Tribuna

fERNANDO CASTILLO

Escritor

Un organillo cinematográfico de vanguardia

Un organillo cinematográfico de vanguardia Un organillo cinematográfico de vanguardia

Un organillo cinematográfico de vanguardia

Hace casi un siglo, en 1930, se estrenó Esencia de verbena, una de las películas más significativas de la cinematografía española de vanguardia, obra del hombre orquesta que fue Ernesto Giménez Caballero. Se trata de un personalísimo documental, bien estudiado por Román Gubern, en su origen mudo, en el que el escritor y ensayista -uno de los más destacados agitadores culturales de la época- presentaba una visión original de la capital combinando casticismo y vanguardia. Su subtitulo -Poema documental de Madrid- es una síntesis de los criterios de Giménez Caballero a la hora de realizar una película que tiene como protagonista a los aspectos más locales de la capital, entonces en trance acelerado de modernización.

Y es que Esencia de verbena se puede incluir en la estela de las sinfonías urbanas realizadas en la época, entre las que destacan títulos como Manhatta, de Charles Sheeler y Paul Strand, la esencial de 1927 Berlín, sinfonía de una ciudad, de Walter Ruttmann, inspiradora de este y de otros filmes de poética urbana entre los que se pueden citar Bajo los tejados de París, de René Clair, y Luces de la ciudad, Charles Chaplin, ambos de 1930, o los cortos de Laszlo Moholy-Nagy dedicados, entre 1929 y 1931, a Berlín, Bodegón berlinés, y Marsella, Impresiones del puerto viejo de Marsella, que recuerda la ciudad descrita por Blaise Cendrars unos años más tarde. En Esencia de verbena, obra reveladora de la versatilidad de su director y ejemplo de lo que se puede llamar cine del 27, se mezclan paisajes y personajes de lo Nuevo y del Madrid castizo, culminando la combinación de vanguardia y verbena, de lo moderno y lo tradicional, de lo ciudadano y lo suburbial, que ya había aparecido en el arte y en la literatura de los Años de Plata. Un canto que aunaba en su realización tradición y modernidad dedicado a un espectáculo lúdico y dinámico que parecía idóneo para esa combinación que en España llevaba de lo local a lo universal.

Por la película desfilan Ramón Gómez de la Serna, en una secuencia antológica en la que se convierte en muñeco de pim-pam-pum; el escritor Samuel Ros, quien hace de galán arrabalero acompañado de la actriz Polita Bedrós, el crítico Miguel Pérez Ferrero, sin olvidar a Maruja Mallo, la pintora de las verbenas y del 27, que aparece por medio de sus obras. Giménez Caballero se convierte en una especie de Rodchenko castizo cuyos picados y enfoques audaces no tienen como objeto a las masas de trabajadores moscovitas desfilando, sino a los churros, al tiovivo y a las atracciones de feria madrileñas de la Bombilla y el Manzanares. Lo que en el Berlín de Ruttmann era sinfonía cosmopolita, en Esencia de verbena se vuelve organillo y zarzuela; lo que allí era industria y técnica, aquí se vuelve menestral y artesano, es decir, suburbial, pero sin dejar de enfocarlo todo desde un plano inclinado que aporta la modernidad necesaria para renovar el asunto verbenero. Sin ser realmente una película de vanguardia, la forma de tratar las fiestas de San Antonio de la Florida, con el empleo de un lenguaje en el que priman las asociaciones y el collage visual, la inclinación futurista hacia el movimiento circular con el tiovivo y los barquilleros, las referencias pictóricas de Goya y Maruja Mallo, inevitables en este asunto madrileño, de Picasso, que abre el film, y de Francis Picabia, dan lugar a una visión de Madrid que quiere ser cosmopolita a fuer de castiza, como le gustaba a Ramón.

Predomina en Esencia de verbena esa visión urbana tan singular que es el paisaje suburbial, el arrabal ferroviario anocheciendo en el que el farol de gas parece ir escoltado entre torres metálicas de electricidad como las dibujadas entonces por Gabriel García Maroto, a modo de compendio de la industria pacata que tenía la capital. Es este un entorno confuso, intermedio, en el que coinciden rasgos urbanos y rurales, en el que ni el campo es rural, ni la urbe, ciudad, y que adquiere en estos años de aparición de la ciudad moderna o, si se prefiere, de desaparición de la tradicional Villa y Corte, un notable protagonismo literario y artístico que enlaza con la más noventayochista poética del solar. Basta recordar las descripciones del arrabal en la literatura o la presencia de las verbenas y de los desmontes suburbiales en la pintura, que interesan a una extensa nómina de artistas y escritores, para tener una idea de su importancia.

Es Esencia de verbena una creación entre las más destacadas de su autor, entonces director de La Gaceta Literaria, uno de los órganos esenciales de la vanguardia hispana que estaba a punto de dejar de serlo al llegar esos años treinta de radicalismos encontrados. Una época complicada, de soluciones totales y enfrentadas, que por medio de recorridos muchas veces contradictorios, llevarían a los antiguos compañeros de las artes y las letras primero al comunismo o al fascismo, como sucederá en el caso de Ernesto Giménez Caballero, y luego a las trincheras.

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