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Antonio 'El Cojo', una vida de pastor cayado en mano

  • El topareño trabajó con rebaños desde los 8 años y hasta superar los 60 En su bolsillo lleva siempre el silbato del ganado, le recuerda quién es

Hay personas que transmiten miles de vivencias solo con su mirada. A sus 82 años, Antonio Tristán de Martínez tiene miles de historias que contar fruto de una experiencia acumulada en décadas. Su amor por los animales, la vida en el campo, las técnicas de pastoreo... en su pueblo, Topares, es conocido por todos. Su apodo es 'El Cojo', y el origen de ese nombre esconde una historia llena de silencios.

En una entrevista improvisada se abre, descarnado, y entre lágrimas cuenta un pasaje que le ha marcado toda la vida. "No me quedé cojo por un accidente. Fue por una paliza de los señoritos". Cuando contaba solo 8 años empezó a trabajar cuidando el rebaño de unos terratenientes. De unos pocos animales fue adquiriendo más responsabilidad hasta tener todo un rebaño. Pese a su corta edad, se levantaba antes de salir el sol y pasaba todo el día a la intemperie con los animales.

Eran otros tiempos. Los de los amos y los sirvientes. La precariedad era la tónica habitual y se heredaba de generación en generación. De origen humilde, Antonio cogió desde muy temprano parte de la carga de la economía familiar.

"Uno de los días en que iba con los animales me quedé dormido y se me perdió un borrego". Un río de lágrimas inunda su cara mientras lo recuerdo. "Era un niño. No fue mucho rato pero cuando me levanté y no lo ví empecé a buscarlo por todos lados y no lo encontré". Los 'amos' no le creyeron y llamaron a la Guardia Civil. Lo acusaron de ladrón. La mediación de su madre evitó que la cosa fuera a mayores, pero su pena estaba por llegar. "Me llamaron y me pegaron una paliza tremenda. Me salió una úlcera y la pierna se me quedó así. Desde entonces estoy cojo". A los pocos días, asegura, "el borrego apareció solo pero le cortaron el rabo y le señalaron las orejas para que no se reconociera". Señala la libreta. "Yo no sé hacer esto (escribir), no fui a la escuela, pero apúntalo. Fue así".

Casi nadie conoce su verdadera historia y pasados los 80 no le teme a la verdad. Lleva a sus espaldas décadas llenas de días fríos, con los "dedos arrecíos" por temperaturas "que no me dejaban ni comer porque se me entumecían las manos". Su experiencia se forjó a base de esfuerzo y trabajo, fijándose en otro pastor y aprendiendo del contacto con los borregos y los cerdos.

En los últimos años de carrera llegó a manejas rebaños de 300 ovejas y durante casi dos décadas tuvo la compañía de un perro pastor al que enseñó él mismo.

En el bolsillo guarda siempre un amuleto que le recuerda quién es. Su silbato. Lo fabricó con barro y cuando se lo lleva a la boca rememora su historia.

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