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Patrimonio

Los hilos sueltos de La Tía Norica: sin la prometida sede estable y sin sus originales visitables

La Tía Norica que custodia el Museo de Cádiz.

La Tía Norica que custodia el Museo de Cádiz. / Lourdes de Vicente

No les faltaba razón a los cómicos de Tricicle cuando la pasada semana, recogiendo su Max de Honor en el Gran Teatro Falla, dijeron aquello de que los premios están muy bien pero “no cambian nada”. Las mismas llamadas para conseguir actuaciones, los mismos problemas para acceder a los circuitos, el mismo trabajo para seguir adelante con una carrera que es de fondo. Cuarenta años suma la del trío pero es que dos siglos de existencia miran a la compañía gaditana de títeres La Tía Norica y ninguno de los muchos reconocimientos con los que se la ha distinguido, incluido el Maximino de Honor de estos XXVI Max de las Artes Escénicas, ha resuelto sus problemas.

Pero, al menos, el galardón ha puesto el foco. El foco que ilumina su realidad fraccionada y, de paso, la de este patrimonio cultural diseminado en varios espacios (algunos inaccesibles al público) y sin (desquiciante) tener uno propio.

Vamos por partes. Los títeres originales. Si a alguno de los asistentes al Falla el lunes se le despertó la curiosidad por la historia de los muñecos que pusieron la salsa al discurso institucional de la ceremonia de los Max, esperemos que no acudieran al Museo de Cádiz, donde reposan sus ancestros, pues actualmente, “y desde hace bastante tiempo”, según habituales al edificio de Mina, la planta en la que se exponen está cerrada.

La “falta de vigilantes”, certificada por personal del Museo, es el motivo por el que la tercera planta del centro permanece clausurada con lo que gaditanos y visitantes no sólo se pierden una más que decente colección de pintura contemporánea sino el conjunto artesanal de la bicentenaria compañía La Tía Norica cuyas piezas más antiguas conservadas fueron adquiridas por el Ministerio de Cultura en 1978, ingresando en el Museo de Cádiz tan sólo un año después para su exposición pública.

Como decimos, hoy es imposible que el público acceda a ellas por esta falta de vigilancia y, evidentemente, por el desinterés de encontrarles otro lugar visible en el Museo, ni siquiera, durante estos días de impacto mediático de los Premios Max.

Una imagen de algunas de las piezas del conjunto La Tía Norica, en el Museo de Cádiz. Una imagen de algunas de las piezas del conjunto La Tía Norica, en el Museo de Cádiz.

Una imagen de algunas de las piezas del conjunto La Tía Norica, en el Museo de Cádiz. / Lourdes de Vicente

Pero es que esta apatía no es exclusiva ni del pasado de La Tía Norica, ni de la Junta de Andalucía, que gestiona el Museo de Cádiz. Así, los últimos gobiernos municipales también han demostrado su dejadez por el presente y el futuro de la actual compañía que en 1984 se preocupó por recuperar y poner en valor las técnicas y las obras de la antigua La Tía Norica.

La compañía, que la pasada semana recibió el Maximino de Honor de los Max y que hace ya más de 20 años, en 2002, fue condecorada por el Gobierno de España con la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, espera desde hace más de una década la firma de un convenio de colaboración con el Ayuntamiento que, a pesar de haber sido aprobado en Pleno municipal, tampoco llega.

Un acuerdo donde, originalmente, se hablaba de que la formación se ocuparía del teatro “durante 6 meses” pero del que hoy, entre otros puntos, La Tía Norica espera conseguir, al menos, que se le costee el traslado de los enseres para sus actuaciones desde la nave de la Zona Franca, donde actualmente se guardan, al Teatro del Títere La Tía Norica, donde exhiben sus obras dos veces al año, en Navidad (Los autos) y en primavera por el Festival del Títere (El sainete), y donde se custodian algunas piezas más complicadas de trasladar.

Porque, esa es otra. La Tía Norica actual no está del todo ni en el coliseo de La Tía Norica (calle San Miguel), ni en la nave de la Zona Franca (que paga el Ayuntamiento), ni en el Museo del Títere (Bóvedas de Santa Elena). Lo dicho, patrimonio diseminado, dispersado que, antes de 2012, se concentraba (exhibición, almacén y taller) en el Baluarte de la Candelaria. Un espacio, privilegiado e infrautilizado, que en los últimos años sólo se abre para Feria del Libro y conciertos de verano.

Bien, de enfrente del Carmen se iba a mudar La Tía Norica al, entonces, futuro Teatro que llevaría su nombre. De hecho, en el proyecto original del Teatro del Títere La Tía Norica, se contemplaba el traslado completo de la compañía e, incluso, se contaba con un segundo escenario que estaría destinado a sus representaciones. Pero en el subsuelo del antiguo teatro Cómico aparecieron los restos de Gadir y en vez de, como marca la lógica, levantar el coliseo en otro lugar y dedicar el edificio que se estaba construyendo a un centro de interpretación del Cádiz fenicio, se optó por combinar ambas realidades. El resultado lo vemos hoy. Ni de uno, ni de otro.

El caso es que ante las modificaciones provocadas por el hallazgo arqueológico se pensó que la sede y la vida de La Tía Norica estaría compartida entre el Teatro y el Museo del Títere que también por aquellas mismas fechas se abría en el antiguo Parque de Bomberos. En la plata baja, se decía entonces, se situaría el taller de títeres de la compañía y su almacén, además del Centro de Documentación de las Artes Escénicas de vocación iberoamericana y una biblioteca teatral para realizar representaciones puntuales. Se crearía la Escuela Taller del Títere gaditano y sería sede de numerosos cursos de formación. ¿Cómo está la planta baja del Museo del Títere hoy día? Vacía y cerrada a cal y canto.

En el primer piso sí se pueden contemplar –junto a la colección principal de títeres de Ismael Peña que es la base de este centro– algunas piezas de La Tía Norica. Pero ni a la tía-abuela de Batillo ni al propio chavalín descarado lo verán en el Museo del Títere porque duermen en Zona Franca.

Muchos hilos sueltos tiene La Tía Norica, que ningún premio, por ahora, ha conseguido recoger.

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