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Enfermedades que se observan en el país

  • Mártires. Dalías vio admirada practicar esas grandes virtudes de que es capaz el médico en medio de las aflicciones populares, y los vio morir después con la resolución de alma que exhalan los justos

Rodríguez Carreño, Manuel: Topografía Médica y Estadística de la villa de Dalías. Almería, 1859.

(Transcripción: Pedro Ponce Molina)

D. Salvador Gallegos, profesor de farmacia único del pueblo, fue otra de las víctimas sacrificadas por el cuchillo indiano. Celoso en el cumplimiento de sus deberes y rendido a la dura ansiedad en que le colocaba su destino, su organización resistente cedió al fin al peso de las terribles impresiones de aquellos días. Su muerte tuvo efecto entonces a la edad de 64 años, y no menos causó el mayor sentimiento, porque era uno de esos hombres honrados y francos en quienes no ha tenido nunca entrada la falacia, y se hacen amar de todos los que los han conocido. Muy instruido en su arte, concienzudo en el desempeño de ella y leal con sus compañeros y amigos, su nombre se pronuncia por los buenos con respeto y dolor, el cual en vano el tiempo procura atenuar en su dilatada familia, a quien tan lamentable pérdida dejó en la orfandad y el desamparo. También está enterrado en el panteón de esta villa.

Tal fue la suerte de estos mártires de la humanidad en las fatales jornadas de 1834 y 1855. Dalías los vio admirada practicar esas grandes virtudes de que es capaz el médico en medio de las aflicciones populares, y los vio morir después con la resolución y tranquilidad de alma que exhalan los justos el postrimer suspiro.

Huérfana la población de facultativos que la socorriesen aun todavía enfurecida la epidemia, el cirujano D. Jacinto Durán tuvo que cubrir la asistencia médica de todos los barrios tan apremiantemente como las circunstancias lo requerían. Este benemérito profesor prestó entonces a todo el vecindario servicios importantes y siempre será una prueba de su abnegación y desvelo por aquel, el abandono que hizo del lecho mortuorio de su padre que también falleció, para volar al auxilio de los extraños y consolarlos en su tribulación.

También el alcalde que lo era entonces D. Indalecio González hizo patente en esta calamidad el valor que nunca le abandona en los grandes apuros. Este hombre incansable y a quien su posición oficial y los lazos de sangre y amistad que le ligaban con la mayoría del pueblo, exigían de él la actividad y filantropía que no pueden encontrase en las almas meticulosas, apenas sosegó algunas horas durante el tiempo del peligro: y ya haciendo ejecutar las disposiciones de la Junta de Sanidad, ya visitando continuamente a los enfermos y necesitados, ya en fin hasta llevar los cadáveres a su última morada por sus propias manos, dejó impresos en la memoria de cuantos presenciaron sus obras un recuerdo de gratitud que no podrá borrar el tiempo.

Ved aquí ahora la terrible estadística de las dos invasiones coléricas en este pueblo y con las cuales voy a terminar el fúnebre cuadro de sus sanguinarios efectos.

Las enfermedades epidémicas entre las diferentes razas de animales que habitan el país, también han mostrado su cruenta rabia en circunstancias determinadas. En el año de 1822 la viruela atacó furiosamente al ganado lanar e hizo en él una matanza horrorosa y la misma epizootia volvió a presentarse en 1857, si bien esta vez fue de poca consideración y no se observó sino en alguna que otra manada solamente.

El reino vegetal a su vez ha pagado también su tributo al poder devastador de las epidemias. Hacia los años 15 y 16 de este siglo la langosta destruyó los cereales y parte del viñedo, siendo notable esta plaga por la abundancia, magnitud y variedad de colores de los insectos que la constituían, y esta misma calamidad volvió a amenazar los campos en 1843 y 1844 que no causó ni con mucho los estragos que la anterior; y por último el oidium o mucedinia de la vid ha estado destruyendo el fruto de este precioso vegetal desde 1851, pudiendo asegurarse con placer que la aplicación del azufre por el sistema sabido de todos ha sido aquí el mejor conjuro de este insecto aniquilador.

Tales han sido los males epidémicos que, ya importados de lejanas regiones o desenvueltos en el país, han consternado a estos habitantes en diferentes épocas y hecho perecer a multitud de personas, de animales y plantas. A estos conflictos aterradores sólo pueden hacer frente la policía higiénica local, el régimen y la presencia de ánimo, ya que, por desgracia, nuestra defectuosa legislación sanitaria vigente no pueda ser tan útil y poderosa como debiera y reclaman los derechos de la sociedad.

Puesto que ya quedan descritas todas las dolencias a que está expuesto el habitante de Dalías, diré cuatro palabras sobre los tratamientos curativos que más autorizados están en el país y que pueden reducirse a dos, el antiflojístico y el evacuante de las primeras y segundas vías. En la gente del campo, las sangrías, los atemperantes y la dieta producen ventajosos resultados, como que rodeada siempre de un aire vivificador, haciendo uso de alimentos más sustanciosos y excitada por el calor, se halla en condiciones opuestas al minero, y el elemento inflamatorio domina o se esboza más en ella presentando por lo general la sangre los caracteres de este predominio. Pero en el trabajador de la sierra en quien la frialdad y densidad de la atmósfera que respira, la acción sedante del plomo que lo envuelve y la calidad de los alimentos de que usa nada animalizados y sanos entorpece la acción vital elaborándose un quilo poco reparador y nutritivo, el método referido no es conveniente por lo común y sí los eméticos y los purgantes que dando salida a los depósitos saburrales y metálicos que se forman en el estómago e intestinos y reaccionando el organismo le conceden mayor actividad. Esta verdad está tan comprendida de los habitantes de esta villa y se hallan tan avezados a ella, que en vano todos los inventos de la farmacología moderna podrían hacerles retroceder de sus vetustas y racionales creencias. Y piensan bien; la naturaleza tiene dentro de sí el tesoro de su fuerza mediatriz que en la mayoría de casos puede algo más que nuestros pesados formularios, y si el médico, fiel intérprete de ella y su más dócil discípulo, la comprende y respeta sus salvadoras tendencias, bien sencillos serán los medios que necesite poner en juego para salir airoso con sus enfermos. Tal ha sido mi conducta en las calenturas tifoideas y epidemia variolosa que han reinado en la comarca y en las demás dolencias y por cierto que no me arrepentiré nunca.

El tratamiento curativo de los emplomados, aunque secuela del purgante, en atención a la importancia que tiene aquí y a los adelantos que cuenta hoy, merece una especial mención y que sirva de cartilla a estos mineros para quienes ex profeso lo he escrito y publicado en varios periódicos científicos, y voy a copiar íntegro.»

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