin embargo, se vaciaron de sustento científico, se cargaron de ideología, se diseñaron para propios, se empuñaron para castigar ajenos y se hicieron incomprensibles desde el punto de vista geográfico. Y el mando en silencio.

Parece que se recrean fronteras que desaparecieron hace cinco siglos. Todo suena a maniobra encubierta, a trampa, para favorecer el relato secesionista de nacionalismos excluyentes y oportunistas gubernamentales que, para sobrevivir, necesitan negar la libertad para moverse por la geografía nacional, borrar la identidad española y socializar en el sufrimiento a los ciudadanos como antes hicieron el nazismo y el comunismo, los totalitarismos que condenó la Unión Europea y que hoy gobiernan en uno de sus miembros.

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