Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

La casa de Irene y Pablo

Para averiguar verdades, el tiempo, el mejor testigo, reza el título de la comedia de Luis Moncín

La casa de Irene y Pablo La casa de Irene y Pablo

La casa de Irene y Pablo

Después de la sentencia de la Gürtel, el señor Rajoy recordará Solo ante peligro de Gary Cooper y aquel enunciado de Villaespesa: «El mayor dolor del mundo no es el que mata de un golpe, sino aquel que, gota a gota, horada el alma y la rompe». Pedro Sánchez ha registrado la moción de censura. Ciudadanos la apoyará si se convocan elecciones. Mientras tanto, la casa de Irene y Pablo alterna el verso y la prosa. Comprar una buena vivienda es la ilusión de cualquiera. Y más aún si viene descendencia. El problema nace cuando se trata de una pareja, que es mediática, como ocurre con Pablo, secretario general de Podemos, e Irene, portavoz de este partido en el Congreso de los Diputados. Nadie hubiera dicho nada del coste, si los compradores hubieran sido de un partido distinto: PP, Ciudadanos o incluso PSOE. En 2012, Pablo afirmó, en clara alusión al, entonces, ministro de Economía, Luis de Guindos, por el hecho de que comprara una vivienda por el precio de seiscientos mil euros: «Confiar la dirección de la política económica a un millonario es como entregar el Ministerio de Medio Ambiente a un pirómano». El tiempo ha pasado y, ahora, esas palabras son rescatadas para que fluyan desde el olvido.

Cuando el dinero, con el que se paga una vivienda, es lícito y, como en el caso de Pablo e Irene, se pide una hipoteca de treinta años (o sea casi la mitad de toda una vida) y se cuenta, si surgen problemas de pago, con el respaldo de los padres, nada hay que reprochar. En un país, libre y democrático, cada cual puede hacer con su dinero lo que considere conveniente, siempre que el cauce esté dentro de la legalidad. La ilusión de un joven de treinta y nueve años y una joven de treinta años, que, dentro de poco tiempo, van a ser padres, lo justifica. Pero acude presta la memoria, y la hemeroteca, literalmente, recuerda uno de los enunciados de 2015: «A mí me parece más peligroso, Ana Rosa, el rollo de aislar a alguien, porque entonces no saben lo que pasa fuera. Este rollo de los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalés, que no saben lo que es coger el transporte público (...)». Madame de Sévigné argüía: «Hay palabras que suben como el humo, y otras que caen como la lluvia». Sin embargo, Irene y Pablo han pensado más en su intimidad y en la felicidad de sus hijos que en el poder dialéctico de la contradicción. «No he de callar, por más que con el dedo / ya tocando la boca, ya la frente / me representes o silencio o miedo. / ¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente? / Hoy sin miedo que libre escandalice / puede hablar el ingenio, asegurado / de que mayor poder le atemorice. / En otros siglos pudo ser pecado / severo estudio y la verdad desnuda, / Y romper el silencio el bien amado», recita la epístola de Quevedo en la fugacidad que se proyecta en el río de Heráclto, mientras las páginas del tiempo se hacen presentes en su incuestionaable verdad.

Pablo Iglesias Turrión ha leído con toda seguridad este fragmento de la universal epístola quevediana. Por ello, surge la pregunta: ¿Siendo así, le puede sorprender el eco mediático que ha tenido la compra de la casa o del chalé? Está muy claro que contaba con esa repercusión y con los ataques de adversarios y enemigos y hasta con el fuego amigo, como el de su compañero de partido, José María González Santos, Kichi, alcalde de Cádiz. Pablo Iglesias Turrión e Irene María Montero Gil son jóvenes y politólogos, aparte de políticos. Tienen apariencia de actor y de actriz. Porque la política tiene mucho de cine y teatro. Pero no son ni Billy el Niño, ni Jane Russell. Son quienes son en este presente del siglo veintiuno. Han consultado a las bases y essperan los resultados. Si han cometido un error, el capítulo proustiano de la existencia lo dirá más pronto que tarde. Para averiguar verdades, el tiempo, el mejor testigo, reza el título de la comedia de Luis Moncín.

«Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos», decía Nicolás Maquiavelo. Frase. Enunciado rotundo. Palabras, las cuales también conocen Irene y Pablo en el incesante mar que surca la infinitud. «Fingimos lo que somos; seamos lo que fingimos», escenificaba Calderón de la Barca. ¿La vida es sueño o es carnaval? ¿Qué os admira? ¿Qué os espanta? Interrogaciones calderonianas, que, como metáforas, van y vienen por los senderos de Ítaca. Preguntándose por qué la realidad es inasible.

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