Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Las traviesas del poder

Por paradójico que sea, hoy proliferan los organismos que, en lugar de administrar recursos, gestionan objetivos y además deseables por cualquier persona de bien

Las traviesas del poder Las traviesas del poder

Las traviesas del poder

Uno de los grandes avances en la forma de conducir la guerra se produjo durante la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo: conjuntar esfuerzos en lugar de diversificar tareas. Se trataba de organizar el trabajo de tal forma que el objetivo a alcanzar primase sobre la estructura de los ejércitos. Con el tiempo, se le dio la denominación académica de "acción conjunta" y la experiencia de conflictos posteriores consolidó ese modus operandi hasta convertirlo en ley. Fue una victoria más. Mientras la Alemania Nacional-Socialista se estructuraba piramidalmente de arriba abajo, los Aliados lo hacían horizontalmente.

La adopción de tal forma de actuar llevó a establecer la distinción entre la manera adiestrar a las unidades militares y el método a seguir para dirigirlas durante el combate. Ningún aliado dudaba de la necesidad de mantener la independencia de sus ejércitos (que se lo digan a Montgomery o a De Gaulle), como tampoco lo hacía sobre la exigencia de aunar fuerzas en la batalla. Es más, tanto éxito tuvo la cuestión que tal cambio de proceder se tradujo, con el tiempo, en la existencia simultánea de distintas cadenas de mando: la propia de cada ejército para adiestrar a sus unidades y la que se forma para una operación con unidades de los distintos componentes de las fuerzas armadas.

Lo que nació en la milicia se trasladó con rapidez a la sociedad, especialmente en el mundo empresarial, bajo la fórmula genérica de "trabajo en equipo" y la evolución hacia organizaciones donde la función práctica primaba sobre la jerarquización formal. Nacieron las relaciones funcionales. Sin duda, por imposición del desarrollo tecnológico y de la creciente globalización de los mercados. Si hoy se quisiera definir ese cambio en la forma de proceder, se hablaría de "transversalidad" y "verticalidad". Transversalidad al asignar a toda la organización un mismo objetivo y Verticalidad al establecer una cadena de mando única de arriba abajo para alcanzarlo.

La transversalidad, como la acción conjunta, requiere una doctrina: el conjunto de principios básicos que rigen en toda la organización; algo que afecta a todos y cada uno de sus componentes. Sin embargo, si tales principios básicos se convierten en objetivos en lugar de pautas de comportamiento y se asigna la tarea de alcanzarlos a un sólo grupo de los integrantes de la organización, la cosa cambia. Lo transversal se convierte en vertical. La consecuencia de este giro es que el resto de la organización se ve liberado de rendir cuentas sobre su consecución.

Esto suele pasar en las organizaciones que mezclan la administración de recursos tangibles (agricultura, pesca, industria, hacienda, pensiones, obras públicas, etc., …) con la consecución de objetivos intangibles (igualdad, transparencia, transición, bienestar, …). Como sucede en las operaciones militares con la valoración de la defensa de un territorio o del éxito de una evacuación de no-combatientes, el resultado de cómo se administran los recursos materiales se puede medir con objetividad, pero resulta quimérico tratar de calibrar con imparcialidad la gestión de objetivos intangibles. La razón está en que unos son realidades y los otros pertenecen al mundo de las ideologías, y únicamente las que aceptan la libertad como norma general, en lugar de la imposición doctrinas abstractas, son capaces de medir los resultados con fiabilidad.

Por paradójico que sea, hoy proliferan los organismos que, en lugar de administrar recursos, gestionan objetivos y además deseables por cualquier persona de bien. Así, con pueril simpleza y vetusta ideología, se consumen bienes de todos para encubrir la antigua lucha de clases tras una pseudo moderna igualdad, el desastroso desarrollo económico planificado bajo el epígrafe de Agenda 2030, la confiscación de la propiedad privada tras el rótulo del alquiler social, la intromisión en vida personal como defensa de mortíferos e inexistentes derechos al aborto o eutanasia, la nacionalización de la energía tras la pancarta de transición ecológica y la imposición del pensamiento único en el reverso de la memoria democrática.

La transversalidad funciona con una doctrina común, destilada de la historia, y se sostiene por la cohesión que proporciona el respeto a los principios que rigen una sociedad: su Constitución. En todo lo demás, sirven solamente de traviesas para soportar la pirámide del poder.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios