Tribuna

Javier Soriano

Coronel en la reserva

La victoria de Cortés en Otumba

Fue una gesta militar sorprendente y de una dimensión colosal que se llevó a cabo sin la intervención de nuestros Tercios de Infantería

La victoria de Cortés en Otumba La victoria de Cortés en Otumba

La victoria de Cortés en Otumba

La conquista y fundación de la Nueva España en América se inició en 1517 con una primera expedición de exploración de Francisco Hernández de Córdoba, que llegó a la costa de Yucatán. En 1518, una segunda expedición, al mando de Juan de Grijalva, llegó a Campeche y Tabasco. Pero la que realmente dio lugar a esta conquista fue la tercera al mando de Hernán Cortes, el cual partió de las costas de la isla de Cuba en 1519 con una flota integrada por 11 pequeñas naves que llevaban embarcados 518 infantes, 16 jinetes, 13 escopeteros, 32 ballesteros y 110 marineros, así como 32 caballos, 10 cañones de bronce y 4 falconetes. Con estos efectivos, Cortés inició una de las mayores hazañas en América, que le permitió en poco tiempo hacerse con el dominio de un imperio, el Azteca, poblado por más de 15 millones de personas. Una epopeya sobrehumana que apenas tiene igual en la historia. De todas las vicisitudes por las que pasó Cortés en esta conquista, es de destacar la gran victoria de Otumba. El 30 de junio de 1520, tras el desastre de la Noche Triste en las afueras de Tenochtitlan, hoy Ciudad de Méjico, Cortés huyó con los hombres que le quedaban hacia las tierras de los tlaxcaltecas, aliados incondicionales del conquistador. La retirada por el camino a Tlaxcala fue un episodio infernal, exhaustos por las marchas forzadas y hostigados por el enemigo.

A los siete días llegó a la llanura de Apam, al norte de Tlaxcala, cerca de Otumba, donde un ejército de más de 40.000 guerreros aztecas les dio alcance, cortándoles cualquier posibilidad de huida. Frente a esta masa de guerreros, sólo unos 300 españoles, con 22 caballos y unos 4.000 leales indígenas aliados tlaxcaltecas. No había más alternativa que la de combatir hasta la muerte, puesto que el objetivo de los aztecas no era otro que cogerlos prisioneros para ser sacrificados posteriormente. Las órdenes de Cortés a los infantes fueron cerrar filas y por ningún motivo romper la formación, mientras que los jinetes debían correr el campo apuntando siempre a la cara, sin detenerse a alancear. Pero, ante la avalancha humana que se les vino encima, la caballería retrocedió buscando abrigo entre los infantes.

De entre la multitud de guerreros enemigos, destacaba por su colorido el jefe azteca Matlatzincátzin, el cual, desde una colina cercana dirigía el ataque haciendo señales con un estandarte. Recordando los españoles decir a sus aliados tlaxcaltecas que la pérdida del estandarte real solía decidir las victorias, todos los esfuerzos de Cortés se orientaron a apoderarse de aquel trofeo de guerra. A caballo y seguido por uno de sus hombres, Juan de Salamanca, Cortés se dirigió directamente al jefe azteca, abriéndose paso entre las filas enemigas y derribándolo de una lanzada. Al caer al suelo, Salamanca lo remató y entregó a Cortés el estandarte. Los guerreros enemigos, con una débil estructura de mando, al ver muerto a su jefe y su estandarte en manos del español, no supieron reaccionar y huyeron en desbandada, quedando sobre el llano de Otumba más de 5.000 cadáveres aztecas, aunque otras fuentes lo elevan a 10.000.

Lo acontecido en Otumba tuvo unas repercusiones políticas extraordinarias. Los españoles, que hasta ese momento se batían en retirada, pasaron a ser los vencedores de la mayor batalla, en número de efectivos, jamás librada en suelo mejicano. El golpe de audacia de Cortés, con la muerte del jefe azteca y la toma de su estandarte, resultó decisivo para el desenlace de la batalla. Hoy, un túmulo conmemorativo en forma de cúpula coronada por una modesta cruz, recuerda este hecho histórico. Cuando este año se conmemora el quinto centenario del inicio de la conquista de Méjico por Hernán Cortés, es preciso ensalzar su figura como fundador de una gran nación en la que se integraron la cultura de los aztecas con la cristiana, lo que no hicieron otras potencias como Inglaterra, cuyo objetivo fue la imposición de su cultura mediante el exterminio de los indígenas. La conquista de Méjico se produjo gracias a la ayuda de los propios pueblos indígenas sometidos y esclavizados por los aztecas, que lucharon a nuestro lado con una lealtad y un valor que fueron ejemplo para nuestros propios soldados. Fue una gesta militar sorprendente y de una dimensión colosal que se llevó a cabo sin la intervención de nuestros Tercios de Infantería como en el escenario europeo, puesto que en América no los tuvimos desplegados, sino con pequeños destacamentos, a lo sumo, de unos pocos centenares de soldados.

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