La malquerida

En España, con la llegada de la democracia, se replicó el ejemplo francés, creándose un Ministerio de Cultura

Mientras era presidente de la República, De Gaulle, preocupado siempre por lo que él llamaba engrandecer a Francia, creó un ministerio de Cultura ex profeso para que André Malraux, con un presupuesto idóneo para su empeño, pudiera inventarse una imagen de Francia que se correspondiera con las ambiciones patrióticas que el general y el escritor albergaban. Ambiciones que habían incubado tras muchos años de dedicados al arte y a la literatura, y a participar en guerras y revoluciones. Tras dos vidas, pues, muy dispares pero plenas de venturas, ambos personajes coincidieron finalmente en un mismo destino: engrandecer la cultura francesa. Y Malraux, convertido en demiurgo cargado de poderes, transformó la imagen pública de Francia, y, contradiciendo a los que opinaban que la pátina del tiempo también pinta, lustró y desveló el color original de piedras, cuadros y monumentos. Así, al mismo tiempo que se limpiaban fachadas, se recuperó el orgullo de los franceses por lo que se conoció, desde entonces, como la excepción francesa: la cultura convertida en signo máximo de distinción, o dicho con las palabras de un crítico de la época: en la querida amante que los franceses aceptaron gustosamente compartir. El ejemplo impuesto por Malraux fue acogido con similar celo por sucesivos presidentes que convirtieron el ministerio de Cultura en llamativo faro de actividades. Como titulares del cargo figuraron nombres cuya celebridad superaba a los propios presidentes, menos en el caso de Mitterrand que, dadas sus veleidades literarias, se entronizó a sí mismo como sumo sacerdote. En España, con la llegada de la democracia, se replicó el ejemplo francés, creándose un ministerio de Cultura, pero ni siquiera la apuesta de Felipe González con Jorge Semprún logró nada comparable, en proporción, a lo sucedido en Francia. Sólo se consiguió degradar, gobierno a gobierno, el papel de tal Ministerio. Y así, hasta el momento presente, en el que tantos los políticos de un color como los de otro, continúan sin saber qué hacer ni con la cultura, ni con el ministerio previsto para impulsarla. Les plantea tal incomodidad que la tratan como si fuera la Malquerida de Benavente. Baste recordar que un reciente consejero de la Junta de Andalucía le antepuso la denominación de turismo como triste artilugio para subordinarla. Y el aspirante a gobernar del Partido Popular, en las próximas elecciones generales, ha comunicado que tiene propósito de eliminar de una vez ese ministerio. Cosa, por otra parte, preferible antes de ver cómo sucumbe a esa muerte lenta producida por la incompetencia y la desgana.

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