Tribuna

José ramón parra

Abogado

A propósito de miopías y universidades

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A propósito de miopías y universidades

Mario ha despertado esta mañana temprano, como suele hacer la gente ocupada, aunque él sólo cuenta con diez años recién cumplidos. Ante la previsión de que el ambiente va estar dominado por una nubosidad variable, ayer nos propusimos aprovechar la lentitud del tiempo de los días feriados, la tregua que esperábamos no iba a dar el otoño, para ir a pisar charcos a la desembocadura del Andarax. Mario camina a mi lado, dejándose guiar. Dejo para él los más pequeños, los menos profundos y embarrados, y confieso que yo no llego a atreverme con algunos en los que no consigo adivinar dónde está el fondo. Anda despacio, ensimismado, pendiente del canto de los pájaros que sobrevuelan nuestras cabezas, quizá desorientados por la extraña calidez de esta mañana de diciembre. Aves autóctonas y otras ultramarinas, de un color y graznido estridente. Sólo rompe el silencio en el que nos hemos empeñado cuando ve que mecánicamente me calo las gafas con un movimiento casi reflejo, mecánico. ¿Qué es eso de la miopía?, me pregunta mirándose las botas, el agua turbia que amenaza los tobillos.

Cómo explicarle las averías que padezco, hacerle entender que a fin de cuentas todo estriba en que mis ojos no focalizan como debieran cuando levanto la vista del suelo. Entonces me quito las lentes y las dejo colgando entre mis dedos; me froto los ojos con los nudillos y amusgo la mirada antes de pedirle que mire al fondo y me diga qué ve. Y donde Mario advierte que hay un nudo que sobresale tímidamente de la horcadura del tronco de un árbol, yo veo la arquitectura rudimentaria y desvalida de un nido. Donde nítidamente advierte que hay una bolsa de plástico que se balancea sujeta por el asa a una mata puntiaguda y reseca, yo creo ver un animal agazapado, quizá un gato blanco con vetas malvas; pero donde Mario ve el horizonte, para su extrañeza, yo también veo el horizonte. La miopía es así. Distorsiona las formas, emborrona los volúmenes y, como la penumbra, dota de cierta belleza a lo que a todas luces carece de encanto.

Quizá en ese defecto radique la respuesta a lo que hace tiempo me preocupa y el problema estribe en que no he sabido enfocar de forma correcta la cuestión universitaria, la trampa en la que a menudo pienso que hacemos caer a nuestros jóvenes. Con esa excusa cabría pensar que la Universidad en la que imparto mi humilde magisterio no se merezca un juicio tan severo por mi parte, y que yo no sea la persona adecuada para criticar el conformismo que detecto en mis alumnos, su generalizada desgana -con magníficas excepciones, claro está-. Es probable que esté equivocado cuando afirmo que sólo el esfuerzo individual, bien acompañado por un sistema educativo público, justo y equilibrado, permite alcanzar el éxito; que debemos hacer entender a los alumnos que si tratan como un mero trámite, y con absoluta ajenidad, los problemas que se plantean en las aulas se estarán alejando inconscientemente del futuro que se les viene encima por la tozudez del transcurrir del tiempo; que, superados los estudios intermedios y alcanzada la etapa universitaria, se hace necesario promover el mérito de aquellos alumnos dotados para la materia en cuestión y, a su vez, sostener y orientar sin fisuras, pero con realismo, a aquellos que se encuentran con dificultades en el camino de la formación que han escogido a tientas, o lo que es peor, con el corazón. Debo estar equivocado cuando creo que lanzar año tras año de forma descontrolada a miles de licenciados (rectius, graduados) a un mercado laboral que no está preparado, ni jurídica ni económicamente, para ello, es condenar a la frustración a muchos de nuestros jóvenes e hipotecar la sociedad que estamos construyendo para el mañana. Seguro que me equivoco cuando mantengo las virtudes gremiales de profesiones como la mía, por lo que los estudiantes, las familias y la sociedad en general tienen que asumir cuanto antes que la Universidad, tal y como está proyectada, no puede por sí sola agotar la formación de un alumno, ni la culminación de unos estudios pueden garantizar el trabajo futuro soñado, si no se ha planificado de forma correcta y desde bien pronto, buscando el apoyo en los profesionales a los que se quiere suceder.

Pero bueno, es probable que simplemente sea eso, que mi juicio se encuentra desenfocado por esta pertinaz miopía…

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