¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Estampas de la España alegre

Para nuestros antepasados, los toros fueron una constante fuente de alegría, diversión y drama

Pedrín Benjumea y Gabriel de la Casa, a hombros en Valencia.

Pedrín Benjumea y Gabriel de la Casa, a hombros en Valencia.

SORPRESAS te da la vida, y no siempre malas. Fui al Archivo de Indias a ver la exposición sobre Elio Antonio de Lebrija (que le llamen Nebrija los de Nadrid y Narcelona) y me topé con una pequeña maravilla cuya existencia había olvidado: La memoria taurina. Fotografías taurinas en los archivos estatales. Pásense ustedes por la antigua Casa Lonja y disfruten de los retratos de Lagartijo Chico y Bombita; de Curro Romero conversando con una japonesa en kimono y toreando en Badajoz (foto del polifacético Bernardo Víctor Carande); de un derechazo de Manolo González con la cabeza vendada y de un quite al alimón de Miguel Márquez y Antonio José Galán; de un muletazo de Teresa La Estudiante y de María Alegre y Manolita Tulla en la Plaza de Madrid; de la elegante Gracia de Mónaco en el palco de la Maestranza y de Antonio Bienvenida saludando a Orson Welles... Es una exposición que sirve para matar el tedio no sólo a los taurinos, sino a cualquier persona con algún interés por las cosas y asuntos pretéritos.

Además, al menos para el menda, la visita fortuita de la muestra sirvió para recordar algo que nos dice Aquilino Duque en su libro Mano en candela: lo importante que fueron los toros en España durante la primera mitad del siglo XX, tanto o más que los sports en el mundo anglosajón (esta idea es de Adrian Shubert). Hoy, con un ambiente social enrarecido y con fuertes tendencias antitaurinas, nos cuesta comprender la enorme afición que sintieron nuestros antepasados por la tauromaquia, que fue una constante fuente de alegría, diversión y drama en aquella convulsa España. Si un matrimonio era capaz de empeñar su colchón para acudir a una corrida de Belmonte no se debía, evidentemente, a la intención de saciar unos apetitos oscuros e inconfesables, sino a la necesidad de gloria y sueño, tragedia y bacanal, que todos los pueblos sabios y antiguos han sentido. Y esto queda fielmente reflejado en estas fotos en blanco y negro, en los aficionados posando en la barra de un bar valenciano mientras portan a hombros a Pedrín Benjumea y Gabriel de la Casa, en los niños viendo una corrida entre las ruedas de las carretas de una improvisada plaza de pueblo, en Manolete dándole al frasco para celebrar un triunfo, en Mary Santpere y su perrito haciendo el paseíllo... Estampas de una España alegre que nos llegan a esta Expaña que ya hace mucho tiempo que desertó al fútbol y la televisión de plasma.

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