Nadie repara en ellos en la madrugada de cada Domingo de Resurrección. Avanzan entre la tristeza de los que van de vuelta —corbata aflojada y cálculos de los días que quedan para el año siguiente—, entre la alegría litúrgica de los que salen de la vigilia pascual y la alegre impaciencia de los nazarenos del Resucitado que a esa hora están preparando su túnica. Son unos discretos funcionarios municipales que empiezan su trabajo apenas ha entrado la Soledad. A la luz de un antiguo farol, van recogiendo esas calles y pasajes que no harán falta hasta el año que viene. Luego las guardan, bien enrolladas y por riguroso orden alfabético (Abades, Angostillo, Arguijo, Atienza…) en el almacén municipal.
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