Tribuna

Rubén San Isidoro

Periodista

El postureo americano

Los neoyorquinos siempre encuentran pequeños resquicios dentro de su atareada agenda para organizar una fiesta con el fin de atraer la atención de todo el vecindario colindante

El postureo americano El postureo americano

El postureo americano

Vivimos en unos tiempos donde ya no importa nuestra felicidad interior, que queda despojada de nuestra rutina como mundanal ruido, con las nuevas tecnologías que han llegado para hacernos la vida más fácil, también se ha producido un fenómeno imparable que ha venido para quedarse, el indómito postureo. En esta ocasión, no voy a hablar de postureo en lo que se refiere a la obligación que siente cada persona en su interior por publicar toda su vida, desde que se levanta hasta que se va a dormir por la noche en una de las muchas redes sociales que nos han convertido en seres dependientes de los teléfonos móviles. Podría escribir una novela en torno a este asunto y aun así necesitaría más tiempo y espacio para describir acertadamente todo lo que gira en torno al postureo telefónico, que ha cautivado principalmente a las capas más jóvenes de la sociedad mundial.

Derivado de mi experiencia en Estados Unidos, concretamente en la ciudad más cosmopolita, Nueva York, he podido ser testigo de la forma de vida de los americanos y podría sentenciar que el postureo y lo que piensen de ellos se ha convertido en su modelo a seguir, al menos de aquellas personas que gozan de una situación económica favorable con respecto a la media. Los neoyorquinos siempre encuentran pequeños resquicios dentro de su atareada agenda para organizar una fiesta con el fin de atraer la atención de todo el vecindario colindante. En esta ciudad las fiestas son anunciadas a bombo y platillo, y no precisamente porque sean de carácter público y reúnan a ese vecino de enfrente con el que nunca te has hablado, sino para avisar de que una gran fiesta va a tener lugar en tu domicilio, ante la atenta mirada del resto de la población. Pues bien, dejando de lado a las personas ajenas a esa fiesta, un americano invitaría a sus seres más allegados, como cualquier persona del planeta Tierra, pero también a personas que lleva años sin ver. Hasta aquí y siendo benévolo, podríamos pensar que ese americano de turno quiere retomar viejas amistades. No siempre es así, en muchas ocasiones, esa invitación se produce para que la persona a la que llevas años sin ver, venga y compruebe el nivel de vida que te ha otorgado tu trabajo o la familia de ricos aristócratas de la que desciendes. He aquí un ejemplo claro.

Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir a una fiesta que se celebraba en la antigua casa de Richard Gere, en el que este momento se encuentra viviendo su exmujer con sus hijos. Por supuesto su exmujer no me invitó directamente a mí, sino a mi jefa, una actriz cuyos mejores años ya han pasado. En el recorrido que hicimos por la inmensa mansión, la dueña de la casa iba mencionando la calidad de los muebles, alfombras, lámparas y televisiones que poseía. Como era de esperar, al abandonar esa fiesta, mi jefa comentó: "Qué casa más grande tiene".

El postureo también entra en escena en el período festivo, principalmente durante Halloween y Navidad, fechas muy significativas para cualquier americano. Cabe la posibilidad de que una familia neoyorquina comience con la decoración de Halloween o navideña con meses de antelación. A veces los propios niños, ingenuos por su edad, se preguntan el porqué de tanta premura para decorar la casa, a lo que la madre siempre responde: "Nunca está de más ser los primeros en el vecindario". Esta cuestión es llevada al extremo en ciertos barrios, donde compiten para comprobar qué casa está más iluminada o cual tiene más Santa Claus colgando del tejado, en lo que respecta a la Navidad. Con estas líneas no estaré criminalizando a las personas más adineradas de este país, pues conocedor de la fortuna que manejan algunas familias, solo podré decir que son afortunados o han trabajado duro para conseguirlo, sin embargo con la desigualdad desbordante que se atisba en cada esquina de los barrios del Bronx, Harlem e incluso en el propio corazón de Manhattan, deberíamos de pensar más en aquellas personas que no saben que rincón de la calle ocuparán al día siguiente para intentar guarecerse del frío en el eterno invierno. La desigualdad en Nueva York, que va directamente de la mano de los sueldos precarios para algunos, desorbitantes para otros y directamente entrelazada con la especulación inmobiliaria, hacen de la ciudad más cosmopolita del mundo, una de las más desiguales. Sin embargo, mañana seguiremos viendo una foto en Instagram del Ferrari que se ha comprado el vecino.

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