La polémica política del momento gira en torno a la corrupción por comisiones y contratos de favor durante la pandemia y a los partidos enzarzados en disputas con pretensiones demoledoras para sus contrincantes, pero las estrategias de los contendientes son diferentes. La oposición ha encontrado un hueco por donde atacar e intenta hacer todo el daño que pueda con el fin declarado de derribar al Gobierno.

La del ruido es una estrategia controvertida en marketing. Un negocio con música o cualquier otro sonido, en ocasiones incluso estridente, conseguirá atraer mejor la atención del comprador potencial que otro cercano y similar que permanezca en silencio. Experimentos sobre la forma en que se interpretan a los estímulos externos señalan que tendemos a proyectar circunstancias personales en la interpretación que se traducen en invenciones y asociaciones que facilitan la aceptación de lo que se ofrece.

La estrategia del Gobierno y de los partidos que lo sostienen es defensiva. Silencio absoluto en torno a los casos Koldo, Ábalos o Globalia, pero esto no significa que se renuncie por completo al ataque. Sería suicida limitarse a recibir golpes sin ningún tipo de respuesta, así que también lanza los suyos, pero con una doble y aparentemente contradictoria estrategia. Por un lado, la del silencio, que le funcionó a la perfección en el caso del Tito Berni, que también amenazaba, aunque no tanto como los actuales, la estabilidad de un gobierno cogido con pinzas. Por otro, la del ruido selectivo dirigido contra el entorno de la presidenta de la Comunidad de Madrid. No parece el flanco más débil de la oposición, pero sí el que garantiza mayor nivel de decibelios y, por tanto, mayor grado de confusión.

En efecto, la presidenta Ayuso no tardó en acudir al envite y a contribuir a la estridencia que los expertos en marketing consideran que, en determinadas circunstancias, puede resultar beneficiosa para el negocio. No tengo ni idea de cómo funcionará en este caso, pero parece que Ayuso recoge velas, probablemente advertida de la conveniencia de concentrar las energías en el ataque frontal contra una trama que se complica con ingredientes cada vez más jugosos. El Gobierno, por su parte, insiste la presión en el terreno contrario como fórmula para garantizar el silencio en el suyo propio y sin ningún pudor en la utilización de las instituciones en su beneficio.

La estrategia del silencio es también el título del documental que narra las vicisitudes de los familiares del accidente de Metro en Valencia en 2006, frente al silencio que intentó imponer el gobierno de turno, mediante la compra de voluntades y medios de comunicación. Es una estrategia de lo más sutil, pero con los inconvenientes de tener que contar con la complicidad de instituciones y de andar ligero de escrúpulos. La del ruido no es mucho mejor. Tiende, cuando es excesivo, a generar un ambiente repulsivo y el desinterés de los observadores, pero si la receta lo combina adecuadamente con el silencio, podría resultar muy útil para sacar al Gobierno de su atolladero. El problema es el coste para la sociedad: la ruina de tejido institucional y la desafección con la política.

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