Tribuna

César romero

Escritor

La sonrisa de nuestros políticos

Hagan una prueba: vean un telediario sin sonido. Se sorprenderían de la cantidad de información subliminal que proporciona

La sonrisa de nuestros políticos La sonrisa de nuestros políticos

La sonrisa de nuestros políticos / rosell

Quizá el viejo aserto de que una imagen vale más que mil palabras debiera cambiarse por el de que una sonrisa vale más que mil palabras, al menos en cuanto a la política (queden otros asuntos de mayor calado vital para otro día). Hagan una prueba: vean un telediario sin sonido. Se sorprenderían de la cantidad de información subliminal que proporciona (tener niños da la extraña satisfacción de apenas enterarse de lo que dicen en la tele). En una reciente cumbre europea celebrada en Salzburgo al presidente Sánchez se le vio esa sonrisa que amartiza todos los discursos, los mítines, las ponencias inacabables en asambleas y en aburridas reuniones de partido, las entrevistas en medios no afines, etc., la sonrisa de quien ha llegado a donde quería. Antes de saludar a Tusk, Sánchez sonreía así, como quien piensa que por fin lo ha conseguido, ha llegado. Nada ilegítimo en ella, todo político ansía el poder. Lo inquietante quizá esté en lo que esa sonrisa parece albergar. Con lo que me ha costado llegar, después de tantas fatigas, de aquí no me muevo. Es la sonrisa de indisimulable y egocéntrica satisfacción por verse rodeado de jefes de gabinete y asesores y mandamases europeos y periodistas vallados (ha tenido y tiene que actuar tanto que la lejanía tal vez propicie la relajación del gesto). Una sonrisa cuyo reverso es claro: si hay que cambiar de principios para mantener el poder, se cambia, aunque ese giro marxista (de Groucho, no de Karl) se intente colar como arte de negociar, el necesario do ut des cuando se gobierna en minoría.

La sonrisa del nuevo líder del principal partido de la oposición también parece responder a esta peculiar idea marxista. Si los vientos que le pueden aupar al poder llevan por abanderar el españolismo, defender principios ultramontanos o usar a los migrantes (¿habrán dejado de ser inmigrantes porque sólo parecen dar dolores de cabeza similares a migrañas?) hoy para fotografiarme con ellos, mañana para criticar al gobierno, ahí se coloca el señor Casado. Si los vientos soplan desde el lado más liberal, allí se ubicará. Es la sonrisa hueca de la política-espectáculo norteamericana (algunos invocan a Kennedy y parece que ya no hay oquedad, pero no olvidemos que JFK tuvo la rara suerte de ser asesinado en Dallas para ganarle la partida a la Historia y que el mito ensombreciera su cuestionable legado político), pura sonrisa tras la que no se vislumbra nada, sólo un ansia desbocada por el poder. Una sonrisa que, se intuía, iba a merendarse a la demasiado forzada de De Cospedal o a la sorprendida de Sáenz de Santamaría.

Menos estudiada pero tan americana como la de Casado es la sonrisa de Rivera. Lo más revelador de ella es que disimula peor que las de sus correligionarios de lo que llama la vieja política. Se le nota demasiado cuando le han colado un gol, que diría esa ministra con apellido de patricio romano. Se queda descolocado. Y eso, que quizá pueda ser un defecto, también pudiera ser algo a lo que sacarle rédito políticamente: miren, soy como ustedes, votantes, me quedo sonado cuando me golpean, tardo en reaccionar. Se le va notando ese cierto punto de melancolía de las sonrisas maduras, las de quienes saben que ya pasaron algunos trenes que no volverán y miran con envidia y nostalgia y un algo de recóndita amargura las oportunidades de los demás.

La de Iglesias es la sonrisa de quien no está aquí para llegar al poder, porque ya llegó. Lo suyo no es poder gobernar, aunque lo parezca. Es la influencia, la capacidad de liderar a un sector de la sociedad, ser un nuevo mesías, y eso ya lo tiene. De ahí esa sonrisa satisfecha, encantada de haberse conocido, que no puede aparentar modestia o inseguridad (se nota a leguas la falsedad cuando lo pretende): ya está donde quería. Si pasado mañana puede mandar más, pues mejor, pero su fin es pastorear a sus huestes, mantener, y ampliar, el poder que le otorga su influencia sobre esos simpatizantes que lo apoyarán haga lo que haga (son fieles, Podemos es su iglesia, y perdonen el chiste fácil).

Hay más sonrisas, en segundo plano, como lo son ya las que un día estuvieron en el primero. Como la no-sonrisa de Aznar, antes oculta bajo bigote, ahora bajo un no-bigote. Una no-sonrisa paralizante. O las arrolladoramente seductoras de Suárez y González, sonrisas por las que uno se dejaría robar con…una sonrisa. O las que no eran tales de Calvo-Sotelo y Rajoy, que quizá, andando el tiempo y visto que nunca fueron verdaderas sonrisas, puedan acabar siendo las más fiables de nuestra democracia.

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