Curro. Así cuajó la leyenda (VI)

1967: Aquel quite a un toro de Ordóñez

  • Sesenta años de alternativa y del debut de matador de toros en la Feria es argumento sobrado para este serial

  • Otra vez, los toros de Benítez Cubero ayudaron al rotundo triunfo de la terna completa

Curro Romero corresponde a la plaza saludando montera en mano tras su excelso quite a 'Chulito', segundo toro del lote de Antonio Ordóñez.

Curro Romero corresponde a la plaza saludando montera en mano tras su excelso quite a 'Chulito', segundo toro del lote de Antonio Ordóñez.

Llevaba viento en popa la Feria Curro Romero tras haberle cortado las orejas a un bravo toro de Pilar Herraiz el domingo de preferia y se anunciaba en este jueves de Feria con toros de Benítez Cubero, nuevamente los providenciales toros de Ojuelos, junto a Miguel Báez Litri y Antonio Ordóñez. Era el que se consideraba cartel estrella de esa Feria de 1967 desde que vieron la luz en la cervecería La Española, lugar donde entonces se presentaban los carteles. El Litri siempre contó con gran predicamento en Sevilla desde aquella aparición de novillero en que asustó al público con su toreo, tan cercano a los pitones. Además volvía a la Maestranza Antonio Ordóñez tras una ausencia que databa de 1961. Seis años fuera de Sevilla por una retirada durante las campañas de 1963 y 1064 y porque no se entendió con Canorea los años 1962, 1965 y 1966.

Era 20 de abril y la tarde anterior había cortado Rafael Ortega oreja por última vez en una plaza que registra en sus anales el dato de los dos rabos que logró el de la Isla en la década anterior. Era la primera Feria de Paquirri y la que registró el insólito dato de un paseíllo sin la presencia de uno de los componentes de la terna anunciada. Pasó el martes de Feria y a la hora de autos sólo estaban en la puerta de cuadrillas Diego Puerta y Paquirri. El tercer hombre había sido víctima de un atasco de tráfico en Adriano y cuando llegó ya se había deshecho el paseíllo. Ese tercer hombre no era otro que Manuel Benítez El Cordobés, que llegó caminando por el callejón hasta el burladero de capotes.

Pero estamos en jueves de Feria y desde media hora antes cae un calabobos que no cesará hasta después de arrastrarse el sexto toro de Benítez Cubero. Expectación máxima, el no hay billetes colocado desde horas antes, se ovaciona a Curro por su éxito con los urquijos de doña Pilar y es acompañado por Miguel y Antonio, que también y lógicamente son acogidos con calor. La corrida discurrió entre clamores, y se produce una cima de arte con el quite de Curro en el quinto en que hubo de saludar y que terminó de orientar a Ordóñez sobre la calidad de aquel toro Chulito para que apareciese una de aquellas lecciones de tauromaquia que el maestro de Ronda interpretaba con frecuencia y que le llevaron a mandar en el toreo durante muchas temporadas.

La faena a 'Duqueso' fue lo mejor que Curro labró al natural en la plaza de la Maestranza

Y salió el sexto, Duqueso, y apareció en carne mortal Curro, que iba vestido, asómbrese usted, de canario y plata. El color canario es el eufemismo con que se embosca el amarillo, ese color que muchos artistas ven maldito desde que Moliére falleciese en el escenario vestido de dicha guisa. Bueno, pues a Curro le sentaba maravillosamente el dichoso amarillo, que combinaba con el negro del corbatín y la faja. Qué bien se vestía siempre Curro, cómo su empaque natural se abrillantaba con aquellos ternos que siempre estrenaba en la Feria de su Sevilla del alma.

Un ayudado por bajo genuflexo sirvió para fijar definitivamente al toro. De ahí en adelante, el animal ya sabía que era Curro su único interlocutor válido y que ya no cabían distracciones. Si el año anterior alguien le había criticado que la tarde de las ocho orejas fue la derecha casi exclusiva protagonista, en esta tarde de paraguas y oles, la izquierda iba a ser la llave que iba a permitir el triunfo. Un triunfo estruendoso con el toro yendo y viniendo a una muleta plana que se adelantaba para ir hasta detrás de la cadera y poner aquello como un manicomio.

Cómo asistían Litri y Ordóñez a aquel recital del portentoso camero, cómo disfrutaba Sevilla con su torero, cómo se sucedían los naturales sin solución de continuidad junto a la mismísima boca de riego. Fueron unos naturales tan plenos de naturalidad que nunca jamás vi algo parecido en la zurda de torero alguno. He visto naturales perfectos, poderosos, magníficos, pero como vi torear al natural a don Francisco Romero López a aquel bravo toro de Benítez Cubero en la lluviosa tarde del 20 de abril de 1967, eso nunca lo vi. Y es que Curro no será el mejor torero que vieron estos ojos que ha de comerse la tierra, claro que no, pero que ha toreado como nadie y que me llegó más hondo que nadie, a ver quién me lo discute.

Una vez más en su carrera, los aceros le jugaron en contra. Era lo lógico tras oírle decir tantas y tantas veces que cuando montaba la espada no le daban miedo los pitones, sino cortarse la mano. No era su fuerte, por supuesto que no, pero a pesar de todo dio una vuelta clamorosa al ruedo para salir en hombros con Miguel y Antonio por la puerta que da a la calle Iris, la puerta por donde habían entrado dos horas antes. No había habido orejas suficientes para franquear la del Príncipe, pero qué más da. Otra noche que en la Feria se hablaría de toros, de cómo había El Litri asustado al miedo con sus arrimones, del empaque y la marchosería de Ordóñez en aquel toro quinto que le brindó a Utrera Molina y de cómo Sevilla permanecía enamorada de un torero único, quizá el de más personalidad de cuantos vistieron de seda y oro; su nombre, Curro Romero.

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