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Modernización y concentración, desafíos con fecha de caducidad

  • La agricultura almeriense se aferra a su auge exportador, pero ha de virar hacia nuevos mercados porque los tradicionales han tocado techo y por el avance de sus competidores

Después de una campaña histórica suele venir el peligro de dormirse en los laureles. Y el campo almeriense, a pesar de que ha dado un salto cuantitativo y cualitativo en materia de innovación y desarrollo tecnológico, aún tiene muchos viejos retos pendientes en el zurrón, la mayoría de ellos, tan viejos como el propio sector, nada menos que medio siglo, que no pueden esperar más ante la creciente competencia de terceros países. El cerco se estrecha cada vez más y, en muchos casos, ya no es cuestión de ganar más, sino de supervivencia.

La última cosecha, correspondiente a 2011-2012, ha arrojado unos datos de récord, con una producción que rozó los tres millones de toneladas, un 5,6% más, y un valor en origen de 1.413 millones de euros (+6,1%), según el 'Análisis de la campaña hortofrutícola de Almería', elaborado por la Fundación Cajamar. En este curso agrícola el sector exterior, ya de por sí vital para la agricultura almeriense desde sus orígenes, ha alcanzado cotas hasta ahora impensables, logrando una tasa de exportación del 69,5% del total del peso comercializado. Todo ello, a pesar de que la campaña 2011-2012 se presuponía complicada. Era el año de la reválida para el campo almeriense, en el punto de mira de los mercados internacionales, tras el varapalo sufrido con la crisis de la bacteria E. coli, que supuso bajar la persiana con más de un mes de anticipación, generando pérdidas millonarias en frutas y hortalizas que acabaron en vertederos de basura y, lo que es más grave, el daño en la imagen, una vez más, imposible de calcular económicamente.

Sin embargo, las cifras de ventas en el exterior han dado la razón al campo almeriense, que ha sabido sobreponerse a este duro golpe y demostrar al mundo entero que sus frutas y hortalizas gozan de una calidad y seguridad alimentaria que los mercados internacionales han sabido reconocer. Precisamente, Alemania es el paradigma de este fenómeno, al tratarse del país de donde partió la falsa acusación y que ha absorbido casi la quinta parte (17,4%) del volumen total comercializado, rozando las 600.000 toneladas en esta última cosecha.

A pesar del alborozo de estas cifras, celebradas por las principales organizaciones agrarias provinciales, Coag, Asaja y UPA, y de que el curso agrícola en vigor, el correspondiente al ejercicio 2012-2013, también está contabilizando unos niveles de cotización en origen muy satisfactorios, no es argumento suficiente para dormir tranquilos, pues la fluctuación de los precios en Almería aún depende en su mayoría de la climatología de sus países competidores. Una industria agrícola como la almeriense debe apostar por un mayor control de sus ventajas competitivas y que estas no se encuentren en manos del azar climático o del devenir de sus competidores.

Ante esta tesitura, ganar dimensión es, quizá, el principal desafío pendiente. Ya no se trata sólo de concentrar la oferta mediante engorrosos procesos de fusión, que destapan recelos y son difíciles de gestionar una vez hechos realidad. Es más bien organizar la oferta para agarrar la sartén de los precios por el mango, arrebatándoselo a las grandes cadenas de distribución, que son las que fijan las condiciones de cómo, cuándo y, sobre todo, cuánto.

Por poner un ejemplo, con tres mil millones de kilos de producción, ganar cinco céntimos en el precio medio supondría unos ingresos extra de 150 millones de euros, ahí es nada, lo que garantizaría una mayor rentabilidad para el productor en origen y facilitaría la necesaria modernización de los invernaderos, muchos de ellos, con una media de edad demasiado alta como para generar una productividad por metro cuadrado razonable.

En la actualidad, los invernaderos almerienses producen en torno a 20 kilos por metro cuadrado, incluso, menos, una cifra muy alejada aún de los cultivos del norte de Europa, más tecnificados y avanzados, con uso de calefacción e inyección de dióxido de carbono, que llegan a cuadruplicar este dato, superando los 80 kilos por metro cuadrado.

Tampoco se trata de producir más kilos para ganar más. Hay que seguir apretando la tuerca de la innovación para poner en el mercado productos más elaborados y de mayor valor añadido, dirigidos a un público dispuesto a pagar un poco más por ellos.

Por otro lado, la competencia es cada vez mayor. Ya no es sólo Marruecos o Turquía. La UE acelera en las negociaciones para mejorar las condiciones de acceso al mercado comunitario de los países de este bloque (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), para lo que estudia una rebaja de un 60% en los aranceles.

La gestión de los restos vegetales es otro reto que no puede esperar más. Mientras unos predican que se puede hacer negocio con ellos para su transformación en biomasa, otros siguen pensando que tiene un elevado coste de gestión, mantenimiento y transporte. Y, mientras tanto, la casa sigue sin barrer y cada año se producen nuevos fuegos en las plantas que se dedican a ello.

La formación tampoco puede pasarse por alto. Todos los técnicos aconsejan 'reciclar', sobre todo, a los directivos de cooperativas y alhóndigas para ganar en profesionalización y especialización, lo que redundará en mayores rendimientos y beneficios sociales para las empresas hortofrutícolas.

En materia normativa, la PAC debe garantizar el futuro del sector y no amenazar su viabilidad; además de que la ansiada ley para la mejora de la cadena alimentaria, que recibió un fuerte tirón de orejas de la Comisión Nacional de Competencia, se ha puesto en funcionamiento aún con muchas incertidumbre en el aire, entre ellas, la necesaria mejora de márgenes para el productor en origen y la transparencia en la formación de los precios.

El control efectivo de las fronteras es otro asunto que continúa siendo una 'patata caliente' de la que nadie se hace cargo en el Gobierno estatal. Sin embargo, es importante acometerlo, pues cada año se produce la entrada de productos hortofrutícolas procedentes de países terceros hacia la Unión Europea por debajo de las cotizaciones establecidas en los acuerdos de asociación.

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