La otra cara de la situación económica

El momento del oro rojo

  • La crisis dispara la demanda de materia prima por parte de los restaurantes de comida rápida. En Lebrija se encuentra el epicentro del tomate industrial andaluz. Un viaje al origen del ketchup.

El pasado 9 de junio Lehman Brothers anunciaba pérdidas para el último trimestre del año. Ese mismo día McDonald’s se convertía en uno de los triunfadores de la sesión. Ganaba un 4% y sus acciones se cotizaban a 59 dólares. Tres meses después el banco de inversión quebraba y McDonald’s no  dejaba de registrar subidas en sus índices de venta. En Illinois los ejecutivos que habitan en la Universidad de la Hamburguesa ya habrán dado órdenes a su central de compras de que se pongan en contacto con uno de sus principales proveedores, Heinz, para que hagan acopio de materia prima. Estamos en crisis, una crisis quizá nunca conocida. Vamos a comer muchas hamburguesas y muchas pizzas. Moraleja: es la hora del ketchup y la salsa barbacoa. Es la hora del tomate.  ¿Podrá California, la gran huerta de América, abastecer esta demanda? 

Jesús Valencia, presidente de la cooperativa Las Marismas, en Lebrija, canturrea  flamenco, le gusta la película 'Arde Mississipi' y no tiene aplomo de ejecutivo porque es un hombre de campo. “La comida mediterránea es más cara y, en tiempos de crisis, la gente tira de la comida rápida, que es barata”. ¿Qué tiene que ver en esta historia Jesús Valencia? La respuesta está en esas decenas de miles de bidones verdes que tiene a sus espaldas. En cierto modo, su cooperativa, formada por 526 socios, 526  pequeños agricultores, tiene que acudir en ayuda del sistema. La cooperativa Las Marismas es uno de los mayores exportadores nacionales, y el primero andaluz, de tomate industrial, tomate concentrado, el origen de todo bote de ketchup. Si usted está tomándose una hamburguesa en pleno centro de Londres, tiene muchas posibilidades de estar saboreando tomates de Lebrija, pero si usted está en Lituania o Letonia comiéndose una pizza no tenga ninguna duda: está  hecha con tomate de Lebrija.

Este año la cooperativa Las Marismas, la más grande de las tres existentes en el triángulo Lebrija-Las Cabezas-El Cuervo, al sur de Sevilla, pegado al Guadalquivir, ha elaborado cerca de 40 millones de kilos de pasta de tomate.  Están ahí, en los bidones verdes y todos y cada uno de estos bidones están vendidos. Los espera Heinz, por supuesto, que es la gran multinacional de la salsa, pero también Nestlé, Kraft o García Carrión. No estamos hablando de un asunto menor, estamos hablando de una facturación de más de 30 millones de euros al año.

De las cuatro modalidades que se trabajan a partir del tomate de pera que se cultiva en la zona saldrán las variedades al gusto del cliente, del tomate frito a la salsa de tomate de pizza. Es todo un mundo, pero no idílico: “Si hubiéramos producido más, lo hubiéramos vendido. Ha habido clientes que han pedido un millón de kilos y les tienes que decir que no, que sólo les puedes dar la mitad. La producción es la que es, pero podría ser más, mucho más”, afirma el presidente. “Este año se podía haber producido un 20% más si nos hubieran dado más agua”, corrobora un agricultor que acaba de bajarse del tractor para hacer unas gestiones en las modernas instalaciones de la cooperativa, presidida por una placa en las que se informa que las oficinas y la planta industrial fueron inauguradas con la presencia de la ministra Elena Espinosa. “Tenemos muy buena relación con la Administración”, asiente Valencia.

Volvamos al problema. El agua. Pero lo primero es lo primero. Valencia utiliza un tono ceremonioso: “Quisiera que pusiera que  el presidente de la cooperativa y el consejo rector agradecen a los agricultores la valentía por haber sembrado tomate en esta campaña”. La cooperativa trabaja con la zanahoria, con el brócoli, la flor cortada... también con cultivos que rezuman pasado, como el algodón o la remolacha. Pero sin el tomate no puede vivir. El tomate les ha dado la vida. Sin embargo, Valencia enfatiza la palabra valentía. El agricultor, lo lleva en los genes, es conservador, cauto. Acude a la cooperativa a principios de  año y pregunta cómo va la cosa para ver qué puede plantar. ¿Tomate? No sé, no sé... ¿Va  a haber agua? No se sabe aún. El riesgo es enorme. La semilla hay que ponerla en enero y la Confederación Hidrográfica no asignará el agua hasta unos meses después. Si no se asigna el agua suficiente, se desmorona todo un sistema de producción. La cosecha es escasa y eso determina la duración de la campaña de transformación y el número de empleos que genera“.

"El tomate se ha convertido en un elemento dinamizador de la economía de Lebrija y de toda la zona. Yo quiero hacer entender que se trata de un cultivo social. Cuando estamos a pleno rendimiento hay doscientas mujeres trabajando en la planta de transformación. Y no es trabajo basura, es un trabajo que se paga con sueldos dignos. Una mujer que esté trabajando dos meses y pico se puede llevar 3.000 euros a casa, lo que ayuda mucho, como puede comprender. Y están los trabajadores de las máquinas, el transporte, son otros cien empleos, más los cien empleos estables. Pero necesitamos el agua”, explica el presidente de la cooperativa, que todavía tiene los dolores de cabeza de los tres últimos años de sequía que les ha tenido con el alma en vilo y con producciones muy lejanas a las que son capaces de transformar y comercializar. “Si tuviéramos agua, estoy seguro que podríamos llegar a plantar 3.000 hectáreas. Este año no hemos llegado a las 2.000”. Y el mercado podría absorberlo, máxime con las expectativas que tenemos en la actualidad”. E insiste: esto supondría más empleo y más riqueza para la zona. Mejor para todos. Nadie se va hacer multimillonario, pero la rentabilidad del tomate es atractiva, más que la de la mayoría de cultivos tradicionales e incluso más que poner la mano para recibir las ayudas de la PAC.

A cambio, ellos ofrecen inversión, la inversión que haga falta. De momento, es un cultivo que aplica toda la tecnología  moderna, empezando por el riego por goteo. No se pierde una gota de agua. Un paseo por la planta demuestra que lo que dice es cierto. Hay tres grandes mamotretos, los evaporizadores.   Al fondo está el más antiguo, para 600 toneladas, y se le nota en comparación con los otros dos, de reluciente aluminio y mucho más grande. El primero fue el que instaló en los 80 la empresa privada que captaba el tomate de los pequeños agricultores. La cosas no fueron bien y la empresa se fue al garete, pero los agricultores estaban convencidos de que en el tomate estaba el futuro. Sabían que los campos de algodón que adornaban la marisma acabarían por no ser competitivos. Y así fue. En el tomate estuvo la solución.

Afirma Valencia que “el tomate es un cultivo muy laborioso pero acaba enganchando. No es como otros en el que tienes que esperar que crezca, luego metes la cosechadora y punto. Aquí no, hay que estar cada día encima y se recolecta a mano con mano de obra de aquí, de la zona”.

La Junta parece dar la razón a las palabras del presidente de la cooperativa y ha puesto a través de Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) un estudio para hallar nuevas variedades de tomate para la industria que pueden adaptarse a la zona del Bajo Guadalquivir. Se trata de una red de ensayos  en cuatro fincas que analiza y compara variedades de tomate para observar su comportamiento y su respuesta ante diferentes condiciones de disponibilidad de agua.

Son elementos preventivos para convertir el tomate en un futuro seguro para la zona cuando es un cultivo con visión industrial que no se ha generalizado hasta hace unos diez años. El reto está en enfrentarse a la gran marea china, que se vislumbra como el principal competidor en los mercados del Este. De momento, según  considera Valencia, “podemos competir en calidad tanto del producto final como del servicio, pero hay que estar preparado”.

Hubo un año en que California no pudo abastecer su mercado y tuvo que pedir  tomate a Lebrija. Quién sabe si la cotización de McDonald’s en el parqué del maltrecho Wall Street pasa por las marismas. Jesús Valencia se sonríe ante la posibilidad. No ha quedado ni un solo tomate de  la reciente campaña. Todo se ha molturado. Nos vamos al mercado a comprar unos tomates para las fotos. Valencia los selecciona. El auténtico tomate de Lebrija. Los sostiene con orgullo: “Éste es nuestro oro. Nuestro oro rojo”. Cotiza alto en tiempos de crisis.

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