Regeneracionistas

Esta viva reacción crítica, ante la incapacidad de la vida política, desempeñó un papel mucho más valioso que testimonial

Hace poco más de un siglo, los españoles de entonces estaban tan preocupados como los de hoy por los males de la patria: porque sus políticos no atinaban, no querían o no sabían enfrentarse con los problemas existentes. Como consecuencia, de esta desconfianza de la gente de la calle hacia los partidos políticos tradicionales surgieron otras propuestas con el fin de ilusionar a los descontentos. Cobraron vida partidos reformistas, revolucionarios, fisiócratas, regionalistas, cada uno con su peculiar receta económica y social. Pero las grandes cuestiones nacionales pendientes no mejoraron y ante este malestar siempre pendiente apareció el regeneracionismo, un fenómeno, o movimiento, que se expresó a través de numerosas voces, en toda España, pero que, al provocar una cierta incomodidad respecto al sitio en que situarlo (¿en la literatura, la política, la sociología, el periodismo?) su cualificación histórica ha quedado un tanto borrada y desvaída. Sin embargo, esta viva reacción crítica, indignada, ante la incapacidad de la vida política institucional, desempeñó un papel mucho más valioso que el meramente testimonial que suele atribuírsele. Una serie de nombres del amplio mundo de las letras tomaron la palabra en libros, artículos, aulas y conferencias, para denunciar una inercia gubernamental orientada sobre todo a favorecer los intereses de los políticos profesionales. Esta misma actitud crítica ya la había encarnado, de manera ejemplar, Zola al descubrir y acusar de manera contundente las negras maniobras del proceso contra Dreyfus. Por fortuna para Francia, desde ese mismo año, 1898, los intelectuales independientes adquirieron, en aquel país, un estatuto cuya resonancia social ha imprimido un singular empaque a su eficiente vida política. En cambio, en España, aquella valiosa serie de regeneracionistas, en sentido amplio, desde Almirall, Mallada, Picavea, Costa, Isern, hasta Cajal, Unamuno y Ortega, en pocas ocasiones lograron que sus voces disidentes obtuvieran el merecido eco. Como si un cierto maleficio persiguiese a los intelectuales españoles que quisieron opinar públicamente de la actualidad política. A la luz de la reciente campaña electoral, parece que la misma inercia de hace un siglo ha continuado excluyendo a los nuevos intelectuales españoles, regeneracionistas y críticos. Si se exceptúa la prensa escrita, no se ha buscado el eco de sus voces en ningún otro medio. Ni de un bando ni de otro. Se comprende, pues, que un escritor como Zola eligiera nacer en Francia.

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