CLAMOROSO ERROR JUDICIAL EN CÁDIZ

Justo por pecador

  • Las creencias religiosas de Ricardi se conjuraron con sus problemas de erección y su identificación por parte de la víctima para condenarle por una violación que no cometió. El hoy imputado hablaba de Dios con las agredidas

Dan para mucho 12 años y más de ocho meses en prisión por la cara. Hasta para aprender, para matar las horas muertas, a hacer marcos de foto trenzando cartones de cigarrillos, después de verse obligado a granjearse el respeto de los demás presos a base de mamporros. “Ya se sabe cómo tratan a los violadores en prisión”, dice su hija Macarena. Poco más hace falta decir. La amarga aseveración lo dice todo.

Rafael Ricardi Robles fue condenado en el año 1996 por una violación que unas nuevas pruebas de ADN acaban de constatar que no cometió. La Fiscalía de Cádiz pidió el pasado martes su liberación. Era prácticamente carne de cañón desde que nació, en el seno de una familia muy humilde, en El Puerto de Santa María (Cádiz), hace 48 años. Segundo de once hermanos, el padre era carpintero de ribera y la madre vendía cupones de ciegos. Jamás fue al colegio. No sabe leer ni escribir. Es analfabeto. Durante años, compañeros de las cárceles por las que ha ido rodando hasta acabar en Topas, en Salamanca, le han ido escribiendo las cartas que ha mandado a sus familiares. Muy pocas. Seguramente bastan los dedos de una mano para contarlas, ya que apenas ha tenido contacto con los suyos, que en su mayoría renegaron de él.

Ya habían renegado de él antes. Por lo mal que se lo hizo pasar a sus padres con su adicción a las drogas, dijo su hermana pequeña , Milagros. Es la única con la que ha mantenido una cierta relación, aunque muy esporádica e interrumpida hace ya cuatro años. No ha sido retomada hasta ahora, al olor de su inocencia defendida en abril por la Policía. La madre murió hace 15 años, antes de que fuera encarcelado pero no antes de que ya viajara a lomos del caballo de la droga. El Caballito, así lo llamaban, no ya tanto por su adicción sino por el parecido con un equino que tiene su andar, fruto de la columna vertebral dañada que le dejó como secuela un accidente de moto que sufrió de joven. El padre lo vivió todo hasta que hace diez años, tres después de su encarcelamiento, se le paró el corazón. Muchos de sus hermanos no le perdonaron entonces el sufrimiento causado.

El Caballito era pues el perfecto cabeza de turco, una persona cuyo apresamiento no iba a provocar mucho jaleo. Puede que incluso alivio. Era casi como quitarse un muerto de encima: enganchado a la droga desde que se casó con su segunda pareja, también toxicómana, vivía debajo del Corribolo, como llamaban al antiguo puente de San Alejandro de El Puerto, se lavaba como los gatos en el cercano río Guadalete y se pagaba sus chutes con las pelas (en 1995 aún no circulaban en España los euros) que conseguía como aparca en calles del centro.

Lo curioso es que trasciende ahora que Ricardi tenía unas fuertes “creencias religiosas”, como ha apuntado la fiscal jefe de Cádiz, Ángeles Ayuso. Y es esa religiosidad suya uno de los factores que se conjuraron en su contra para imputarle la violación, en agosto de 1995, de una joven en la urbanización de Valle Alto, por la que acabaría siendo condenado. Porque el que ahora ha sido identificado como el auténtico autor, el jerezano Fernando Plaza, el dueño del ADN que en primera instancia se atribuyó a Ricardi, resulta que hablaba con las víctimas de Dios, dando muestras de unas singulares creencias que, paradójicamente, no le impedían vejar a mujeres hasta límites insospechados.

Y no sólo eran “estas circunstancias personales” suyas de las creencias religiosas uno de los aspectos que lo asemejaba a uno de los verdaderos culpables. El otro se ha comprobado que es otro jerezano, Juan Baños, compañero de fechorías durante años. Había también otras circunstancias “más íntimas”, sus problemas para lograr una erección, en su caso, motivados por su fuerte adicción a las drogas, como dijo la víctima. Y como corroboró su mujer entonces, de la que se acabó separando. Y además estaba el asunto de su identificación. La joven agredida fue salvajemente violada por dos individuos encapuchados durante más de tres horas: uno alto, que la penetró dos veces, y uno bajo, que, como no podía, acabó eyaculando en su boca. En su declaración inicial en comisaría dijo que había podido ver el rostro de uno de sus violadores porque le había arrancado la capucha que llevaba, aunque éste se cubrió después con el casco de moto de la víctima. Que la cara que había visto era la del bajo, el que había mantenido con ella una extraña conversación de contenido religioso. Y que éste tenía algo raro en un ojo.

La fiscal jefe de Cádiz ha defendido la labor del estamento judicial pero no la del policial. Así, ha dicho que la identificación se realizó con todas las garantías, en una rueda de reconocimiento a la que asistió el juez. El problema estriba en que esa identificación, ha reconocido la propia Ayuso, posiblemente estaba viciada. A la víctima, en su inicial declaración, cuando habló de que uno de sus asaltantes tenía algo en la vista, le mostraron varias fotos. Entre ellas, una de Ricardi, que padece una suerte de estrabismo severo en un ojo (a la víctima le dio apuro en el juicio decir que era bizco, por eso habló de ojo a la virulé), que, aunque no tenía antecedentes penales, sí los tenía policiales. De ahí que su foto figurara en los ficheros. Y, según la abogada del portuense, no le mostraron ninguna más de alguien que tuviera un defecto en la vista. Lo identificó entonces. Y después. A raíz de esa identificación en comisaría, Ricardi era detenido el mismo día de la violación. Era el 12 de agosto de 1995. Estuvo dos días detenido, y fue puesto en libertad. Concluida una investigación que su defensa ve cogida por los pelos y que la fiscal jefe tampoco vio muy acertada, pero dirigiéndose sólo hacia los mandos policiales, tres meses después se dictaba contra él prisión preventiva. Casi un año después, en octubre de 1996, es condenado a dos penas de prisión de 18 años, con un límite de 30 años, como agresor y cooperador de un segundo violador, no identificado entonces. Un año después, el Supremo ratifica la condena al rechazar el recurso en casación.

Los avances de las técnicas genéticas han permitido descartar por fin al completo su participación en la violación. Un “hallazgo casual”, según la fiscal. Una casualidad que, según las creencias que se le achacan, no sólo a él sino también al que sería el verdadero autor, bien pudiera Ricardi definir como un milagro. Y siguiendo con la misma terminología, queda claro, cerca de 13 años después, que aquí ha pagado el justo por el pecador.

Ahora, no sólo hay que reparar y lamentar este error judicial, como ha dicho el delegado del Gobierno en Andalucía, Juan José López Garzón. También hay que depurar responsabilidades, para que la Justicia deje de estar en entredicho. Para ello, hay que dejar ya de intentar ponerse medallas, como dice la Fiscalía que ha hecho la Policía, a costa del largo calvario de un inocente en prisión. Y de echar balones fuera y culpar a otros, como según Derechos Humanos hace Fiscalía. Porque la máxima representante del Ministerio Público gaditano ha llegado a decir que la Policía se “tiró a la piscina” en abril al anunciar públicamente que se había cometido un error, que no era Ricardi, sino Fernando y Juan los autores, no sólo de esta violación, sino de diez que hubo entre 1995 y 2000 en varios municipios de Cádiz. Esta teoría, basada en pruebas de ADN, implicaba a los dos en la mitad de las agresiones, aunque ninguna en común. A esta tesis se refirió Ayuso como mera opinión. Ahora dice que deberían haberla notificado “sin revuelo”.

Pero es que eso hicieron hace ocho años, cuando otro informe del Instituto Nacional de Toxicología ya dijo que el único ADN hallado en la gasa con la que se limpió la víctima no era de Ricardi, sino de un hombre al que llamaron X, que ha sido identificado 13 años después y se llama Fernando. Sin revuelo informaron a Audiencia y Fiscalía. Y nadie promovió la revisión. Ahora, ha sido el revuelo el que ha movido a las autoridades a reiniciar la investigación y a determinar que Ricardi es inocente. Pudo ser antes.

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