AUTORES DEL SIGLO XXI

Los escritores solos

  • Autores andaluces nacidos en los setenta y con varias obras publicadas rechazan su adscripción a cualquier generación, proclaman su individualismo y reivindican la diversidad de sus propuestas

Adolfo Bioy Casares dijo que “si uno quiere escribir libremente y de un modo más afortunado, debe hacerlo como si estuviera solo, como si uno no tuviera antepasados ni descendientes”. Así que ahí están ellos, frente a la luz que emana del ordenador, poniendo todo su empeño. Escritores del siglo XXI. Solos. ¿Un vínculo que los una? El de su nacimiento en la década de los setenta –año arriba, año abajo– en una de las ocho provincias andaluzas. Nada más. No hay generación que valga. Ni nocilla ni salmorejo. Lo único que tienen en común es que un día de sus vidas decidieron tratar de entender la experiencia humana, dar cuenta de lo que significa vivir en el mundo de hoy, y optaron por la escritura: narrativa, poesía, ensayo y también, por qué no, algún que otro híbrido de esos géneros cuando se tercia. Pero eso sí, disfrutando por encima de todo.

Es lo que le ha ocurrido a Braulio Ortiz (Sevilla, 1974) con su novela recién terminada, que ha bautizado con el título de Los campos magnéticos. Ahora aguarda su llegada a las librerías. Él fue uno de los participantes en el llamado Atlas literario español, punto de encuentro celebrado en Sevilla hace aproximadamente un año. El autor de Francis Bacon se hace un río salvaje constató (y defendió) que si el marketing, la publicidad y la prensa necesita una etiqueta para referirse a estos autores, la menos desacertada sería la de No-Generación. Si tiene que pronunciarse, opta por el término “hermandad”, que refleja mejor lo que ocurre entre algunos amigos que comparten la literatura y la vida y que permite “sacarle todo el partido emocional posible a ese ejercicio de soledad e individualismo absoluto” que es el acto de escribir. “Eso de la generación es un paraguas que abriga a quienes tienen que hacer algo para no sentirse solos, es algo muy antiguo”.

En la misma línea se expresa el cordobés Salvador Gutiérrez Solís, quien con una extensa producción a sus espaldas –publicó su primera novela hace doce años–, no duda en afirmar que los principales valedores de las generaciones del 27 y del 98 fueron sus miembros “más mediocres”. “¿Qué nos une –se pregunta, y responde: –pues que vemos el mismo sol cuando nos levantamos, el mismo cielo, comemos más o menos lo mismo... sólo eso”. Participante en el tributo a Charles Bukowski, Hank over, con el relato Lavavajillas, explica la influencia de la televisión, el cine, la música y el cómic como “una gran polución positiva”, referentes culturales de una era que no se pueden ignorar. Tampoco desdeña internet, donde tiene un blog y comparte otro con su amigo, el también escritor cordobés Pablo García Casado. ¿Escribir una novela en la red? “No. Lo más cómodo es el libro. Ahora en esta época en una piscina, en la playa, y en el sofá, en la cama. ¿Alguien se lleva a esos sitios un ordenador para leer?”.

El ya cansino debate de la muerte del libro. ¿Cuántas veces ha muerto? El crítico y ensayista Manuel Gregorio González, sevillano nacido en 1970 tiene muy claro que es cosa de “fanáticos de la informática”, y en seguida hace una muy personal declaración de amor por algo que “no es sólo letras, es algo muy personal, es tener un privilegio del que no somos muy conscientes, porque lo es poder acercarte a los más brillantes, que tienen con nosotros, los lectores, la cortesía de darnos a conocer su pensamiento”. El autor de El arte inútil (Metropolisiana), que defiende ese “diálogo silencioso” con el libro, tampoco ve ningún nexo entre los autores andaluces coetáneos. “Cada uno hace cosas diferentes. Lo que ocurre es que siempre, pues es algo muy antiguo, ha habido la necesidad de encontrar una excusa para justificar una novedad que, en realidad, no lo es”, dice, y destaca, a la hora de hablar de “algo bueno”, la calidad que destila la novela negra actual.

En otro género se sumergió Alberto Marina, un joven escritor sevillano que contaba ocho años cuando el futuro estalló en mil pedazos el 28 de enero de 1986 con la explosión del Challenger poco después de su lanzamiento. Probablemente miró con ojos de niño la desintegración del cohete en el cielo de Cabo Cañaveral y después siguió con su vida: hoy es el autor de Deriva, un acercamiento personal y muy peculiar a la ciencia ficción editado por Metropolisiana, ejemplo de que él también va a lo suyo. “Eso de la generación son ganas de categorizar, quizá así funcione”, reconoce, “pero no siento ningún sentido especial de pertenencia”.  Marina, además, no frecuenta eso que se conoce como mundillo literario “ni tertulias generacionales, tal vez intergeneracional sí, con gente de otra edad”. Cuando publicó Deriva “alguien mencionó Nocilla Dream, me habló de su estilo fragmentario, pero es mera coincidencia, no tiene nada que ver”. Marina se trae entre manos, ahora, una historia de jóvenes fracasados. “Lo que podría denominarse operación fracaso, en contraposición a Operación Triunfo”, adelanta.

Su editor, José Daniel M. Serrallé, que en Metropolisiana, junto con Antonio Álvarez y Manuel Ortiz se han decantado por publicar a autores noveles –Manuel Rosal, con el poemario Oro, es otro de ellos–, no tiene la menor duda de que tampoco existe tal generación. Por lo menos en Andalucía. Serrallé acepta la coincidencia de edad, su juventud por tanto, pero poco más, “porque cada uno está en algo personal, distinto a lo que hace el resto. Coexisten puntos de vista radicalmente opuestos y no existe una homogeneidad temática”. Embarcado con sus amigos en esta “locura” de sacar adelante una editorial minoritaria con la intención  de “divertirnos”, Serrallé no oculta que  la variopinta y numerosa nómina de autores jóvenes andaluces sólo transmite la buena salud de la que goza la literatura en Andalucía.

A esa plenitud han contribuido, y mucho, Eva Díaz Pérez, Joaquín Pérez Azaústre y Luis Manuel Ruiz. Los tres, desde muy jóvenes en primera línea, se han esforzado siempre por llevar hasta los anaqueles de las librerías historias que, en palabras del tercero, “entusiasmen y atrapen al lector, que haya en ellas fascinación, magia”. Ruiz menciona con admiración Las mil y una noches. Por lo demás, “estéticamente muy alejado de los postulados estéticos” que propugna la llamada generación nocial, se muestra como uno de los más críticos con la cuestión que RdA ha planteado a todos ellos: “¿Generación? No hay nada de eso aquí. Tal vez en otras zonas, como Cataluña, donde les va más eso del merchandising. Es algo artificial, una cuestión publicitaria, periodística”.

Para el autor de La habitación de cristal y ganador del Premio Internacional de Novela con Sólo una cosa no hay, resulta “vergonzante y provoca sonrojo que a estas alturas se considere algo vanguardista e incluso maldito algo tan antiguo, a mí personalmente me da risa”.

Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971), que por su condición de periodista y escritora está a ambos lados, coincide con él y admite que tiene mucho de invento de los medios de comunicación. “Lo más interesante que puede apreciarse es la diversidad que hay entre nosotros, con intereses narrativos distintos. Y una independencia y libertad absoluta”. La finalista del Premio Nadal con El club de la memoria también detecta un exceso de bisutería en el fenómeno mediático organizado alrededor de la presunta generación.

Y no menos contundente con el asunto se muestra el ganador del Premio Quiñones de novela con La suite de Manolete. El cordobés Joaquín Pérez Azaústre, que exclama que “hay sitios para todos”, antepone la “defensa del libro en solitario” a todo el andamiaje generacional que levantan “estudiosos que han leído mucho pero de un talento menor”. Y en este punto coincide con su paisano Salvador Gutiérrez Solís, al afirmar que “siempre han sido los autores de una valía inferior los que más esfuerzo han hecho por hablar de una generación en la que, por supuesto, figurarían ellos. Cela no necesitó ninguna, ni García Márquez ni Vargas Llosa”.

Pérez Azaústre ve en todo ello “una clara operación de marketing destinada a encumbrar a “modernillos que creen haber descubierto América, cuando la verdadera escritura, lejos de las modas, es aquella que se hace con apasionamiento literario y emocional”. Y hace un encendido elogio de las obras Hijos del mediodía, de Eva Díaz Pérez, y Matar a un leopardo, del malagueño Andrés Reina, dos propuestas bien diferentes, “pero de mucha calidad”, con la guerra civil al fondo.

Y de aquellos tres años y de cómo han sido abordados por la narrativa española más reciente ha dicho mucho Isaac Rosa, cuya novela El vano ayer tuvo la aclamación de la crítica y la acogida del público. A punto de ver salir el mes próximo su cuarta novela, El país del miedo, Rosa admite que su pertenencia a una generación es una mera cuestión de edad, “pero no creo que exista una generación literaria. A veces me han adscrito a la llamada nocilla, afterpop o mutantes, según quien la catalogue, pero pese a las coincidencias creo que son más las diferencias con otros autores incluidos en ella, los cuales, por cierto, tampoco se parecen mucho entre ellos”. El autor de Otra maldita novela sobre la guerra civil –una revisión de otra suya anterior, La mala memoria–, no cree que la influencia de la televisión, el cine o los cómics “sean ninguna novedad ni elementos decisivos, aunque algunos los quieran convertir en señas de identidad literarias. No soy tecnófobo ni tengo ningún sentido elitista de la cultura, nada de eso; simplemente, en mi formación como autor han tenido más peso otros elementos”.

En el mismo plano se manifiesta Javier Mije, sevillano nacido el último año de los sesenta. El camino de la oruga, publicado por la editorial El Acantilado, fue el segundo mejor libro de relatos publicado, por detrás de Los girasoles ciegos, del desaparecido Alberto Méndez, a quien recuerda con afecto. Tampoco Mije ve una unidad entre sus coetáneos y el fenómeno nocilla lo explica “por el nombre sonoro” que tiene y sus connotaciones pop. Por lo demás, también defiende el “ejercicio individual y solitario, para bien y para mal” de la escritura.

Pues como escribió Peter Handke: “Y aunque siga aquí sentado hasta el final entre la gente, y me saluden, me abracen y me hagan partícipe de sus secretos, yo nunca seré uno de ellos”.

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