Toros

El toreo clásico y de suprema calidad de Pablo Aguado

  • El sevillano abre la Puerta del Príncipe tras cortar cuatro orejas y es consagrado por La Maestranza

  • Roca Rey y Morante de la Puebla consiguen sendos trofeos en tarde histórica

Pablo Aguado sale a hombros por la Puerta del Príncipe.

Pablo Aguado sale a hombros por la Puerta del Príncipe. / José Ángel García

El diestro sevillano Pablo Aguado fue bendecido y consagrado en la plaza de La Maestranza tras una actuación de puro clasicismo y con un toreo de suprema calidad, cortando un total de cuatro orejas y abriendo a ley la Puerta del Príncipe en una de las tardes más emotivas de los últimos años que se vivió con una pasión desbordante. Una de esas tardes que engrandecen La Fiesta.

La corrida de Jandilla, de juego variado, dio opciones a una terna compuesta por Morante, Roca Rey y Aguado a la que se la vio en todo momento picada, lo que propició el espectáculo de mayor intensidad de lo vivido hasta ahora en la feria y uno de los más completos de los últimos años en la plaza sevillana.

Pablo Aguado estuvo sublime ante su lote. Ya cantamos sus grandes actuaciones de este año, por ejemplo, en Valencia, y anotamos que si hacía en Sevilla lo que le vimos en Morón, en la reaparición de Jesulín, en faena con indulto incluido, daría la gran sorpresa en la Feria de Abril ¡Y menuda sorpresa...!

Con el noble tercero, ovacionado en el arrastre por su calidad, Aguado firmó una lección de toreo clásico, de suprema calidad, de toreo caro, marcada entre otras cualidades por la naturalidad. Con el capote, con armonía, dibujó verónicas suaves. Con la muleta toreó con tanta despaciosidad que algunos muletazos, aterciopelados, fueron al ralentí tanto con la diestra como al natural. Faena entre oles, para paladares exquisitos y medida, con las series rematadas con profundos pases de pecho. Comienzo torerísimo, con muletazos con sabor –imágenes que nos trasladaban en el tiempo a toreros legendarios del siglo pasado–. La figura sin forzar en ningún momento, sin toques bruscos, dando los muletazos justos en cada serie. Aquello no fue prosa, fue verso. Ligazón de los suaves pases encadenados con una suavidad extrema, que caló en el público, que llegó al alma del aficionado, un público alborozado que gritaba “¡Ole!, ¡Bien...!” y batía palmas de manera enloquecida. Mató de estocada hasta la bola y fue premiado con las dos orejas de su magnífico oponente, Cafetero.

Morante torea con el capote al cuarto de la tarde. Morante torea con el capote al cuarto de la tarde.

Morante torea con el capote al cuarto de la tarde. / José Ángel García

El público y los aficionados esperaron con expectación que saltara el sexto para valorar de nuevo a Aguado, que tenía medio abierta la Puerta del Príncipe. Y Aguado, sin necesidad de echarse de rodillas ni marcharse al portón de los sustos para recibir al toro a portagayola, continuó por ese río sereno del clasicismo. Con otras tres verónicas preñadas de armonía y medias con sabor añejo recibió a Oceánico entre un mar de oles, que continuaron en un quite por el palo esencial del toreo de capa, la verónica, de nuevo jugando muy bien los brazos. Parte del público en pie y la música sonando en su honor. Morante, muy entregado ayer, entró en su quite con el bú. No le salió bien del todo. El banderillero Iván García prendió un par de premio –sones en su honor–. Aguado, con este toro que resultó manejable, pero que perdía gas a raudales, volvió a torear de manera sublime. Serie diestra con suavidad, abrochada con un pase mirando al tendido, oles y el pasodoble como antesala a la Puerta del Príncipe que se vislumbraba más cerca. Con la izquierda, el torero llegó a aguantar tanto en un muletazo, que el natural duró una eternidad. Toreó con la zurda con preciosos ayudados ya con el toro apagado. Cerró con unos naturales sueltos, muy cantados por el público que enmudeció antes de una estocada como rúbrica con gritos de “¡Torero, torero, torero” y un mar de pañuelos que exigieron las dos orejas concedidas.

Morante derrochó entrega. Ante el que abrió plaza, mansote, noblón y que se afligió en la muleta, toreó bien a la verónica y realizó una faena compuesta tras la que dio un mitin con el verduguillo.

El cuarto, aunque perdió pronto gas, resultó noble y, encastado, se resistió a morir. Morante volvió a lucirse a la verónica. Con la muleta, tras un comienzo torerísimo y con pases de rodillas, desplegó una faena salpicada de calidad, que acabó en cercanías, con el toro aplomado. Mató de estocada y cobró una oreja.

Roca Rey con la oreja que le ha cortado a su primer toro. Roca Rey con la oreja que le ha cortado a su primer toro.

Roca Rey con la oreja que le ha cortado a su primer toro. / José Ángel García

Roca Rey puso el listón muy alto desde su primero, el segundo de la tarde, que manseó en la muleta, pero que embistió con buena condición. Con el capote enloqueció a la plaza, tras una larga cambiada de rodillas a portagayola, sumando en los tercios otras dos en la misma suerte y dos afarolados. Escuchó unos sones en su honor. Entró Aguado en un quite a la verónica y le respondió Roca con otro por chicuelinas. Brilló en la brega Domínguez y Viruta en banderillas. El limeño brindó su faena a Rafael Serna, en el callejón. Un trasteo que comenzó de manera explosiva, de rodillas, con la diestra, alternando un par de muletazos por la espalda. Un cambio de mano por delante y un pase de pecho fueron ovacionados con mucha fuerza. En los medios, cuajó una serie diestra despacio. En un pase de pecho fue cogido con el pitón izquierdo, afortunadamente sin consecuencias. El toro se rajó y enfiló tablas. Una estocada al hilo de las tablas fue el broche para una merecida oreja.

Con el manejable quinto, al que le faltó recorrido, realizó una labor correcta, con su despliegue habitual de valor, con muletazos por la espalda y que acabó en cercanías con el toro a menos.

El espectáculo, uno de los memorables de los últimos años se vivió con pique por los toreros en el ruedo y con pasión en los tendidos. Fue una tarde de las que hacen afición –como se dice en el argot– y en la que el jovencísimo y escasamente placeado Pablo Aguado fue consagrado por la afición de su tierra, Sevilla, saliendo a hombros por la Puerta del Príncipe de manera multitudinaria. Seguro que Pablo, en esos momentos, debió sentir que había alcanzado la gloria.

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