Carta del Director/Luz de cobre

Calar Alto, 50 años de prestigio para Almería

Tengo la impresión de que no somos los almerienses dados a reconocer y a proyectar aquello que desde fuera provoca envidia

El observatorio astronómico de Calar Alto, en la Sierra de los Filabres, celebra este año su 50 aniversario. Cincuenta años de éxitos en sus proyectos, por los descubrimientos alcanzados y medio siglo de prestigio para la provincia de Almería a nivel internacional.

Ambos conceptos no son baladís. Es innegable que Calar Alto ha sido para la astronomía española y para sus astrónomos un emblema para desarrollar sus investigaciones y acercarnos a todos a conocer un poco más el mundo de las estrellas, el firmamento que nos rodea y los secretos de un cielo complejo, en el que los humanos siempre hemos visto algo más que un sinfín de puntos luminosos en las noches de Luna Nueva.

Tengo la impresión de que no somos los almerienses excesivamente dados a reconocer y a proyectar aquello que nos hace bien, aquello que desde fuera es visto casi con envidia, incluso sana y desde dentro lo entendemos como habitual, común, integrado en el paisaje de nuestra cotidianidad y, por lo tanto, no digo de ser destacado, mencionado o reconocido.

Una actitud de este tipo, trufada de normalidad, creo que no es la más acertada para una tierra que aspira a jugar un papel destacado dentro del panorama nacional y que, a poco que creamos un poco más en nosotros mismos, será capaz de formar parte de los destinos preferidos de quienes no saben aún que existimos, o nos ven como lejanos o abundan en la necesidad de situarnos con más fuerza como destino primigenio a la hora de optar.

Y Calar Alto está dentro de ese contexto mezcla de limbo y nebulosa, en el que sólo los astrónomos y un puñado más de amantes del mundo de las estrellas son capaces de valorar el verdadero nivel de la joya que lleva con nosotros 50 años.

Soy consciente de las dificultades que ha pasado a lo largo de su existencia, de lo que supuso la aportación de la sociedad alemana Max Planck y del trauma que significó su salida. Del apoyo incondicional de la administración, especialmente la autonómica y de la búsqueda de vías de financiación alternativas que permitan a los que allí trabajan y a cuantos llegan desde el resto del planeta, indagar en el sueño de las estrellas; y de aportar algo más de donde venimos o qué hay más allá de nuestra galaxia; continuar con una labor de prestigio, una labor callada, casi vedada a las revistas especializadas y que sólo sale de ellas cuando el descubrimiento va más allá, pero que suma en la tarea, ardua, de aportar conocimiento de lo desconocido.

En una fecha tan emblemática no estaría de más que, al margen de las consabidas palmaditas en la espalda, se arbitren las fórmulas que garanticen inversiones y apoyos económicos que conviertan el observatorio en uno de los referentes del mundo en Astronomía. El camino recorrido es largo, pero lo que queda por venir debe ser la justificación del éxito futuro.

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