OPINION. AUTOPISTA 61

iPhone

Veo en la televisión que algunos de los primeros compradores del iPhone no sólo han ido a Madrid desde lugares tan lejanos como Vigo o Carcagente, sino que han dormido en la calle para conseguir el nuevo teléfono (bueno, no sé si es exactamente un teléfono) el mismo día en que se ponía a la venta. No conozco muy bien las propiedades del iPhone, pero sin duda deben de ser muchas si alguien se arriesga a pasar una noche en la calle, en compañía de los mendigos y de los empleados de limpieza, sólo para comprar un cacharro electrónico justo un día antes de que pueda comprarlo en la tienda de la esquina. Según he leído, el usuario del iPhone debe pagar al mes una cuota de cien euros. Se dice pronto, cien euros. Y más ahora, cuando se supone que vienen mal dadas.

Es posible que nos riamos de una vieja que reza arrodillada en una iglesia vacía, pero nadie se ríe del pobre diablo que ha peregrinado a Madrid no sólo para arrodillarse, sino para arrastrarse durante una noche entera ante la sede de Telefónica donde se vendían los primeros iPhones. A una cosa la llamamos superstición y a la otra la llamamos “cool trend fashion” o cualquier otra paparrucha así, pero yo no veo ninguna diferencia entre una y otra actitud. ¿Qué te permite hacer un iPhone? ¿Seducir a Sienna Miller, cenar con George Clooney, hablar de cine con Clint Eastwood, ver en primera fila un concierto de Tom Waits, comentar un partido de fútbol con Oumar Kanouté? Por cualquiera de estas cosas, yo estaría dispuesto no sólo a pasar una noche al raso en una calle de Madrid, sino a arrodillarme durante una semana en una esquina de Albacete. Pero me temo que el iPhone no te permite ninguno de estos prodigios. Con un poco de suerte, recibirás y enviarás musiquillas absurdas, fotos de chicas en el wáter o de gamberros haciendo gansadas en un callejón deprimente, o tal vez puedas enviar mensajes a Groenlandia cuando estés ascendiendo al Aconcagua, pero la verdad, no creo que sea para tanto. Y además, ¿para qué puñetas quieres enviar un mensaje a Groenlandia cuando estás ascendiendo al Aconcagua?

Hasta ahora, a la gente que dormía en la calle se la incluía en la categoría social de los “pobres” o de los “menesterosos”, y las personas de buen corazón les solían dar una limosna. Por lo que veo, las cosas han cambiado. Ahora hay gente que duerme en la calle sólo por el deseo acuciante de pagar cien euros al mes. Supongo que este extraño fenómeno psíquico es lo que solemos llamar “progreso”.

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