Hortus Hesperidum

El último desafío del héroe que derramará la sangre del Edén; la tragedia, acasoo; la tormenta, apenas

Manolo Yanes es un artista plástico que se caracteriza por su arte figurativo y simbólico, que enraíza con la tradición pictórica, con la mitología y con la modernidad. Unas pinturas y dibujos que toman vida al calor del acrílico o de las diferentes texturas tonales que adquieren a través de los lápices, pero siempre en busca de la luz. Manolo Yanes es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de La Laguna, Tenerife y perfeccionó sus estudios de dibujo y pintura en la Escuela de Bellas Artes, de Santa Cruz de Tenerife. Desde principios de los años ochenta vive y trabaja a caballo entre Francia y España. Su trayectoria artística ha estado siempre marcada por la excelencia, la búsqueda continua fundamentalmente del ser humano y también de la naturaleza. La perfección y la delicadeza en el acabado de sus trabajos han hecho en su obra su seña de identidad. Concibe su mundo poético interior como una estructura material y otra inmaterial, tal y como defendían los clásicos, al afirmar que el ser humano estaba constituido por el cuerpo y el alma. Sin embargo, Manolo Yanes nos reconcilia también con la mitología y el lenguaje, atravesando más allá los márgenes impuestos por nuestro subconsciente, afrontando el mundo inteligible y otro, mucho más sensible. Su última exposición "Hortus Hesperidum" es un políptico donde el canto y el mito se unen, donde el autor hace acaecer a las crisálidas sobre la tarde, en este tiempo tan nuestro, donde sólo nos pertenece, en tanto en cuanto, es la tierra quien nos llama. Manolo Yanes, en plena madurez artística, asume el reto de recrear la hazaña heroica del origen de las islas y todo aquello que lo identifica como tal. Así, Manolo Yanes da vida al soplo de los alisios sobre nuestros núbiles pechos, como si de un copo de nieve se tratase, como si apenas asaltar sobre los infinitos páramos de nuestro cuerpo quisiese, mientras la memoria proclama lluvia sobre nuestros párpados. Es el momento, advierte el artista -lo sabe-, de faunos y de ninfas, de cazadores furtivos que evocan las constelaciones celestes que se desatan sobre nuestras bocas. Es hora de la tentación del cuerpo de Cristo, de la liturgia de la carne y del vino. El último desafío del héroe que derramará la sangre del Edén; la tragedia, acaso; la tormenta, apenas; el rubor de la lava convertido en los pájaros aciagos que beben sobre la tarde asolas.

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