Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

El uniforme en la política

Aunque hay mil diferencias, lo común es que el uniforme para unos y el hábito para otros ayudan a cumplir las tareas que cada cual tiene de su mano con orden, sencillez y espíritu de servicio

El uniforme en la política El uniforme en la política

El uniforme en la política

El hábito no hace al monje, ni el uniforme al militar, pero ayuda. Se trata de una muestra de renuncia y obediencia que proporciona la imagen de hasta qué punto se está dispuesto a dar la vida y a cumplir lo mandado, dos cuestiones imprescindibles para quienes se internan en un convento o se alistan en la milicia. Guardar las normas de uniformidad dice mucho de ambos, de monjes y de soldados, pero sobre todo del respeto de unos y otros con los demás miembros de la sociedad porque, dejar de cumplir con las normas de uniformidad o de la cortesía en el vestir, habla de anarquía, arrogancia y falsa supremacía. Por eso, se revista a los soldados antes de hacerles desfilar ante la sociedad a la que sirven, o se emplean los mismos hábitos en la liturgia religiosa, para significar que existe orden, humildad y espíritu de servicio.

Vestir uniforme durante años ayuda a entender muchas cosas, entre ellas, la sencillez. La vida es un poco menos complicada desde que te levantas hasta que te acuestas. Ganas tiempo al dejar de pensar con que ropa vestirte. Los uniformes también hacen visible las profesiones donde debe primar el espíritu de servicio para ser eficaces, esas "cara al público". Me gusta pensar que usar con dignidad cualquier uniforme es una característica de buen hacer por los demás, una herencia de la institución militar para la sociedad, que lo inventó como distintivo.

Se ven muchos uniformes por las calles al cruzarse con personas que se dedican al servicio a los demás, esos que cuidan jardines, acompañan familiares en los hospitales, reparan infraestructuras, ordenan el tráfico y mil cosas más. Llevarlo con decoro, honra. Hacerlo con descuido, degrada. En esto resulta una paradoja los escasos militares que se ven por la calle con la indumentaria que inventaron. Hay que reconocer no obstante que es una situación derivada de los años en que usarlo suponía más riesgo de ser acosado o asesinado, algo que por desgracia todavía sucede en algunos lugares de España. Sin embargo, el servicio público requiere presencia y, si el militar quiere estar presente, debe estar a ojos vista aquí y allá vestido con su hábito.

Por dar crédito al refrán, llama la atención cómo se trata el hábito en los conventos de clausura. Desde hace tiempo subo a la sierra por una sinuosa carretera hasta una aldea donde se ubica un convento de Carmelitas Descalzas para visitar a la comunidad. Invado el desierto en el que viven sin romper el silencio del lugar con el ruido de la ciudad. Conforme asciendo entre alcornoques y encinas atiendo a la carretera tanto como a la irremisiblemente pregunta de por qué lo hago. Son muchos los motivos para argumentar esta costumbre, pero hay más para dejar de preguntármelo. Es así porque en esto priman los sentimientos sobre los razonamientos. Y ya se sabe, con los primeros se busca la tranquilidad espiritual, algo que siempre encuentras allí, y con los segundos se quiere reafirmar la supremacía de la razón sobre la fe. Una pugna entre la sencillez y verdad con la que habla el corazón y la complejidad y retorcimiento con que se expresa la mente. En el fondo, la visita es una acción egoísta porque recibes mucho más de lo que das. El ruido se silencia y la mente se llena de mil palabras cargadas de verdades atronadoras, dichas con pocas palabras y la suavidad con la que hablan las monjas, pero con la rotundidad con la que creen en Dios. Ya se sabe, "hablar de Dios o no hablar, que esta es la ciencia que se profesa en la casa de Teresa", un alegato de la Reformadora de la Orden que su hijas conservan vigente desde hace cinco siglos. Pero, tras las rejas que nos hacen presos a nosotros y libres a ellas, se observa un uniforme, el hábito de carmelita, pulcro y digno que visten sin otra razón que dejar claro el mismo orden, humildad y entrega en la que viven para mejorar nuestras vidas. Aunque hay mil diferencias, lo común es que el uniforme para unos y el hábito para otros ayudan a cumplir las tareas que cada cual tiene de su mano con orden, sencillez y espíritu de servicio. Sin embargo, es por ello que nada debe extrañar que en estos tiempos desordenados, complicados y egoístas, se deje de usar el traje de chaqueta por ellos y, por inclusión por ellas, que tanto les ayudaría en la tarea de gobernar y legislar, como se hace con la toga en la de juzgar.

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