De justicia poética hablo

Defendería la demo-gracia, en definitiva es más la gracia que nos simboliza, que el poder que nos representa

Decía Judith Butler, en su ensayo "Cuerpos aliados y lucha política", que el pueblo no es algo establecido de antemano, sino que somos nosotros quienes marcamos sus límites (…) En estas condiciones no resulta nada fácil explicar cómo se forma lo propio. De hecho, algunos de los discursos que tratan de determinar quién constituye el pueblo no funcionan.

A veces no son más que una apuesta, una puja por la hegemonía. Y, sin duda alguna, es cierto. Cualquier individuo puede salir a la calle y masticar entre las mandíbulas la palabra pueblo. Jactarse de ella. Bañarse diariamente en sus arrozales. Hacernos entender que el vocablo pueblo nos pertenece.

Pero en realidad lo único que está haciendo es una monitorización de sus sentimientos más ocultos, haciéndonos partícipes al resto de los mortales, a través de nuestro imaginario colectivo y de nuestras emociones. Quizás, por ello, si en muchos de esos casos cambiamos la palabra pueblo, por la expresión "yo", realmente la soflama, la prebenda o el ditirambo no sufren apenas cambio alguno en su significado inicial o real.

Quizás, sin duda alguna, sería una temeridad a estas alturas de la historia, proclamar que el pueblo es quien tiene el verdadero y efectivo poder. Por más que la raíz etimológica de democracia nos transporte al hogar, a la patria íntima del ser, a la epifanía del poder y la justicia. En mi caso particular, me atrevería a escribir que más que demo-cracia, defendería la demo-gracia, porque en definitiva es más la gracia que nos simboliza, que el poder que nos representa.

Así todo, con la finalización sine qua non de este artículo, muy a pesar mío, deberíamos tomar nota de aquellos que aún creen que la ciudadanía tiene el poder y que incluso piensan que, gracias a ella, todo es posible. Digamos que, en cierto modo, hay que tener en cuenta ese nutrido grupo de señores que en un arrebato de lucidez, se transforman como el brazo ejecutor y justiciero de una élite.

Y así, después de una jornada de manifas, asaltos a contenedores, cortes de carreteras y pintadas estelares, vuelven a casa con la sensación de formar parte de la historia. No dándose cuenta que, una vez más, la sangre la pondrá el pueblo -aquí si hay democracia- y que no serán sus nombres los que queden en las postrimerías de la historia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios