Tribuna

Rubén San Isidoro Martínez

Periodista

Una sociedad indigente

Es posible que los turistas que la visitan ni reparen en la cantidad de personas que se encuentran sin hogar y tienen que probar suerte deambulando entre distritos

Una sociedad indigente Una sociedad indigente

Una sociedad indigente

Frente Más de 62.000 personas viven en la calle en la ciudad de Nueva York. Más de 62.000 personas. Es posible que los turistas que la visitan ni reparen en la cantidad de personas que se encuentran sin hogar y tienen que probar suerte deambulando entre distritos, suplicando por una moneda que les devuelva la esperanza, al menos por un simple instante, al menos por el simple gesto reconfortante de que un ser humano muestre interés por ellos. Son los fantasmas de la ciudad más cosmopolita del mundo, que flotan por sus calles, mientras cientos de personas sacan brillo a sus tarjetas de crédito en multitud de centros comerciales. Sí, ya hablé en su momento del consumismo exacerbado. No ahondaré en el asunto una vez más. Es común que los turistas anden embelesados por las calles de Nueva York al contemplar tal monstruosidad de metrópoli. Es posible que los propios neoyorquinos obvien las figuras fantasmagóricas a las que hacía referencia unas líneas antes, que se posan sobre los edificios como las mariposas antes de completar su ciclo de vida, o simplemente se dejan caer sobre un cartón, intentando guarecerse del frío en invierno, o en busca de una refrescante sombra, que evite los incesantes rayos de sol durante el verano. En más de una ocasión, y no seré el único que se ha dado cuenta, disfrutando de uno de mis largos paseos por el downtown de Manhattan, he advertido la presencia de más de un vagabundo tratando de ganarse la vida. Se desplazan como zombies, con la sutil diferencia de lo que hacen en solitario, pero el tambaleo es similar, pertenecen a otro estrato social, que ni siquiera ha obtenido calificación alguna por la propia sociedad. Quedan fuera de esa sociedad, tanto para turistas, neoyorquinos, o incluso personas como yo, que se preocupan por su situación, pero no quieren o pueden hacer absolutamente nada para resolverla. Nueva York tiene un problema gravísimo con la pobreza de sus capas más desfavorecidas.

Las noticias que copan diariamente el New York Times, New Yorker y tabloides similares, hablan de inauguraciones de centros comerciales mastodónticos, ventas millonarias de viviendas en pleno corazón de Manhattan, actos benéficos que cuentan con la presencia de artistas de renombre internacional que solo buscan posar en las fotos, eventos culturales de carácter prohibitivo por su elevado precio, pero, ¿quién habla de los indigentes? Se suceden los alcaldes de la ciudad, pero ninguno ha sido capaz hasta el momento de poner una solución, o al menos diseñar una estrategia. Está bien ayudar a los indigentes durante el frío invierno, habilitando diferentes puntos del metro o sucursales bancarias, pero no es suficiente. Esas personas siguen durmiendo en la calle. Se invierten millones y millones de dólares en macrooperaciones inmobiliarias que dotan a la ciudad de un nuevo rascacielo que admirar desde el mundo racional, se organizan grandes eventos sociales que dan la bienvenida a las clases más altas de la sociedad, que se regodean entre sí, mientras hablan de la cuantía de su fortuna o de sus próximos proyectos. Si hay alguna ciudad en el mundo que puede dedicar tiempo e inversión para disminuir el problema de la indigencia, esa es Nueva York.

Hace poco leí que un proyecto de 1,1 millones de dólares facilitaría la construcción de tres hoteles que se utilizarían para albergar a un pequeño porcentaje de la población indigente de la ciudad. Una buena medida. No es suficiente. Los gobernantes no solo deben preocuparse por el alojamiento, también por buscar una salida laboral. Debe haber interés en las dos partes, eso es evidente, pero sería interesante analizar la posibilidad de organizar comedores sociales, donde también se hable del mercado laboral y se ofrezcan posibilidades reales de estudiar o trabajar. Supondría una alta financiación muy posiblemente, pero en mi humilde opinión, prefiero ver una ciudad con menos vagabundos intentando hacer de la calle su vida, antes que tres nuevos rascacielos que albergarán dos centros comerciales, tres teatros y cientos de oficinas. Es cierto que la ciudad no deja de crecer y tiene que expandirse hasta la saciedad, pero otro tipo de problema, de carácter humanitario, también debería tener cabida en la agenda política de los dirigentes de la ciudad y en la memoria colectiva de la sociedad neoyorquina. La solidaridad siempre derribará las barreras que se le presenten.

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