El triunfo del PP en las recientes elecciones municipales y autonómicas, en la medida en que permite vislumbrar un cambio de mentalidad política en los ciudadanos, otorga una extraordinaria importancia a las elecciones generales que celebramos hoy. La polarización del país, las enormes discrepancias entre los modelos en disputa, la distinta valía que otorgan a nuestra vigente Constitución, la disparidad de principios defendidos y hasta el diferente concepto de futuro, hacen que en esta jornada no sólo esté en juego determinar qué opción política alcanzará el poder, sino incluso la construcción misma de una sociedad venidera sobre pilares específicos, diríase que incompatibles.

Hay quien anuncia el inicio de un ciclo conservador, al estilo de lo que está ocurriendo, entre otras naciones, en Italia, Grecia o Países Bajos. Así, señala Fèlix Riera que “el viento conservador siempre sopla con fuerza cuando se deterioran las condiciones económicas, se impone la incertidumbre y se debilitan los valores que definen una sociedad”. Aquí, el supuesto de hecho se da; la consecuencia que extrae Riera es precisamente lo que comprobaremos al caer el día.

Un mañana ultraliberal, en el que recuperarán sentido y fuerza palabras como familia, patria, libertad o individualidad, u otro ultra regulatorio, en el que el Estado asuma la tutela de la ciudadanía en todos los aspectos de su vida e imponga su noción de igualdad. No es en absoluto lo mismo, aún más si añadimos el guirigay de los nacionalismos, la concepción de un nuevo e hipotético modelo de Estado o el propio sentido de nuestra política exterior.

Ambas posiciones son, por supuesto, legítimas y corresponde a cada elector, en este instante crítico, decidir el camino que escoge. Quizá no para los próximos cuatro años, sino para un período bastante más amplio. Justamente porque estoy convencido de que nos encontramos ante algo más que unas elecciones generales, no comprendería una alta cifra de abstención. Sé que la fecha no es la más adecuada. Pero lo que se dilucida es tan fundamental que entendería mal la actitud de quienes hagan dejación de su derecho y se acomoden al criterio de los demás.

De ahí mi llamamiento: voten a quien les apetezca, pero voten. Expresen su voluntad de forma clara y firme. Ayuden a conformar eso que se llama la voluntad popular. Sin el ejercicio del voto la democracia no tiene sentido y, lo que es peor, tampoco verdadera utilidad.

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