¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La cancelación del Toro de Osborne

Manolo Prieto sólo quiso diseñar una imagen publicitaria, pero le salió un símbolo nacional-pop. No se lo perdonarán fácilmente

El Toro de Osborne, en cerros, oteros y lomas.

El Toro de Osborne, en cerros, oteros y lomas. / DS

TOPÉ con Manolo Prieto por primera vez en un pequeño y curioso museo municipal de El Puerto de Santa María que se encontraba (no sé si aún lo hará) cerca de la Prioral. Hasta entonces pensaba que el Toro de Osborne, el que nos miraba serio y solemne desde los cerros y oteros del verano español, era anónimo como la Venus de Lespugne o el Tesoro del Carambolo. Nada más lejos de la realidad. La histórica etiqueta y valla publicitaria tenía auteur, un tal Manolo Prieto, natural del Puerto, quien desarrolló una amplia carrera como artista publicitario, escultor, hacedor de medallas (algunas de un suave y agradable erotismo), diseñador de portadas de libros, etcétera.

Lo recordamos el otro día, cuando en un periódico digital de la podemia leíamos que un “artista” (sic) había pintado de azul cielo uno de sus Toros de Osborne ubicado en la provincia de Orense (Ourense si es usted gallegoparlante o pájaro plurinacional). La intención del genio, cuenta el reportero, no era otra que “anular un símbolo españolista con otro símbolo”... Las cosas de nuestra entrañable izquierda, aunque el periodista y el pintamonas quizás no supiesen que Manolo Prieto fue miembro del Partido Comunista y convencido colaborador con diferentes cabeceras del Ejército Popular durante la Guerra Civil.

De la progresía hispana no nos sorprende el esfuerzo que hace en destacar lo que nos diferencia a las distintas regiones de España. Al fin y al cabo, eso ya lo hicieron los coros y danzas de la Sección Femenina. Lo que nos llama la atención es su afán por hacer desaparecer todo aquello que nos une como país; de eliminar, invisibilizar o cancelar los lazos que hacen que un cordobés sienta como un hermano a un soriano. El Toro de Osborne, fiel centinela de nuestros viajes familiares, forma parte de ese patrimonio emocional que ayudan a conformar lo que Benedict Anderson llamó una “comunidad imaginada”; su sola presencia en el horizonte es la señal de que estamos pisando la casa común –incluso cuando nos encontramos en una “nacionalidad histórica”– y eso no se lo van a perdonar tan fácilmente, de ahí los continuos ataques vandálicos que sufren.

Manolo Prieto sólo quiso diseñar una imagen publicitaria, pero le salió un símbolo nacional-pop. En cualquier otro país su fantasma vagaría orgulloso por las carreteras, presumiendo de su hazaña ante liebres, perdices, erales y caracoles. Aquí, en España, aún tendrá que pedir perdón y hacer autocrítica ante sus viejos camaradas de partido.

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