Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

El suicidio político de Rivera

El pacto para formar un Gobierno de centro izquierda se quedó en un proyecto, al romper la vanidad de Sánchez y Rivera el espejo de la ilusión, como si la luz fuera sombra, ficción o sueño tal como en el drama calderoniano

El suicidio político de Rivera El suicidio político de Rivera

El suicidio político de Rivera

No ; no fue un suicidio con la pistola de Larra, cañón de acero rayado y pavonado, y empuñadura de madera. Rivera se suicidó, en la política, con el tiro que descerrajan el error, la ingenuidad o el creer que en España la envidia la sepultó Fígaro aquella noche, de cementerio y frío, en el tercer piso del número 3 de la calle Santa Clara de Madrid. El disparo que suena, en cuanto Dolores Armijo abandona aquella vivienda, de amor y literatura, de tragedia y muerte, de pasión y leyenda, se convierte en la onomatopeya más llorada, en la aliteración más sentida, en la metáfora más audaz; en un artículo escrito, al fin, mitad, por el bachiller don Juan Pérez de Munguía, mitad, por Umbral, en los instantes infinitos de cinco poemas de Brecht. Los cincuenta y siete escaños, que consiguió Ciudadanos, el 28 de abril, fueron el triunfo de la libertad, de la regeneración y del romanticismo ideológico, que comenzaron en los amaneceres de la playa gaditana de la Caleta; allí donde se otea el camino del nuevo mundo un día de carnaval, caligrafiada la letra en el barrio de la Viña; con la Pepa, en las manos, y el monumento a las Cortes y la brisa del Atlántico, en la rima libre de un velero.

Se equivocó Albert, porque nunca supo si era Kennedy, Suárez, Obama, Felipe González o un iluminado del siglo de las luces en la odisea de las horas, que más parecen memoria que tiempo. Erró, ya que pensó que podía girar tanto a la derecha como a la izquierda, según soplara el viento. Algo así como si fuera Billy el Niño, al cual Pat Garret siempre le daría la razón. Hizo un símil de don Insomnio Sánchez, como si este fuera José María el Tempranillo, entre Lucena, la serranía de Ronda, Alameda y sierra Morena, vestido con una roja chaquetilla de terciopelo, caireles y alamares de filigrana de plata, faja, trabuco, faca, pañuelo en la cabeza y polainas de cuero. El pacto para formar un Gobierno de centro izquierda fue, así, una utopía, al romper la vanidad de ambos el espejo de la ilusión, como si la luz reflejada fuera sombra, ficción o sueño tal como en el drama calderoniano. Rivera, algún día, se llegó a creer Dios o Buda, por encima de la izquierda y de la derecha, sin haber leído a Larra, el cual le hubiera enseñado que en España la política no es eternidad, sino un camino de ida y vuelta, que, en cualquier momento, puede fluir hacia el olvido.

La noche del 13 de noviembre de 1837, una vez que Dolores Armijo anuncia que la relación queda rota, acaba la vida del hombre y del escritor, cuando el gatillo heló la inspiración de una prosa de diamante y oro. A las doce de la mañana, del 11 de noviembre de 2019, comunica su retirada de la política el joven que había sembrado el color verde de la esperanza en los pueblos de una España; triste y apagada, como un candil en un día níveo y lluvioso. El Pobrecito hablador es la voz del misterio literario, al cual la iglesia no le perdonó que fuera un suicida lúcido, a quien la fotografía de la vida, sin Dolores, le pareció un manuscrito fugitivo, cuyas páginas olían a cadáver. Rivera no es Larra, como sí fue Umbral, día a día, en la contraportada de un diario. Pero ha dejado la política como los dos escritores de periódicos hubieran eternizado: con dignidad y pronunciando la palabra libertad, como un poema de Blas de Otero, encuadernado en las paredes del café Gijón, con una bufanda blanca y una levita.

Todavía se oye el silencio por el Duende satírico en los soportales de la plaza Mayor de Madrid. Pasan los siglos. Mas permanece el eco de aquel pistoletazo, entre la noche y una lámpara de mesa en la lóbrega habitación. Rivera debería empezar a leer al amante de la señora Armijo con un wiski bien destilado. Sánchez e Iglesias, también. En las farmacias se agotan las pastillas de Valium. Iván el Terrible prepara una sopa de letras. Vuelve el cine de Berlanga. Carmen Calvo no ha salido en la foto. El IBEX 35 se asusta. La barba de Casado crece. Abascal no tiene cara de actor. Don Insomnio enseña las cartas. Pablo de Galapagar las ve. Dos ambiciones cabalgan juntas como en un wéstern de John Ford. ¿Otro suicidio (político)? Tiempo de silencio de Martín Santos.

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