En Harvard

Son muchos los políticos que han logrado extirpar de sus entrañas cualquier rémora que le suponga mala conciencia

Desde hace cierto tiempo circula una curiosa expresión. Ante la sorpresa que causan situaciones poco habituales en la vida política, se reacciona diciendo: esto lo estudiarán en Harvard. Es sólo un dicho irónico, una sentencia socarrona, pero hay que reconocer que, en España, se viven cada día acontecimientos ante los que dan ganas de gritar que un caso así debería estudiarse en Harvard. Por ejemplo, un caso indudable es el del presidente en funciones del Gobierno. Es capaz de cambiar de manera vertiginosa de sus convicciones sin perturbarse. Pueden pasar sus propuestas del blanco al negro, en horas veinticuatro, sin inmutarse y convirtiendo, además, esta volatilidad en audaz proeza. Las referencias que existían en los libros de ética de Kant, en los análisis de Weber, ya no son válidas ante esta capacidad de transformismo. Ante un caso así, los personajes nihilistas y patológicos que aparecen en las novelas de Dostoievski son meros aprendices. Sin embargo, continúa en la Moncloa, y gracias a él, en los nuevos diccionarios, palabras como autenticidad, compromiso y firmeza ya no figurarán por falta de uso y se han refugiado en el léxico de la vieja arqueología. En este nuevo mundo político, una opinión que perdure más de un día se convierte en una antigualla.

Pero en Harvard han dicho que este caso personal, modelo extremo oportunistas cambios de postura, ya no les interesa. La tipología del trepador sin escrúpulos está demasiado analizada: son muchos los políticos que han logrado extirpar de sus entrañas cualquier rémora que les suponga mala conciencia, culpabilidad o responsabilidad colectiva. En cambio, en Harvard se sienten atraídos por otra situación colindante: ¿cómo es posible qué tal cosa haya sucedido en España? En una España que ya parecía redimida de su mala suerte y triste fama, otra vez los traficantes de odio y los repartidores de calificativos excluyentes se han colocado en un plano decisorio. En Harvard quizás cargados de buena voluntad, hubieran querido remover libros, periódicos y documentos para dar un veredicto consolador. Pero no, y a la vista de las circunstancias, están desconcertados. Creían que el tiempo de los malos tragos ya había pasado y, por tanto, esta vuelta de todos los demonios no saben a qué atribuirla. ¿Y si no lo saben en Harvard, qué se puede saber en España con tantos escenarios abiertos y tantos políticos viviendo literalmente solo de hacerse daño unos a otros? Y el pobrecito español desconsolado, se pregunta: qué puedo hacer yo, si ni siquiera lo saben en Harvard.

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