Tribuna

Javier González-Cotta

Periodista y escritor

De oriente al desoriente

De oriente al desoriente De oriente al desoriente

De oriente al desoriente / rosell

Hace muchos años, la última vez que asistí con mi padre y mis sobrinos a la cabalgata de Reyes Magos, se me quedó grabada una escena que hoy pervive en el recuerdo, justo cuando el meteoro de Oriente refulge un año más, como ardiente entraña, sobre la inocencia perdida. Aguardábamos la salida de las carrozas de la Universidad de Sevilla, en la glorieta contigua a la vieja Fábrica de Tabacos. Estábamos bajo la grupa y los enormes huevos colgantes del caballo del Cid Campeador.

Bajo la triste luz vespertina podían apreciarse las carencias artísticas de aquella tramoya montada en su día por Jacinto Ilusión (aquel José María Izquierdo que divagó sobre la supuesta gracia sevillana). Y cierto era -lo recuerdo bien- que ni la Estrella de la Ilusión ni los pajes ni las doncellitas de las carrozas que precedían al primer rey Melchor se mostraron generosos en el reparto de caramelos.

La ruta de los Reyes Magos no había hecho sino comenzar. Había que reservar caramelos para la jubilosa noche de la espera, cuando las calles encendieran sus bombillitas y sobre la ciudad reinara otra vez, como en Nochebuena, la fantasía de la estrella de Belén sobre la otra supernova del Niño Dios.

El pueblo a nuestro lado gritaba y pedía caramelos. Pero, al llegar el rey Melchor, con su corona fraudulenta y su escarmentada barba blanca, no hubo granizada de caramelos, sino pantomimas y algún que otro salpicón de caramelillos aislados. A nuestro lado un hombre con barba rala y jeta agria (sin duda un sindicalista del metal), que sostenía a su prole en brazos, le gritó que tirara caramelos y que no se los guardara para los niños ricos de Los Remedios. Miré enseguida a mi padre, al que de pronto se le puso cara de Alianza Popular, el partido al que solía votar.

Mi padre no me dijo nada, ni durante el paso de la comitiva ni después, cuando ya todos regresábamos a casa bajo la fronda del parque de María Luisa. Yo sólo era un joven al modo borgiano, infeliz, confuso y algo bobo, que leía Viaje al fin de la noche de Céline sólo por el gusto de ver cómo en sus páginas se arrasaba toda loa a la juventud. Pero me di cuenta de que algo rumiaba mi padre por lo ocurrido. No era enfado, sino pena. Ni siquiera en plena cabalgata de Reyes Magos se disipaba el rencor español, el miserable influjo de la ideología sobre el candor y la fantasía.

Como todos los años, el día de la cabalgata de Reyes Magos suelo fijarme en el itinerario por el que ha de discurrir la comitiva de Oriente por Sevilla. Y me detengo en las calles sentimentalmente feas de Los Remedios. No sé si por aquí siguen viviendo los niños ricos o, tal vez, aquellos niños que fueron supuestamente ricos, pero que hoy viven ya la epifanía a precio de saldo, como cincuentones del montón, cumpliendo con su aparente papel de socios del Club Labradores o como perdedores acodados en las barras de los bares del barrio (o las dos cosas a la vez).

Hoy por hoy la Navidad no se libra de la pugna ideológica. Perduran aún las viejas ardentías que aquejaban a mi imaginario sindicalista del metal (¿qué habrá sido de aquel tipo?). Pero ahora se ha dado otro paso más allá de la inquina de clase. Desde hace años se prodigan los debates sobre si debe ocupar el espacio público el misterio de Belén o las arcaicas evocaciones de la paganía. En la nueva Navidad los niños se dividen más allá de los barrios de pudientes y los barrios humildes. Se dividen ahora entre niños laicos depurados, niños cristianos y, también, niños fronterizos, que lo miran todo desde el medio como niños-jueves, con ojos de duda o de aburrimiento transitorio.

En Barcelona la alcaldesa Ada Colau ha promovido la fiesta del Señor Invierno. O sea, una adaptación infantil de las saturnales romanas dedicadas al solsticio, de las que a su vez deriva, desde el siglo IV en adelante, la fecha del nacimiento del Mesías el 25 de diciembre. Da pereza recordar que el misterio de Jesús evoca desde la fe al Sol Invictus de los padres paganos. Desde el aviso de Isaías al rey Ajaz de Judá (año 733 a. C.), hasta el milagro obrado en el pesebre, el cristianismo traza su enigmática elipse sobre el tiempo y la cábala de los profetas. Hasta que Mateo escribe, tras lo sucedido en aquel umbrío establo de Belén, "que hasta las zorras tienen sus madrigueras y las aves su nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza".

Tal vez la fábula del Señor Invierno guste más a los niños de hoy que la gran aventura que lleva a la cueva de un lugarejo perdido de Israel. Si ayer se les increpaba a los Reyes Magos por guardarse los caramelos para los niños ricos, hoy se les critica por ser reyes, pero que nada tienen de magos y que encima rinden pleitesía al patriarcado. El cartel ya viral del Ayuntamiento de Coruña muestra a tres Reinas Magas multiculturales (una lleva yihab). Las tres ejecutan un vistoso corte de mangas. La fantasía por el Finisterre ya no tiene la pócima de sabiduría de los tiempos de Álvaro Cunqueiro.

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