Tribuna

José maría Martínez de Haro

Escritor y periodista

La política como farsa

El atrevimiento de este inesperado líder socialista se ha visto en su propia limitación en los primeros tres minutos para la formación de su Gobierno

La política como farsa La política como farsa

La política como farsa

T RATEMOS de apartar la vista al escenario más estridente; las rectificaciones diarias del Gobierno. Las mentiras flagrantes de Ministros y altos cargos. Los altos costes de políticas improvisadas y temerarias. No miremos hoy a los másteres y tesis doctorales falsos o bajo sospecha. Tratemos de ignorar la debilidad parlamentaria del Gobierno, sus facturas de elevado interés a golpistas, anticapitalistas, revisionistas históricos, estalinistas de diverso pelaje, todo ese montón de pitanza que se cobra a los españoles de toda condición para satisfacer a quienes se declaran enemigos del Estado y de la España constitucional del 78. Vayamos al fondo de todo esto.

Los que hemos leído con interés la historia de España, asignatura por cierto hoy en desprestigio, nos asombra esta etapa de la política española donde todo se escenifica ante el público espectador como en una farsa medieval. Tuve curiosidad y me leí los mejores discursos del siglo XX en los sucesivos Parlamentos de España. Desde la restauración monárquica hasta los Gobiernos de Felipe González. Me he deleitado con la firmeza discursiva de Cánovas del Castillo, Emilio Castelar, Antonio Maura, Eduardo Dato, Francisco Silvela, Pablo iglesias, etc. Más tarde en la II República; Manuel Azaña, Alcalá Zamora, Indalecio Prieto, Gil Robles, José calvo Sotelo, Largo Caballero, Santiago Carrillo, La Pasionaria, Alejandro Lerroux, Juan Negrín, Julián Besteiro, etc. Todos ellos en la Tribuna de oradores o desde el escaño, sin un solo papel alzando la voz y poniendo acento en las propuestas y debates sobre España y sus muchas complejidades. Mucho más tarde, en los comienzos de la Transición tuve el honor de trabajar junto a Adolfo Suarez a sus primeros discursos parlamentarios y en su mismo grupo a Herrero de Miñón, Marcelino Oreja, Alfonso Osorio, etc. En la derecha, Manuel Fraga, Fernando Suarez, Cruz Martínez Esteruelas, y tantos y tantos otros. Y después a Felipe González, Alfonso Guerra, a Ciriaco de Vicente, Solchaga, Boyer, Morán, etc . Daban muestras de conocimiento y decisión en el tono y fondo del discurso , en sus gestos y espontaneidad. Hablaban sin retractarse de nada, por sus convicciones e ideales, desde la perspectiva de siglas opuestas, pero con la firmeza de quien sabe que está ante la historia.

Tuve ocasión de ser testigo de alguna decisiones arriesgadas en los gobiernos de Suarez y Calvo Sotelo. En modo alguno improvisadas, algunas son ya historia pero en casi siempre consensuadas en lo esencial con los principales grupos parlamentarios. Pues bien, desde aquellos años iniciales del siglo XX hasta los gobiernos del PSOE ningún Presidente o Portavoz de diferentes grupos y partidos políticos gobernó bajo la tutela de nadie. Se midieron a su altura y circunstancias y pudieron triunfar o fracasar pero siempre con la responsabilidad del político que conoce su oficio. Ninguno que yo sepa se dejo influir o manejar por ningún asesor o manager como los cantantes o estrellas del cine. Incluso hasta el necio Rodríguez Zapatero se bastó por sí mismo sin ayuda alguna para lograr la absoluta marca de necedad internacional.

Hasta que llegó José María Aznar con el PP . Y todo esto cambió de forma súbita. Aznar, muy moderno, se dejó llevar por lo que se llama el marketing político. Y contrató a un sociólogo de sobrada reputación troskysta en su Málaga natal, Pedro Arriola en calidad de asesor áulico. Comenzó el "arriolismo" cono doctrina única y comenzó la farsa. Fue muy aireado en los medios de comunicación por su esperpéntica esposa, Celia Villalobos también de efervescencias troskystas, y aplaudido por el grupo estable de palmeros de Génova,13 encabezados por el joven Arenas, Juan Carlos Vera y otros pensadores de talento. El PP se fue vaciando de su propia sustancia para sustituirla por flagrantes incumplimientos electorales, inconsecuentes leyes contra su electorado y actuaciones al hilo de las predicciones de Arriola. Como cabría esperar el partido degeneró y alcanzó sus últimos estertores con el agónico final de Mariano Rajoy. Como buen "guevón" Rajoy no quiso esforzarse en mejorar la estructura del partido, ni sus elementos fundamentales y doctrinarios y continuó con el mismo equipo con Arriola a la cabeza. Hasta sus últimas consecuencias en la catástrofe de la moción de censura y la pérdida del Gobierno y del poder. Derrota histórica que mostró las costuras deshilachas del partido que fundió en uno solo a dos partidos históricos de la transición; UCD fundada por Adolfo Suárez y AP fundada por Manuel Fraga.

Y llegamos a Pedro Sánchez con sus gafas de sol. !¡ Já¡!. El atrevimiento de este inesperado líder socialista se ha visto en su propia limitación en los primeros tres minutos para la formación de su Gobierno. Todo marketing, ocurrencias, rectificaciones, desmentidos, una campaña donde la imagen sustituye en su plenitud a la política. Sánchez responde únicamente a lo que diga Iván Redondo, el nuevo Arriola aunque Sánchez no lo sepa. Tal es así que sin conocer el sentido exacto de la medida, Sánchez se hace diariamente "un Rajoy" en relación a Cataluña con el añadido de las constantes entregas al golpismo tutor de sus políticas territoriales a cambio de votos en el Parlamento.

Se pone de manifiesto que los elegidos democráticamente no responden a las expectativas de su representación. Son meras marionetas de sus asesores y estrategas de imagen y el contenido esencial de sus políticas y sus mensajes están medidos por las técnicas de mercadotecnia, no por las necesidades y esperanzas de la sociedad española.

Una gran farsa donde la impostación es el arte único para gobernar. Cualquier actor hubiera representado el mismo papel, con mayor profesionalidad y ética.

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