elreportaje

Enfermedades que se observan en Dalías

  • Padecimientos. Los moradores se hallan expuestos a muchas causas que alteran a menudo su salud, unas debidas a las condiciones climatológicas, las más a sus usos y costumbres

Rodríguez Carreño, Manuel: Topografía Médica y Estadística de la villa de Dalías. Almería, 1859.

(Transcripción: Pedro Ponce Molina)

Losmoradores de Dalías se hallan expuestos a muchas causas que alteran a menudo su salud, unas debidas a las condiciones climatológicas en que viven, las más a sus usos y costumbres y otras en fin a las infecciones y contagios. Todas ellas pueden dar lugar a diferentes padecimientos que voy a comprender en cuatro grandes grupos: endémicos, esporádicos, contagiosos y epidémicos.

ENFERMEDADES ENDÉMICAS. Las blefaroftalmías, keratitis y otras afecciones de ojos, los catarros laríngeos y bronquiales, las fiebres gástricas, los cólicos, las lombrices, las intoxicaciones plomizas, la tisis pulmonar, la lepra, herpes y otras dermatoses, las lesiones orgánicas y traumáticas son enfermedades que en todos tiempos se observan en este pueblo en mayor o menor escala.

ESPORÁDICAS.El cólera de este nombre, las apoplejías cerebrales, las enajenaciones mentales y otras neuroses, las inflamaciones del aparato respiratorio y alguna vez las fiebres intermitentes, casi siempre debidas todas a causas predisponentes y determinantes de estación, son dolencias que suelen padecerse aquí aisladamente y que a veces adquieren la mayor gravedad.

CONTAGIOSAS.Cierta clase de oftalmías, la sarna, la viruela, la escarlata, la lepra, la pústula maligna, el tifo, la sífilis rara vez y la tos convulsiva, se observan con dicho carácter y pueden desarrollarse con extensión de verdaderas epidemias algunas de ellas, como ha sucedido en varias ocasiones.

EPIDÉMICAS. La viruela que reinó en el año de 1829 e hizo muchas víctimas, la misma enfermedad en el año de 1844 y en el presente, el cólera morbo-asiático de 1834 y 1855, las calenturas tifoideas de 1850 y 58, y por último, la coqueluche acompañada de un numeroso cortejo de afecciones catarra1es inflamatorias, son las enfermedades epidémicas que han afligido a esta población en los tiempos modernos. Afortunadamente la fiebre tífica no ha dejado en ella el recuerdo terrible que las dos primeras, pues en el año de 1850 de noventa atacados murieron veinte y dos y en el de 1858 de setenta que la padecieron y tuve a mi cuidado, solo tres fueron víctimas de dicho mal. Pero la peste indiana y la viruela han producido estragos considerables, pues la primera en sus dos sañosas invasiones ha hecho desaparecer novecientas cuarenta y nueve personas de todos sexos y edades y el veneno varioloso lleva matados hasta el día, trescientos cuarenta y cuatro niños y siete adultos, entre cuatro mil individuos invadidos y un número quizá mayor en 1829.

Son en verdad escandalosos y aterradores estos guarismos en una enfermedad en que, gracias al descubrimiento más útil para la humanidad, se cuenta ya con un precioso y eficaz preservativo de ella, o que a lo menos la hace menos mortífera. Pero la incuria del vecindario en la práctica de las vacunaciones y su sólita confianza en que esta operación la verifiquen personas incompetentes que no pueden sentir el peso de la responsabilidad y de la conciencia, traen forzosamente estos resultados lamentables que debieran servir de terrible lección a los pueblos, para hacerlos más previsores en materias de higiene y sanidad públicas. Hoy, después de muchas tentativas estériles por medio de los cristales, el profesor D. Jacinto Durán está haciendo la inoculación y revacunaciones con buen éxito, y la epidemia ha sido detenida en su marcha asoladora con esta medida profiláctica. Importada de Berja en el otoño anterior, no ha perdonado edades ni condiciones y hasta los sujetos vacunados y los que habían sufrido en otra época la enfermedad, todos han sentido los efectos de su implacable encono.

Con respecto al cólera, Dalías ha sido también uno de los pueblos más crudamente tratados por él. Al hablar de este siniestro huésped que nos viniera del Ganges, quiero hacerlo con alguna extensión para patentizar las consecuencias del desprecio de la higiene y que consten los servicios prestados por los médicos del país, cuyas virtudes y abnegación costóles a todos la vida.

Me creo muy obligado a tributarles este débil homenaje de mi admiración y aprecio, y deseo que sus nombres pasen a la posteridad cubiertos de la gloria que supieron adquirir socorriendo a la humanidad doliente, en días de consternación y luto.

En la primera invasión el ilustrado profesor D. José Enciso, natural de Torvizcón, rindió su vida al rigor de la enfermedad perdiendo la ciencia uno de los facultativos más instruidos y activos y la sociedad un individuo de excelentes prendas e irreprensibles costumbres.

En la de 1855 era médico titular el simpático joven D. Manuel Ruiz Pérez, Doctor en medicina y cirugía y Subdelegado de Sanidad de la ciudad de Granada, desde cuyo punto se trasladó a este pueblo para hacer frente al riesgo que lo amagaba. Hijo de una familia muy honrada y pudiente de aquélla capital, sin necesidad de exponerse al peligro para asegurar la subsistencia y solo efecto de su filantropía y de consideraciones personales, juró con ánimo resuelto no abandonar la población en tan duro trance a pesar de las persuasiones que en contrario le hicieron sus deudos y amigos. La blandura de su carácter, sus modales caballerescos y la caridad sin límites que ejerció con todos, le proporcionaron una vasta clientela que demandó sus conocimientos en los momentos del peligro. Al cabo de veinte y cinco días de angustioso afán y vigilia, quebrantada su salud, fue atacado de la epidemia que sanguinaria e implacable como en todas partes, ni respetó su temprana edad, su talento y virtudes, y arrancó1e la vida en medio de sus infinitos amigos y entre el llanto y consternación de todo el pueblo. D. Manuel Ruiz Pérez, escribió sobre varios puntos de la ciencia, cuyos trabajos merecieron la aceptación de la Academia de Medicina y Cirugía de Granada, y una novela histórica llena de poesía y de moral que alcanzó buen concepto entre los amantes de las letras y fue un práctico estudioso y reflexivo. Sus restos yacen en el panteón de esta villa y su memoria es todavía respetada y querida.

D. Francisco Callejón Godoy, profesor de medicina e hijo de una de las familias principales del pueblo, compartía a la sazón con el infortunado Ruiz los arriesgados trabajos de la asistencia facultativa. Dotado de una imaginación clara y feliz y de un corazón sensible y generoso, su ánimo se contristó profundamente ante los rudos golpes que la muerte diera en su familia y amigos a quienes veía desaparecer para siempre. Observador constante de la moral médica y bueno para sus compañeros, apenas tuvo noticia de la enfermedad del Ruiz, no pudo soportar ya tanta desgracia y fue presa del cólera que también le arrebató la existencia prematuramente. Don Francisco Callejón era uno de esos tipos sentimentales a quienes llagan el corazón las desdichas ajenas y de un genial flexible y bondadoso. La hidalguía de sus acciones, su amor a los pobres y sus conocimientos médicos, son proverbiales en el país y han dejado un recuerdo que no perecerá nunca. Fue a la vez excelente teólogo y ejerció el cargo de subdelegado del partido, vivió 42 años.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios