Vivimos en un mundo de usar y tirar. Nuestras ropas, móviles, televisores... tienen una corta vida. Programados para durar poco. No como antaño, que estaban programados para matar. Vamos, que te morías y la lavadora la llegaba a heredar tu nieta.

Hasta los seres humanos parecemos ya programados para ser útiles durante un corto plazo de tiempo. ¡Justo ahora que vivimos más! Quizá sea por eso mismo que nos vamos usando y nos cansamos rápido.

Cada vez más divorcios, nuevos noviazgos noveleros, nuevos amigos y hasta uno mismo se transforma cuando haga falta en otra persona "útil".

Creo que este mundo digital, curioso nombre para un mundo en el que lo que menos hacemos es tocar a nadie y el máximo roce es pellizcar una foto en una pantalla, está llevándonos a una búsqueda continua e infinita de posibilidades. Abandonamos aquel mundo analógico y perdimos los papeles. Aquellos papeles salidos de un cliché único e irrepetible conseguido con esfuerzo. No por turbia se tiraba a la basura una imagen para el recuerdo.

Algunos intentan volver atrás. Vuelven a comprar un disco de vinilo, una Werlisa, un sillón isabelino, un libro encuadernado y hasta un periódico que les manche los dedos de tinta negra.

Pero es inútil. Vivimos ya en un mundo con obsolescencia programada. Se han encargado de meterle componentes que empiezan a fallar y son irreparables. La memoria Ram del mundo está llena de prisas, estrés, odio, intransigencia, envidia... La memoria se pierde tras un apretón de manos y olvidamos que existió un contrato de honor. Y se pierde ante palabras de promesas como Lola Flores perdió el pendiente. La memoria entiende de trampas. No hay quien arregle esto, señores.

Hasta nuestros políticos están calculados para que se tornen obsoletos e inútiles cada vez en menos tiempo. Por no hablar de la poquísima memoria que tienen.

Volvamos, volvamos a educar a nuestros jóvenes para toda la vida. Sí, para toda la vida.

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