Alavés-Sevilla · A ras de hierba

Cuando mirar al horizonte da vértigo

  • El Sevilla entrega un triunfo por no rematarlo y oscurece su sueño liguero.

  • Sin frescura de ideas pese a los seis cambios en el once titular.

El sevillista Sarabia evita la entrada del alavesista Theo.

El sevillista Sarabia evita la entrada del alavesista Theo. / adrián ruiz de hierro / efe

Cuando se está en las alturas mirar al horizonte es el mejor antídoto contra el vértigo. Igual que en el mar para evitar el mareo hay que mirar a lontananza y nunca a las olas, está prohibido mirar abajo cuando se sufre mal de altura. Pero el Sevilla sufrió un inesperado vértigo en Mendizorroza precisamente por estar más atento a lo que está por venir que a lo que tenía bajo sus pies. El equipo de Sampaoli entregó un triunfo que parecía tener amarrado por no jugar como si fuera una final.

El castigo al conformismo del equipo y del entrenador cuando el Alavés estaba dando serios avisos de frustrar el triunfo fue el empate en un error de Lenglet, en el despeje, y de Sergio Rico, al no blocar un centro venenoso de Óscar Romero, el hombre que sí viró el rumbo del partido. Ambos, defensa y portero, tendrían su redención después salvando el que habría sido el gol de la victoria local. El sevillano bloqueó milagrosamente un mano a mano con Deyverson. El francés obturó un remate a bocajarro de Krsticic. Ellos sí amarraron un punto, poco oxígeno para alimentar la llama del sueño liguero.

Lenglet y Sergio Rico pueden dormir tranquilos. Es posible que no digan lo mismo otros protagonistas, empezando por el propio entrenador, incapaz de darle un golpe de timón a un partido que amenazaba galerna en la segunda parte, pese a que el Alavés se limitó a presionar de forma más tenaz en la medular, impidiendo que el Sevilla elaborase cómodamente su fútbol desde atrás, con una parsimonia exasperante.

Vitolo se fue sonriente, con su amarilla forzada y su guiño a Mariano; luego vendría el empate

Un aspirante al título no puede pretender que le tiendan alfombras por esos campos de España para que luzca su mejor fútbol. Demasiado baloncito al pie, demasiado apoyo en corto sin romper de verdad. Demasiado miedo a dar el paso definitivo para decirle al rival "soy el Sevilla y voy a llevarme los tres puntos para seguir siendo puntero". Sampaoli y su gente fueron menos rebeldes que nunca, porque lo tuvieron en su mano y quizá por ahí, por tener la pieza cobrada, quisieron vender la piel del oso sin saber que éste todavía estaba muy vivo, y pusieron la mente en el Leganés, en el Leicester City, en el horizonte inmediato.

La mejor prueba de esto fue la forma en que abandonó el campo Vitolo, provocando una tarjeta amarilla por perder tiempo al sacar una falta. ¿Qué prisa había de tener el Sevilla si ganaba por 0-1? El canario abandonó el campo de igual forma que el equipo intentó romper la línea Maginot que puso Pellegrino en la medular durante la segunda parte, con parsimonia, como si el tiempo corriera siempre a favor del mismo, el aspirante a rebelde. Y se fue guiñándole el ojo a su relevo, un desafortunado Mariano. Poco después empató el Alavés como castigo a la falsa seguridad de la victoria, a ese engreimiento del ganador que choca con el rebelde que quiere poner boca arriba los cimientos del fútbol español. Como si el Sevilla no tuviese hambre...

En un horizonte más lejano, el equipo de Sampaoli desperdició el triunfo en la plaza más asequible que le quedaba hasta el final de curso. La próxima salida es el Vicente Calderón y quizá pensaba en ella Vitolo cuando forzó la amarilla para causar baja ante el Leganés y quedarse limpio de amonestaciones. Después, el Camp Nou, Mestalla, La Rosaleda, y por último el Bernabéu... Demasiada tralla para este equipo que, con seis cambios en el once titular, se quedó sin frescura de ideas, sin saber qué hacer ante la presión del Alavés y ante el inesperado vértigo de las alturas. Demasiado pronto llegó el temido vértigo.

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