Juan Francisco es un niño. Concretamente es mi sobrino y ahijado, en ese mismo orden aunque creo que la convención indica que la segunda titulación puede ser más importante que la primera. Juanfran tiene 5 años y hace y dice cosas propias de los chavales de esa edad. Es el menor de tres y las dos mayores son chicas. Juanfran es el hombre de la casa; después de su padre, claro está. Resulta que este verano me ha llevado de cabeza, disgustándome un día sí y otro también. Su padre es aficionado del Atlético de Madrid, no es un hincha, es un aficionado. Sus hermanas, como mandan las escrituras, también son atléticas. Pero este verano, Juan Francisco, ante la desaprobación de algunos, yo el primero, comenzó a decir que era del Real Madrid. El problema básicamente no era que fuera del Real Madrid, sino que se cambiara de equipo. Los que amamos el fútbol creemos que uno puedo cambiarse de todo; de religión, de nacionalidad, de sexo, de familia, de amigos, pero nunca de equipo de fútbol. Conozco a gente que lo ha hecho y nunca entenderé ese salto al vacío social cuando por la calle la gente susurra a tus espaldas, señalándote como si fueras un Judas moderno. Para nada este es el caso de Juanfran, que a sus 5 años es normal que cambie de opinión y de estado de ánimo de un momento a otro apoyado en impulsos y no en razones. Pero en un intenso verano al lado de primos, tíos y abuelos madridistas, el chiquillo se ve que se sentía un poco presionado por el entorno y cedió a las catenaccio. Pero mire usted como es la mente humana, que una vez que la vida de Juanfran volvió a la normalidad, comenzó el colegio y retomó sus actividades, se volvió a calzar la vestimenta rojiblanca con la que suele vérsele por el pueblo. El dilema de Juanfran, lo resolvió el solito, mirando a Griezmann, gritando sus goles, saltando como si estuviera en el mismísimo Wanda Metropolitano.