Huelva

Antonio León Ortega crea un estilo único y lleva la modernidad a la imaginería

Antonio León Ortega en su etapa formativa en Madrid.

Antonio León Ortega en su etapa formativa en Madrid. / Foto cedida por la familia (Huelva)

Antonio León Ortega es un escultor aún por descubrir. Así lo manifiesta su hijo, Antonio, que subraya que “mi padre trajo la modernidad a la imaginería andaluza y española”. Hay una catalogación con más de 400 obras, “pero faltan muchas, de vez en cuando aparece alguna, él no llevaba ningún control, su preocupación era sólo realizar la obra”.

Explica que al principio el artista realiza “un barroco nuevo, tamizado con su estilo, pero barroco. A partir de 1949 cuando hace el Cristo de la Sangre, de Estudiantes, arranca su propio estilo, mi padre es absolutamente brancusiano, Brancusi consigue simplificar la escultura hasta límites insospechados y mi padre hace con la imaginería algo similar, dentro de lo que le permitieron las hermandades y las autoridades eclesiásticas, simplifica los ropajes y le suprime el dramatismo excesivo a las imágenes”.

Subraya que “la imaginería de mi padre es única, es diferente, el transmitía con la escultura, transmitía sentimiento, paz, serenidad y belleza, transmitía su personalidad, mi padre reflejaba paz, estabas a su lado y te relajabas. Sus Cristos transmiten paz y amor”. Considera que su gran obra es el Descendimiento, “desde el punto escenográfico y escultórico es una obra de una potencia, una belleza y unas cualidades escultóricas únicas, es su gran grupo escultórico, de una gran categoría”.

Aparte, están las imágenes de Cristo, el de los Estudiantes, de la Fe y del Perdón, de Huelva, el de las Aguas y el de Veracruz, de Ayamonte, al que une el Cristo de la parroquia de La Concepción realizado en ciprés, que retiraron "incomprensiblemente" del altar mayor, "pues fue encargado para colocarlo allí", y las imágenes de la Virgen, del Amor, Los Ángeles, del Valle, de las Angustias, de La Soledad y de La Consolación, y entre los nazarenos, el Jesús del Calvario, de Huelva, que es de sus últimas obras, “y es una modernidad, de una potencia tremenda, es una obra única, es una pieza increíble, él se sentía muy orgulloso de esa pieza”. Luego se encuentra Jesús de las Tres Caídas, de Huelva, y el de Pasión, de Ayamonte, “que son palabras mayores, el Jesús de las Tres Caídas es una obra maestra de la imaginería”.

Comenta que “realizar un crucificado es un reto escultórico muy complejo y a él era lo que más le gustaba, se sentía primero escultor y luego imaginero. Fue imaginero porque necesitaba transmitir sus sentimientos religiosos, tenía unas inquietudes sociales tremendas, pertenecía al mundo de la izquierda, del progresismo, del socialismo, y eso conectaba perfectamente con las inquietudes cristianas de la paz, solidaridad, del amor y esa simbiosis de las inquietudes sociales de la izquierda y las inquietudes religiosas de la solidaridad para él era la perfección”.

Las décadas de los cuarenta y cincuenta son de una gran producción en su taller. Salía al amanecer de su casa y cuando tenía mucho trabajo comía algo en el taller y regresaba a su casa de noche. Eran jornadas intensas. Su hijo recuerda que cuando iba a comer a casa, “con el último bocado” se iba rápido al taller.

En los primeros años, León Ortega tuvo modelos para hacer sus obras, “tenía un primo, que era albañil, un hombre esbelto, muy espigado, de buena figura, de buena planta, era perfecto como modelo para los Cristo y le posó en varias ocasiones. Para las vírgenes, mis hermanas mayores, Angustias y Trini, posaron para él, siempre tenía entonces algún modelo, pero pasada la primera época prescindió de modelos y trabajaba de memoria”

De sus obras tuvo que restaurar algunas, entre ellas, el Cristo de la Sangre, de la Hermandad de los Estudiantes, “el problema de las imágenes religiosas es que son de madera, que es un elemento vivo, que con el tiempo se abre; la policromía se deteriora y hay que hacer una restauración”.

Siendo niño, Antonio León Ortega ya tenía claro que quería ser escultor. De adolescente realizaba figuras con corcho mientras cuidaba cabras en una finca en Ayamonte. Se inspiraba en la naturaleza y en lo que le rodeaba. Por la finca pasaba Alberto Vélez de Tejada, que le llamó la atención las obras que realizaba el joven, por lo que habló con su tía, que tenía una buena posición económica, y consiguió que ésta lo becara, aparte el joven también consiguió una beca de la Diputación, y se fue en 1927 a Madrid, donde permaneció hasta 1934.

Como sólo había realizado los estudios básicos no pudo ingresar directamente en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, tuvo que hacer unos cursos puentes, estuvo en la Escuela de Artes y Oficios un par de años y luego hizo el examen de ingreso en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Allí culminó lo que hoy es la licenciatura de Bellas Artes en las secciones de Modelado y Profesorado de Dibujo.

Tras su formación regresó a Ayamonte, pero comenzó el periodo de guerra y “él lo sufrió, lo detuvieron y estuvo en tres ocasiones a punto de perder la vida, estuvo tres veces encarcelado y condenado a muerte. Fueron las monjitas de la Cruz las que lo sacaron la última vez de allí”, indica su hijo, que señala que lo condenaron a trabajos y estuvo en la Iglesia de la Merced haciendo restauración para condonar la pena que le habían impuesto. Cuando lo dejaron en libertad, en 1939 se fue a Huelva. “El se consideraba un superviviente de la guerra pero nunca me transmitió resentimiento, me decía que había que pasar página y que tenía que haber concordia entre todos los españoles”, apunta su hijo.

En Huelva entró en el taller de Pedro Gómez, donde estaba Gómez del Castillo y Antonio León Ortega comenzó a colaborar con él, hacían obras juntos, entre ellas, “el Cristo de la Buena Muerte, de Huelva, con el compromiso de que la iban a firmar los dos, pero cuando llegó mi padre una mañana el Cristo ya lo había firmado Gómez del Castillo y, como no había respetado el pacto, se marchó del taller”.

Ya fuera del taller, a León Ortega le encargan en Ayamonte el Cristo de la Vera Cruz y lo hizo en la pensión en la que se alojaba, “en un cuarto a la luz de una bombilla”. Al fallecer Gómez del Castillo, volvió al taller de Pedro Gómez, donde permaneció hasta 1962. Posteriormente, en la calle Médico Luis Buendía montó un taller propio, donde estuvo hasta 1985, año que le dio un ictus. Su última obra es el busto de Madame Cazenave.

En este taller León Ortega tuvo alumnos, preparó a jóvenes que querían realizar el ingreso en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, y enseñó también a aquellas personas que sólo querían aprender modelado y dibujo. “A él le encantaba enseñar lo que sabía”. Además, dio clases de dibujo en el Seminario.

"En esos años Francisco Montenegro creó junto a Juan Manuel Seisdedos, Pilar Barroso, David El Ceramista y mi padre una escuela de arte, era pública, pero no recuerdo de qué organismo dependía, y daban clases de dibujo, pintura, modelado y de cerámica, y ese fue el embrión de lo que hoy es la Escuela de Arte León Ortega de Huelva", destaca Antonio León. 

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