Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Que hablen los otros, qué error
Hablar del liderazgo es bueno. Es tan bueno como hablar del tiempo o de las cosas de la vida que, muy a menudo, nos suceden. Con la misma dignidad con la que cualquier persona puede aspirar a vivir. Con la misma determinación con la que un recién nacido acomete el acto de vivir.
Hablar de liderazgo en una sociedad como la nuestra siempre será bueno cuando sea el respeto una de las necesidades que nos conviden a creer. Un liderazgo comprometido con el bien común y no en las prioridades personales. Un liderazgo determinado por el íntimo deber de servir al pueblo. El sistema actual donde sobrevivimos ha destruido cualquier tipo de idea que se refiera a los deberes y derecho de un buen líder, que no deja de ser más que un ser humano que gestiona una serie de recursos comunes para el desarrollo y buen uso del fin común.
Atrás quedan los salvadores de patrias que con su denostada e inquebrantable voluntad de vencer sometieron a pueblos enteros, en nombre de los dioses, algunos; o en nombre de la verdad, otros. Para dejarnos como legado este odio y esta miseria que llevamos amaradas entre las manos, que cargamos sobre nuestras espaldas, como si hubiésemos sido nosotros quienes debiésemos algo a alguien o a algo. Y el gran dolor que nos han infringido es el vacío. Crear miembros que pertenecen a una sociedad vacía. Con sueños vacíos. Con esperanzas vacías. Con vidas vacías.
Nos dan como referente a aquellos que no tienen nada que ofrecer. Sólo una cara bonita. Una habilidad, como la de huir, por ejemplo. Pero en el centro, en lo más profundo de ellos, no hallamos nada, sólo vacío. Son tan vacíos como el resto de sus mortales. Apenas les llega la nariz a doblar la esquina. Apenas son capaces de olfatear a su prójimo. No pueden. No están a su altura. No viven en sus mundos. No pertenecen al pueblo. Y, sin embargo, forman parte de nuestro majestuoso patrimonio. Los legamos a nuestros hijos. Les arrebatamos sus sueños imponiendo los nuestros. Vivimos sus vidas y es así como se transformamos, una vez más, a nueva sociedad: con vacío. Porque ahora el combate se establece entre el individuo y la sociedad, no entre las calles obreras y el proletariado, no entre los oprimidos y el poder. Sino entre nosotros mismos luchando por las miserias y los restos de la podredumbre del ser humano. Porque el conflicto ya no se establece entre nosotros y ellos, sino simplemente entre nosotros, mientras disfrutan de sus victorias sobre nuestros cadáveres.
También te puede interesar
Lo último
Mapa de Músicas | Una nueva obra de Mozart
Un estreno del Mozart adolescente
Mito y sentido | Crítica
Los viajes del héroe
José Manuel Poga | Actor
"El buen humor es un purasangre salvaje"